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60 aniversario del pgou

Benidorm: Érase una vez un plan

Benidorm es la referencia turística por excelencia de la Comunitat. Un municipio de reducida superficie capaz de multiplicar su población con el turismo gracias a su planificación urbanística. Su Plan General fue el primero de España, hace más de 60 años, que supo adelantarse a lo que estaba por llegar

| 08/07/2017 | 7 min, 50 seg

VALÈNCIA.- «Tratamos con estas páginas, de dar a conocer cuánta realidad lograda y cuántas posibilidades futuras guarda nuestro Benidorm». De esta forma empezaba el documento Así será Benidorm, de 1955, suscrito por el entonces alcalde de la localidad, Pedro Zaragoza Orts. El primer edil siempre fue un maestro en el arte de vender su pueblo dentro y fuera de sus fronteras, pero más allá de eso, se empeñó en conseguirlo a través del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1956, el primer documento de estas características en España.

Hace sesenta años, los políticos del municipio se ponían de acuerdo para aprobar este escrito, que ordenaba lo que tenía en su mente el ambicioso alcalde de un pequeño pueblo que se dedicaba en gran parte a la agricultura, y que tenía en la almadraba una de sus grandes fuentes de ingresos. El alcalde más laureado en Benidorm, Pedro Zaragoza, accedió el 20 de enero de 1951 al cargo en el que estuvo casi dieciséis años.

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Hasta Alicante fue a por el arquitecto Paco Muñoz en sus primeros años de mandato. Según dicen los que le conocieron, Muñoz contaba que envió su propuesta del Plan General con «cuatro rayajos» para ver si lo dejaban en paz. Pero consiguió lo contrario: Zaragoza le dio el visto bueno y lo terminaron contratando como arquitecto del Ayuntamiento para este trabajo. Unas líneas trazadas sobre el plano de Benidorm que se inspiró en ciudades como Barcelona y su Plan Cerdà —con una estructura en cuadrícula—, según explica el actual arquitecto municipal, José Luis Camarasa. De todo ello surgió lo que hoy es Benidorm.

El municipio hacía años que se adentraba en el turismo de forma tímida. Los primeros hoteles surgieron en un marco complicado. El hotel Bilbaíno fue el que abrió el camino, en 1926. A este le siguieron Levante y Marconi. Pero no fueron los pioneros en la ciudad, ya que hay constancia de que en 1865 existía el Hostal La Mayora y antes incluso el Balneario Virgen del Sufragio, nombre en honor a la patrona de la localidad.

A día de hoy, quienes vivieron el periodo de cambio de la ciudad lo recuerdan como un proceso que surgió de la gente del pueblo. Es el caso de Miguel Barceló, quien fuera senador por el PP, pero cuya trayectoria profesional más allá de la política está ligada a la empresa turística, en concreto, a los hoteles. En 1955 inauguraban Les Dunes de Comodoro, en primera línea de Levante. «Este pueblo se ha hecho a sí mismo, sin ayuda de fuera», reivindica Barceló.

El empresario reconoció la importancia de tener el primer PGOU de España, que le dio un «orden» a todo lo que ya se estaba creando en el municipio. Eso sí, es crítico con el desarrollo del plan: «Nos hemos cargado ecológicamente algunas zonas, como el Rincón de Loix o El Tossal, construyendo en terrenos demasiado cercanos al mar». Pero lo que era un pueblo al que no iban más de 13.000 personas a veranear, comenzó a explotarse con la llamada del éxito y de ahí se cometieron algunos errores fruto del éxtasis del momento y del «todo vale». Muestra de ello son incluso los edificios sobre los que pesan órdenes de derribo por sobrepasar el límite, como es el caso de los Gemelos 28 del Rincón de Loix.

De ciudad jardín a los rascacielos

En un principio, la capital turística no se planteaba como lo es en la actualidad, es decir, una ciudad preparada para el turismo de masas. El modelo plasmado en el PGOU del 56, sobre todo en la zona del ensanche de Levante era de ciudad jardín, con un turismo residencial en pequeñas casas y edificios. Pero todo cambió a principios de los sesenta, cuando se hicieron modificaciones a la carta urbanística dando permiso de hasta once alturas, para finalmente permitir la libertad total, siempre y cuando hubiera una distancia mínima de catorce metros entre las construcciones.

