El legado pedagógico del pianista Blai Maria Colomer, ordenado miembro de la Legión de Honor francesa, cumple un siglo
VALÈNCIA. “Con motivo del centenario de la desaparición del compositor y pedagogo Blas Maria Colomer, el pianista Christophe Maynard presentará las obras y la vida del músico franco español, amigo de Saint-Saëns y de Ravel, que dejó numerosas composiciones para piano y para música de cámara”. Alguna historia que merece la pena desempolvar se esconde detrás de la ocasión en la que la Salle Cortot, ubicada en la École Normale de Musique de Paris y catalogada como Monumento Histórico, auspiciaba hace tan sólo un mes un recital homenaje a un pianista, compositor y pedagogo del siglo XIX nacido en València.
Blas María Nicolás Ramón Constantino Colomer Guijarro - convertido en Babylas en Francia por una cuestión de economía del lenguaje y de que la vida es muy corta- es una de esas figuras históricas poco frecuentadas y escasamente reverenciadas en la musicología valenciana y española; presumiblemente, las coordenadas temporales y, sobre todo, geográficas de su historia nunca le han hecho un gran favor a su trayectoria. Sin embargo, con los datos en la mesa, uno detrás de otro, Blai Maria Colomer forma parte de la selección de talentos históricos de la música valenciana por méritos propios. El reciente centenario de su muerte, ese que propicia recitales en París y algún otro en València como el del Conservatorio Superior de Música Joaquín Rodrigo, invita a la retrospectiva.
En tanto en cuanto es relativamente complicado encontrar referencias ponderadas a la figura de Colomer en la literatura española -no tanto en la francesa, donde se le dedican capítulos enteros en revistas como la de la Société Française de Musicologie-, gran parte de la responsabilidad de ese trabajo de prospección en busca de la justicia poética reside en los investigadores independientes. Fundamental, en este caso, es la aportación de María Belén Sánchez en su tesis doctoral titulada ‘La contribución de Blas María Colomer a la pedagogía pianística’ (Universitat Politècnica de València, 2017).
Sin duda, uno de los elementos biográficos de Blai Maria Colomer que menos ayuda a su repercusión valenciana es su partida a París a una edad temprana. Sin embargo, su formación original, la que recibió a partir de 1839 (fecha aparentemente definitiva de su controversia natalicia) cuando todavía vivía con sus padres y sus cinco hermanos en la Calle Cadena del barrio 4º del cuartel de Serranos de València, se antoja fundamental. El más pequeño de los Colomer Guijarro fue alumno, primero, de Pascual Pérez Gascón -organista de la Catedral de València y profesor al tanto de las tendencias europeas y, principalmente, francesas-, y de Justo Fuster más tarde -a quien dedicó más de una obra con posterioridad-. Ambos marcaron la carrera de Colomer, y no sólo musicalmente, también en otro aspecto fundamental en su devenir: la didáctica.
Ya en la década de los 50 (del XIX), y al abrigo de Fuster, el pianista empieza a tocar en algunos de los cafés de la ciudad, donde ameniza el esparcimiento de quienes tienen tiempo y dinero para disfrutarlo y departir sobre las oportunidades culturales y artísticas de París. Tras la muerte de su madre en 1956, Colomer aprovecha una beca para seguir ampliando sus estudios y viaja a París; allí, entre clase particular y clase particular, prepara su prueba de ingreso en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación de la capital gala. En 1957 supera la prueba de acceso para las clases de piano con Antoine François Marmontel, profesor -con posterioridad- del rebelde Claude Debussy, entre otros.
Como alumno de piano de Marmontel, se convierte en el primer pianista español en recibir el Primer Premio de Piano del Conservatorio de París en el examen de 1860 y, tras su breve época madrileña -en la que llega a tocar para los monarcas de turno-, pasa a formar parte del alumnado de Françoise Bazin; a principios de la década, repite Primer Premio en el examen de Harmonía y Acompañamiento. No serán los únicos premios que reciba Blai Maria Colomer como pianista en la capital francesa: la Société Nationale de Musique en 1978, y la Association Départamentale, la Société de Compositeurs de Musique y la Société des Grands Concerts en 1882 inician una serie de galardones que terminan con el Prix Rossini de 1889.
