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la nave de los locos / OPINIÓN

Bienvenido, mister Jinping

A la fuerza ahorcan. En un gesto de patriotismo, acepto tragarme mis críticas al régimen chino. Con el imperio yanqui batiéndose en retirada, España, un país en quiebra técnica, debe cambiar de socio protector. O nos aliamos ya con Pekín, o acabaremos siendo una colonia del venerable Mohamed VI     

29/08/2021 - 

Como Saulo, yo también me he caído del caballo. Explicaré cómo fue. Camino de Benidorm, no de Damasco, al volante de mi viejo utilitario escuchaba la crónica de la entrada de los talibanes en Kabul. Iban a tardar 90 días en conquistar la capital afgana, y lo hicieron en 90 horas. Pensé que era otro triunfo de los servicios secretos de Estados Unidos. La TIA de Mortadelo y Filemón no lo hubiera hecho mejor.

La corresponsal de una radio informaba de que helicópteros rescataban al personal de la embajada de EEUU, como en el Saigón de los años setenta, al final de la guerra de Vietnam. La espantada del iaio Biden ha sido el último fracaso militar de un imperio acostumbrado desde 1945 a ganar batallas y a perder las guerras.

“Mi país está en la quiebra. Gastamos lo que no tenemos. ¡A ver cómo los ‘baby boomers’ cobraremos las pensiones si no es gracias a Xi Jinping!

Camino de Benidorm vi la luz gracias al mulá Abdul Ghani Baradar. Hace semanas escribí que Occidente se iba al carajo, pero no sospechaba que con tanta rapidez. Los talibanes, con esas pintas que recuerdan a las tropas de Saladino entrando en Jerusalén, nos han obligado a mirarnos en el espejo. Habrá que agradecérselo. 

La retirada humillante de EEUU a manos de una turba medieval descubre la fragilidad de Occidente. ¿De qué nos ha servido tanto discurso bienintencionado, tantos tuits apelando a los derechos humanos, cuando hemos tenido que enfrentarnos al principio de realidad, representado esta vez por unos barbudos fanáticos? Al final llevaba razón Spengler: “Siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización”.   

Talibanes en Kabul

En manos de un presidente gagá

El imperio yanqui se tambalea en manos de un presidente gagá. Quizá fuerce una guerra para alargar su hegemonía unos años más, pero los hechos apuntan a un traspaso de poderes en el liderazgo del mundo. China, junto a Rusia y Turquía, sale reforzada del fin de la guerra de Afganistán. Los tres países —lo que mi amigo Vladímir llama el nuevo Eje del Mal— han tendido la mano a los talibanes. 

Si Estados Unidos se ha comportado como un aliado poco fiable; si la OTAN ha asistido, impotente, a lo sucedido en un país donde también naufragaron los ingleses y  soviéticos, ¿qué puede hacer la Unión Europea, y en particular España, además de rezar por su triste suerte?

Lo tengo claro: declararnos pro-chinos, como aquellos jóvenes izquierdistas que militaban en el Movimiento Comunista, en los años setenta. Como carezco de principios y tengo el cinismo por divisa (cinismo sabiamente aprendido de mis gobernantes), me será muy fácil mudar de discurso en nombre de la realpolitik.

Joe Biden

Camisa con cuello mao y el ‘Libro rojo’

Como parte de ese giro estratégico, me he comprado una camisa muy chula con cuello mao, de rayas verdes y azules. (Se han llevado mucho este verano en Puerto Banús e Ibiza.) En una librería de lance he encargado el Libro rojo de Mao. Y leo todo lo que cae en mis manos sobre el Partido Comunista Chino, que acaba de cumplir cien años.

Memorizo a Mao y su Gran Salto Adelante; la Revolución Cultural en la que se inspiró la abuela Celaá para su ley educativa, gracias a la cual los profesores serán examinados por los alumnos; la banda de los cuatro, Deng Xiaoping, gato blanco gato negro, lo  importante es que cace ratones, y así hasta llegar a la democracia popular del señor Xi Jinping, presidente de un país que es la fábrica del mundo, financia nuestra deuda, rescata clubes de fútbol y nos tiene en vilo con la crisis de los semiconductores.

Lo de la camisa con cuello mao es sólo un anticipo de mi prometedor cambio. Al volver de vacaciones, lo primero que haré es pasarme por Convento Jerusalén para hacerme las uñas y depilarme mis cejas breznev en un salón de belleza chino. A continuación me retractaré de mis críticas al régimen de Pekín, al que responsabilicé, entre otros errores, de propagar el coronavirus.  

 El autor del artículo presume de camisa con cuello mao.  

Cambio de chaqueta

Este cambio de chaqueta, que tiene su causa —como dije antes— en el ridículo hecho por Occidente en Afganistán, es, en el fondo, un acto de patriotismo. Como es sabido, mi país está en la quiebra, con una deuda pública como no se veía desde los tiempos de Sagasta. Gastamos lo que no tenemos. ¡A ver cómo los baby boomers cobraremos las pensiones si no es gracias al señor Xi Jinping! 

Si Pablo de Tarso pasó de ser látigo de cristianos a fundar la Iglesia de Cristo, ¿por qué no seguir su ejemplo encabezando un movimiento de amplias simpatías hacia el amigo chino? Ya me veo encaramado al balcón del Ayuntamiento de Valencia, engalanado con la efigie de tito Stalin, saludando a nuestro Gran Timonel: “¡Bienvenido, mister Jinping! En el pueblo español tiene usted un aliado fiel y obediente para defender sus intereses en la vieja y vencida Europa”. O algo parecido para tocarle la fibra. 

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