El presentador y cantante actúa el sábado 28 en el Palacio de Congresos de València con las entradas a la venta entre los 43 y los 124 euros
VALÈNCIA. Depeche Mode no, Taburete sí. Spoon no, Miss Caffeina sí. Alt-J no, Café Quijano sí. The National no, Ismael Serrano sí. Ryan Adams no, Miguel Bosé sí. Father John Misty no, Andrés Suárez sí. James Blake no, Pitingo sí. Queens of the Stone Age no, Efecto Pasillo sí. Bon Iver no, Sergio Dalma sí. Está claro que esta es una de las maneras más tristes de observar la realidad. ¿Es cierto? Sí. ¿Es triste? También. Lo que nos espera en València, en lo que respecta a conciertos, de aquí a final de año -con el bonus track de Sergio Dalma en enero y el recuerdo fresco de Miguel Bosé en septiembre- plantea la sempiterna disyuntiva entre ver el vaso medio lleno o verlo medio vacío especialmente decantada hacia un lado.
Es cierto, sí: antes de que acabe 2017 en València aún tenemos por delante los conciertos de The Horrors, Destroyer o incluso, por qué no, Kase.O. Estos tres ejemplos representan cultural y musicalmente el mantra capitalista del “al menos tienes trabajo, no te puedes quejar”. Que tienes que juntar tres empleos precarios para hacer un gran sueldo precario, pero, eh, no te puedes quejar. Que cobras el salario mínimísimo después de haber estudiado una carrera, aprendido otro idioma y haberte pagado un máster; pero, eh, no te puedes quejar. Los chispazos de la agenda cultural, la evidente mejora con respecto al pasado reciente -era difícil empeorar- y la burbuja de los festivales en la Comunitat son la vergüenza del descontento, el freno al lamento, el escarnio ante el necesario ejercicio de la queja.
Rodean nuestra existencia de hitos del coaching y de Mr. Wonderful, pero tu realidad, que no deja de ser una distopía de alguien en 1950, te golpea y llega un periódico para decirte que ni en la vida ni en el alquiler se puede tener todo: tu piso será o bueno o bonito o barato. Cuando la realidad es no es que todo no se puede: es que todo no se puede para ti. No es, entonces, ver la agenda de conciertos medio vacía -que no lo está, ni mucho menos-, es más bien que el agujero es incontrovertible cuando la vida juega a hacer coincidir anuncios de giras europeas con conciertos. Ficción versus realidad. Kendrick Lamar no, Bertín Osborne sí.
No deja de ser inevitable analizar todo lo que (podemos conocer que) hay alrededor del concierto que el sábado 28 protagonizará Bertín Osborne en el Auditorio 1 (el más grande) del Palacio de Congresos de València. Hay datos verdaderamente reveladores alrededor de la pregunta que nace naturalmente al calor de este evento. ¿Por qué? Y no es tanto por qué una figura como Bertín Osborne sigue publicando discos en 2017, a pesar de que su intrascendencia como intérprete durante los últimos 30 años ha evolucionado de forma opuesta a su popularidad televisiva. Si esa pregunta no se la hacen en Sony -o sí, seguramente-, no tiene pinta de que vayamos a ser nosotros los que hallemos una respuesta razonable.
El por qué más interesante en todo este tema orbita mucho más cerca de todos nosotros. ¿Por qué Bertín Osborne ha acabado este sábado en el Palacio de Congresos de València? ¿Es València una plaza propicia para el examigo de Arévalo? A juzgar por los antecedentes, que incluyen visitas al Olympia con su obra de teatro y un concierto en el Palau de les Arts Reina Sofía para la gira de su anterior disco, sí. A juzgar por el abanico de precios que despliegan para asistir al concierto del sábado, también. Todas han subido con respecto a su anterior visita en marzo de 2016: tanto las más baratas (43.40 euros del anfiteatro lateral por las 35 de su concierto en el Palau) como las más caras (124.80 euros es el precio de las entradas de la zona premium, muy cerca del cantante).