La huella de Colomer en la historia de la música moderna en Francia no es baladí. No en vano, Marcelle Soulage -alumna del valenciano- dedica un artículo a la convulsa concesión del Premio Rossini de 1889 al músico en la Revue de Musicologie de 1970. El 1 de junio de 1889 se hacía público el fallo del Premio de la Fundación Rossini, destinado al autor de Les Noces de Fingal (con poema de Judith Gauthier). Habían pasado casi cuatro décadas desde que Colomer había llegado a París y su adaptación había sido tal que, a finales de los 80, cumplía ya un cuarto de siglo casado con Céleste Claire Clemente Cendrier, con quien había tenido dos hijos, y formaba parte de entidades como la Société Nationale de Musique. Sin embargo, la carta en la que Léo Delibes, miembro de la Academia de Bellas Artes, le comunicaba el galardón, contenía también una pregunta: “¿es usted francés?”.
El proceso verbal del 8 de junio de 1889 recordaba que el premio de Gioachino Rossini se dirigía exclusivamente a compositores franceses. Lo cierto era que, aunque nacido en València, Colomer había obtenido la nacionalidad francesa -par naturalisation- hacía más de 30 años ya, en 1868. Además, el propio Colomer no entendía, tal y como explica Marcelle Soulage en el artículo, cómo Saint-Saëns -con quien había compartido veladas- no pudo acreditar su nacionalidad en ese proceso verbal. Acreditada la nacionalidad, aquel no fue el único problema de Colomer con el Premio Rossini, que concedía 6.000 francos a repartir entre el compositor y la poetisa.
“La partitura de Noces de Fingal era más importante de lo normal: necesitaba 5 cantantes y los coros de la orquesta”, explica Soulage en su texto: “3.000 francos para pagar a los intérpretes y las copias de las partituras eran netamente insuficientes”. Por eso Colomer, previa correspondencia con la Academia, había tratado de obtener -sin éxito- 700 francos extras: un año antes, en 1988, el francés Auguste Chapuis sí lo había conseguido. “La Academia disponía de un remanente de 1887, por no atribución de un compositor”, argumentaba la respuesta oficial.
El valenciano lo intentó por carta hasta con el Presidente de la República, Sadi Carnot, y, después de escribir también a la Academia -para preguntar cómo habían hecho desaparecer los 2.300 francos del remanente de 1887-, decidió pagar él a los cantantes (“el sacrificio será grande para mi bolsillo”, explicaba en una carta a Jules Massenet). “Bien está lo que bien acaba”, escribe Soulage en su artículo: la obra se representa con un éxito notable, a pesar de que Colomer decide cambiar de cantante a pocos días del estreno. Apenas alguna crítica negativa puntual -como la de Léon Rensy en Le Petit Journal, que aseguraba que Colomer sabía todo lo que se puede aprender, pero ignoraba lo que no se da en clase: la personalidad-, entre una mayoría favorable (incluidas las crónicas Le Figaro y La Liberté).
Durante esos años, el valenciano compagina su faceta de compositor e intérprete con la docente, en la que tiene mucho que aportar. Más allá de las clases particulares, Colomer ejerce eventualmente de profesor sustituto en el Conservatorio de París y forma parte del profesorado de l’Académie Internationale de Musique y la Maison de Saint-Denis de la Légion d’Honneur. En ambas, pero sobre todo en la segunda, es donde puede desarrollar la vertiente didáctica que termina cristalizando en la publicación de su método de piano École Nouvelle y Les Lignes Supplémentaires, publicadas ambas en inglés y en alemán.
“La propuesta metodológica refleja la inquietud y motivación que Blas María Colomer sentía por la pedagogía pianística (…) y supone una secuenciación racional que permite la combinación del aprendizaje, la interpretación y los gestos de manera natural”, se explica en la tesis ‘La contribución de Blas María Colomer a la pedagogía pianística’. En École Nouvelle, Colomer “evita la densidad de notas y, en consecuencia, las complejidades del lenguaje musical”, refleja la autora, que concluye que “la obra pedagógica de Colomer resulta de gran valor porque nos permite conocer los elementos más destacados de su enseñanza: la técnica natural de los movimientos y el razonamiento reflexivo”.
La conclusión fundamental de la tesis nos permite entender la relevancia, un siglo después, de la metodología que el compositor valenciano desarrolló a partir de su experiencia: “el método mantiene su vigencia en la actualidad. Aunque relegado al olvido, el método muy bien podría utilizarse hoy en día en las instituciones académicas con los planteamientos metodológicos actuales”, termina el texto. Colomer muere en París durante el verano de 1917 con más de 190 obras editadas y la Cruz de Caballero de la Legión de Honor francesa.