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CRÍTICA MUSICAL

Brahms y Schönberg conviven en una sesión de Ensems

La mezcla de repertorios favorece la difusión de la música contemporánea entre el público más tradicional

1/05/2016 - 

VALENCIA. Hasta el 2010, y desde muchos años antes, el grueso de la programación de Ensems se desarrollaba en el teatro Talia, aunque con incursiones en el Instituto francés, Centre del Carme, Institut Valencia de la Música, Conservatorio Superior, Universidad de Valencia, SGAE, Beneficencia, Teatro Principal y Palau de les Arts. A partir del 2011 el Talia deja de utilizarse para el veterano festival de música contemporánea, y su actividad se repartió entre los recintos citados. No aparece entre ellos el Palau de la Música, principal auditorio de la ciudad desde 1987, pero que sólo acogió sesiones de Ensems en 1988, 1995 (muy importante, con casi todo el festival en sus salas), 2001 y 2003. 

En la presente edición se han añadido espacios como La Gallera, los Baños del Almirante y la estación de metro de La Alameda, y, además, se ha roto el “hechizo” que ahuyentaba al Palau: el jueves su sala de cámara acogió el estreno en Valencia de in vain, una importante obra de Georg Friedrich Haas, y se han programado en ella ocho sesiones más. Por otra parte, el viernes se escuchó en la sala Iturbi (la más grande) Pelleas und Melisande, de Arnold Schönberg que, aun estando programada previamente, se ha puesto bajo el paraguas de la 38ª edición de Ensems, dando a conocer el festival entre el público abonado. El 13 de mayo se ha incluido en el programa –también de un concierto de abono- una obra del compositor de Sueca Voro García: Figuras que despiertan en la luz, del año 2009. Por último, el 1 de julio, el Palau acogerá el estreno absoluto de la obra “Cor d’acer”, que Ensems ha encargado al compositor valenciano Joan Cerveró. En todos estos casos se utilizará la sala grande, y la interpretación correrá a cargo de la Orquesta de Valencia, dirigida el pasado 29 por su titular, Yaron Traub. El 13 de mayo llevará la batuta Lorenzo Viotti, en un programa que se completará con obras de Jean Français y Rachmáninov

Los dos primeros programas dados en la Sala Iturbi muestran una saludable tendencia a mezclar el repertorio habitual con obras más modernas, aunque alguna de ellas, como el Pelleas de Schönberg (compuesta en 1902), tenga ya más de 100 años. De esta forma se evita la creación de festivales-ghetto, donde lo contemporáneo queda encapsulado y fuera del circuito habitual, al tiempo que se potencia el acercamiento de los oyentes más tradicionales a un repertorio nuevo para ellos.

Este viernes Arnold Schönberg tuvo la tan respetable como estimulante compañía de Johannes Brahms, del que se interpretó el Concierto para violín y orquesta. Como solista actuó Nikolaj Znaider, conocido ya por el público y los músicos valencianos, pues ha visitado el Palau en varias ocasiones, tanto en su faceta de director como de violinista. Los violines tutti de la Orquesta de Valencia recuerdan con agrado una sesión de 2007, cuando le acompañaron mientras hacía la parte solista en el Concierto de Mendelssohn, sentándose luego entre ellos, como uno más, para tocar, sólo por gusto, la Novena de Beethoven enterita. También se recuerda el gran resultado que obtuvo como director de esta misma orquesta, en un programa de 2014 que conjugó Wagner, Berg y Mahler. Con Brahms, este viernes, lució un fraseo expresivo, rico en matices y lleno de vida, aunque puntualmente resultara tapado por la orquesta. A destacar el precioso Adagio, que se acopló como un guante a la sonoridad delicada y cálida de Znaider. También la orquesta tuvo aquí su mejor momento, especialmente el viento-madera, que supo conjugar solidez y ternura en una línea melódica típicamente brahmsiana. El rondó final, muy vigoroso, mostró a un violinista ágil pero de timbre más áspero. Dio luego, como regalo, la Sarabande de la Partita núm. 2 de Bach para violín solo, donde retornó su mejor sonido.

Le llegó después el turno a Schönberg con el poema sinfónico Pelleas und Melisande, basado en la obra de teatro homónima de Maurice Maeterlinck. Para ella escribieron Fauré y Sibelius música incidental, mientras que Debussy la transformó en ópera. Schönberg no ha llegado aún aquí a la atonalidad radical, pero se encuentra ya en el borde. Sin embargo, la sonoridad suntuosa de la gran orquesta, el carácter de una historia que se centra en el amor prohibido de los protagonistas, la maldición que este amor trae aparejada, el escenario del bosque y la elaboración a partir de numerosos leitmotivs, permiten situarla en una tierra de nadie donde confluyen los últimos coletazos del Romanticismo, el teatro simbolista, el expresionismo y el abandono paulatino de la tonalidad. La complejidad de esta partitura plantea numerosos problemas a la orquesta y a la batuta que esté al frente. La densidad sonora es grande, y resulta difícil clarificar todos los hilos con que se trenza la música. Como poema sinfónico se manejan, además, numerosos elementos descriptivos y narrativos que deben tenerse en cuenta. Quedó plasmado con acierto el carácter opresivo de la obra y la relevancia de los leitmotivs, y destacaron las intervenciones de la cuerda grave, los imponentes metales, flautas, arpas y maderas. La batuta ajustó bien a la enorme orquesta, aunque no se consiguió llegar al pianissimo de verdad cuando correspondía, venciendo el obstáculo de una plantilla tan grande. 

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