«El turismo se vio como una oportunidad frente a la pesca y el secano que sustentaban el pueblo», relata Andrés Martínez Medina, arquitecto y profesor de Historia de la ciudad y la arquitectura en la Universidad de Alicante. Lo cierto es que el primer plan, el de 1956, dibujaba una ciudad jardín que se veía reflejada en la Costa Azul francesa. Es en la revisión aprobada en 1963 cuando se da paso a la ciudad vertical, conservando la trama urbana aprobada años antes mientras dentro de ella se posibilita la experimentación tipológica. Sobre ella se construirían edificios icónicos como el Hotel Delfín, la Torre Coblanca, la Torre Santa Margarita o uno de los últimos, el horizontal Ayuntamiento.

«El coeficiente de edificabilidad que plantea el plan de 1963 permite aumentar el volumen en altura y ubicarlo en la parte más óptima de la parcela, según el soleamiento y las vistas al mar. Esta autorregulación es el origen de la actual ciudad», cuenta Martínez Medina. «La zonificación de las parcelas y el uso de las plantas bajas era flexible. Ni se planteaba la ubicación de equipamientos que luego consagrarían la idea del urbanismo como mecanismo de redistribución. El espacio público en ese momento era la playa», añade.

Todo viene de una idea principal: no construir más, sino mejor. De esta teoría está la anécdota del arquitecto Muñoz, quien explicó en su momento con una caja de cerillas el modelo sobre el plano, como si la caja fuera un edificio. Lo habitual hasta el momento era hacerlo en horizontal, pero podían construir en vertical el mismo edificio consumiendo menos suelo.

El arquitecto Óscar Tusquets muestra su fascinación sobre la tipología de Benidorm para la construcción: «No computa la superficie no vendible como ascensores, escaleras, vías de evacuación. En los hoteles, lo único son los dormitorios. Me quedé de piedra porque es el único sitio donde lo he visto, lo cual abre unas posibilidades interesantes para los arquitectos».

Patrimonio de la Humanidad

De este proceso de negociación urbanística «se materializó el Estado del Bienestar», señala Mario Gaviria, un sociólogo urbanista que dirigió el Seminario de Sociología Urbana, Rural y del Ocio en el que analizó junto a otros sociólogos como José Miguel Iribas el modelo de Benidorm. Desde la década de los setenta han reflexionado sobre la explotación neocolonialista del litoral Mediterráneo, el déficit de infraestructuras o la precariedad del empleo. 

Ahora, Gaviria impulsa la candidatura a Patrimonio de la Humanidad para Benidorm por ser el lugar de las vacaciones populares por antonomasia. «La sensación que uno tiene en Benidorm es que el sistema funciona, se satisfacen los deseos del turista de forma accesible», señala Ester Gisbert Alemany, arquitecta y profesora de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad de Alicante. «¿Se puede patrimonializar la experimentación?», se pregunta Gisbert. «Nos fascina por lo que se experimentó, pero la ciudad ya no está emergiendo, ahora es mucho más difícil experimentar» con la ciudad consolidada. Pero nunca es tarde: «La innovación es genuina».

«Hay que entender Benidorm como el centro de la Costa Blanca, que no es el mismo sitio donde vivimos nosotros». Una realidad a la que cuesta aproximarse desde fuera, pero que los turistas tienen bien clara. Con ocho millones de espectadores a la semana, la cadena británica ITV emite la comedia Benidorm desde hace diez años, en la que se caricaturiza a nativos y turistas del ficticio La Solana Resort junto a escenarios como l’Algar o Altea. Las fronteras se diluyen.

En la revisión del Plan General realizada en los años ochenta ya se abrió la puerta a los adosados, idea de ciudad extensiva que se consagraría con los crecimientos de la zona de Terra Mítica en la primera década de este siglo. Aunque en los últimos años la capital turística de la Comunitat Valenciana se cuenta a sí misma como un modelo vertical sostenible y exitoso, el rumbo dibujado para el futuro ya no es tan claro como en los años más lustrosos.

Podría ser una vía para la experimentación «acercarse a la realidad cotidiana de los que vienen de fuera a la Costa Blanca, migrantes residenciales que intentan alcanzar el sueño mediterráneo. Experiencias concretas que no encajan con la idea de ciudad, con la identidad», señala Gisbert.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 33 (Julio/2017) de la revista Plaza

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