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el billete / OPINIÓN

Bochorno

27/09/2020 - 

Alguien sentenció hace años que el español es esa persona que se pasa la vida aprendiendo inglés. Puede que las generaciones más jóvenes —Z, X... no sé por qué letra van— consigan hablarlo fluently antes de apuntarse a la enésima academia a repasar lo mismo que llevan estudiando durante tres décadas y que no les sale por falta de uso en la vida cotidiana. Hablo en primera persona, pero sospecho que muchos tratarán de dominar en las mismas circunstancias un idioma que no es bajito ni se deja. Puede que el concejal Carlos Galiana sea uno de ellos.

La industria de aprendizaje del inglés en España es tan boyante que Richard Vaughan se ha hecho rico. Es boyante gracias a una paupérrima educación en idiomas en los colegios e institutos de los que muchos jóvenes salen con 18 años sin dominar el inglés a pesar de haberlo estudiado desde los seis. Se apuntan varias causas: el doblaje de las películas y series, la falta de profesores nativos —ahora hay más—, el sistema de aprendizaje y el peso de la lengua española en el mundo, que nos permite apañarnos sin dominar la lengua de Shakespeare, a diferencia de un danés o un finlandés.

A ello se suma la tipical spanish vergüenza por no hablar inglés perfectamente, reparo absurdo que no tienen los afuereños cuando chapurrean el castellano. En España evitamos hablar inglés si hay compatriotas delante para no ser objeto de sus burlas, porque el idioma no lo dominaremos pero en el sarcasmo y la chanza somos maestros. Tanto es así, que los pocos españoles angloparlantes de verdad cuando hablan castellano pronuncian Google, Trump y Shakespeare a la española para no parecer pedantes.

Ana Botella en 2013, en su defensa de Madrid como sede de los JJOO 2020.

Uno entiende que al concejal Carlos Galiana se le aflojasen los intestinos cuando se acercó la hora de salir a torear en inglés. Quizás pensó en la que le cayó a Rita Barberá cuando una tarde decidió arrancarse a decir unas palabras en valenciano y se bloqueó. O en Ana Botella, que sufrió el escarnio más por la terrible pronunciación que por la tontería del relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. 

Galiana es actor —el playback estuvo bien interpretado, con esa mano en el pecho definitiva—, así que debió de temer no tanto cometer un error en el breve discurso que había ensayado, sino las burlas que podía desatar su acento hispanovalenciano. Cuando sale un político a hablar en inglés estamos esperándolo con la escopeta cargada. Los británicos y el resto del mundo, sin embargo, ven normal que un español hable inglés con acento español y no les extraña que una búlgara tenga un strong accent búlgaro como el que gastaba la presentadora de la gala, Mariya Gabriel

Para evitar un ridículo personal, el enmascarado edil de Innovación provocó el bochorno institucional. Dañó innecesariamente la imagen de València —por cierto, la Capital Mundial del Diseño 2022 debería haber cuidado el fondo del escenario para que no pareciera una trasera de la UEFA con los patrocinadores— y echó por tierra el trabajo del equipo que había preparado la candidatura.

Suerte para Galiana que València no resultó elegida Capital Europea de la Innovación, una decisión tomada de antemano que habría supuesto un bochorno aún mayor al descubrirse el pastel. Y suerte para él que los de Compromís son de los suyos. La oposición se había confabulado para no hacer leña si València no ganaba y para cuando quisieron salir de su estupor el concejal ya había pedido disculpas por escrito. Ni siquiera Vox hizo sangre. La reacción más constructiva fue la de Fernando Giner, quien recordó la necesidad de reforzar la enseñanza del inglés en los colegios.

Galiana se disculpó y en el pecado lleva la penitencia. Tampoco era cuestión de pedir la dimisión por eso cuando no dimitió por sus contratos troceados o por su desastrosa gestión en el área de licencias de actividad de la ciudad.

Lo importante ahora es analizar por qué València no ganó. Curiosamente, el premio fue para la ciudad de Lovaina, en Flandes, región con la que el Bloc ha mantenido históricamente tan buenos lazos de amistad y de donde, casualmente, proviene la firma Fosbury and Sons, que se adjudicó la concesión de la antigua estación marítima de València a la que también optaba, agrupada en otra candidatura, buena parte de ecosistema innovador valenciano. Dos a cero. El mundo es un pañuelo.

Bochorno judicial

De lo que pensaba escribir este domingo, antes de la intervención estelar de Galiana, es de otro bochorno aún más preocupante, el de una Administración de Justicia que es un lastre para el desarrollo económico de España. El problema de la Justicia no es si el Rey va a la entrega de despachos a los nuevos jueces, ni siquiera la no renovación del Consejo General del Poder Judicial. El problema es, por poner un ejemplo entre millones, que un tribunal haya tardado tres años y medio en dictaminar que la elección de Empar Marco como directora general de À Punt fue irregular, y por tanto es nula. Una sentencia inútil porque llega seis meses después de que Marco dejara el cargo.

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