Existe ahí otro matiz. Es interesante comprobar cómo la lógica de la mercadotecnia funciona según nos interesa: cabe pensar que, cuanto más se prodiga un artista en determinado lugar, menos puede aumentar el precio de sus entradas. Así lo dicta la ley básica del modelo económico que ahoga a la gran mayoría: cuando crece la oferta, disminuye el precio. Cuando algo es más habitual, más accesible, y deja de ser algo excepcional, pierde fuerza a la hora fijar determinados precios. A juzgar por el número de entradas disponibles en el momento en el que se escribe este artículo -alrededor de 1.000 de las 1.481 de que dispone el Auditorio 1 del Palacio de Congresos-, la lógica se empieza a asomar. Pero tampoco demasiado, porque hay muy poca lógica en todo lo que rodea a la carrera musical de Bertín Osborne.
(Por cierto, para quien se lo estuviera preguntando: queda alguna entrada más barata que las de la zona premium de Bertín Osborne para el concierto que Kendrick Lamar dará en el Festhalle de Frankfurt)
Resulta muy complicado abordar la discografía de Bertín Osborne, que en él no es ese elemento que siempre es el que define giras nacionales como las que lleva a cabo. Hay una serie de cosas que Bertín no necesita que sepas y que, en condiciones normales, serían los avales de cualquier músico profesional. Por ejemplo: Bertín Osborne no necesita que sepas que, en lo que va de siglo XXI, ha publicado 14 discos; más de los que había publicado hasta 1999 desde que debutó con Amor Mediterráneo en 1981, y muchos más de los necesarios. Bertín Osborne no necesita que sepas que el año pasado sacó un disco, Va Por Ellas, que surgió como respuesta a otro anterior suyo (Va Por Ellos, benéfico); es más, Bertín no necesita ni que sepas que ha sacado disco.
Tampoco necesita que sepas que es Sony quien edita sus discos. Sony, sí; aunque en su catálogo online no aparezca ni en la B, junto a Bob Dylan, ni en la O, al lado de Ozzy Osbourne. Donde si aparecía Sony era, publicidad encubierta mediante, en su programa ‘En Tu Casa o en la Mía’ en Televisión Española, en contra de la Ley General de la Comunicación Audiovisual. Bertín Osborne no necesita que sepas que ha grabado Va Por Ellas con la misma big band con la que grabó Crooner -un doloroso disco en el que canta por Frank Sinatra o Dean Martin-, la que lidera Aarón Pozón y empezó a ganar reconocimiento junto al cantante valenciano Javier Botella. Tampoco es necesario que sepas que la línea argumental de la promo de la mayoría de sus discos empieza por Bertín Osborne rinde tributo a: en 1993 ya cantaba que tenía “el alma enfadada de cantar sin decir nada” mientras rimaba “hora”, “adora” y “podadora” en ‘Animal Nocturno’, de Ricardo Arjona; ahora sigue haciendo versiones (incluso de sí mismo). Tampoco necesita que sepas que ostenta el récord de aparecer personalmente en todas las portadas de sus discos.
Bertín Osborne no necesita que sepas demasiadas cosas. En realidad, necesita que sepas cuantas menos cosas, mejor. Tampoco necesita que recuerdes que el último (¿único?) éxito que puedes recordar de memoria sin ser un Bertinleaver, ese tipo de canciones que trascienden el fanatismo y pasan a formar parte del acervo popular, data ya de 1982: aquel “buenas noches, señora” que eclipsó la rima de ‘Como Un Vagabundo’ (que vaga por el mundo). En realidad, todo lo que necesita Bertín Osborne es no dejar de aparecer en televisión. Gracias a eso ha revitalizado sus finanzas (restaurante y línea de alimentación incluidas), fundamental para poder hacer frente a la deuda de 5 millones que mantenía con Hacienda desde que fue condenado en 2003. De ahí quizá la tabla de precios de su concierto del sábado.