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el muro / OPINIÓN

Buenas prácticas... o disidencia

Foto: EVA MÁÑEZ

Eso de los concursos públicos, pues… Las Buenas Prácticas son más que cuestionables. Ahora existe un sprint de final de legislatura. Todos los señalados son óptimos por convicción orgánica. Reparto institucional. No estaba entre lo prometido

16/12/2018 - 

He de admitir que en su día, esto es, hace algo más de tres largos años, y en uno de los primeros textos que publiqué en estas mismas páginas, pequé de ingenuidad. Di un amplio margen de confianza a esa idea que nos transmitían desde las nuevas instituciones; filosofía sin base documental y sólo testimonial de que las Buenas Prácticas primarían a la hora de elegir a los responsables destinados a gestionar espacios y proyectos culturales, o de otro tipo, en esta autonomía o vergel político. Todos estos altos cargos específicos serían elegidos a través de concursos públicos abiertos y transparentes a más no poder. Decían.

Vistos los resultados, también ahora he de reconocer cierta decepción. Sí, vale, se han convocado concursos públicos abiertos pero no todo ha sido tan transparente ni ha primado en todas las instituciones, como así nos quisieron hacer creer. Incluso diría que a muchos de esos concursos fueron invitados algunos de los cargos que hoy están al frente de muchas instituciones, y que no todo ha sido tan universal como podríamos desear. Revisen los nombramientos, la gestión desarrollada y extraigan conclusiones de afinidad enmascarada.

Sin embargo, no dudo tampoco o también sí que muchos de los “escogidos” a través del Código de Buenas Prácticas no hayan desarrollado una gestión eficiente y limpia, e incluso que sean buenos profesionales y honestos.

“No roban”, resumió un alto cargo en pleno debate privado para convencerme. “Lo sé”, contesté. “Sólo faltaría”, añadí. “Pero también existen ineficaces y bultos”, repliqué para añadir que mientras corran las subvenciones públicas nadie levantará la voz. Eso es así. Así funciona el negocio. Y la foto.

Pero para todo eso tampoco era necesaria tanta promesa y discurso pasajero y hubiera sido mucho más sencillo una designación directa de confianza y no enmascarar la confianza a través de oposiciones en las que en algunos casos hay tantas coincidencias y sospechas que hacen dudar de cualquier intento de alejamiento político en la decisión final. Hasta de esos hoolingans políticos y peligrosos que expulsan a los inversores y renuncian de nuestras empresas desde cargos orgánicos y creen estar en posesión de la verdad o ponen en su currículum: político. Son los peores, por mucho carné de partido que tengan. Si yo fuera President, durarían segundos. Un Gobierno no puede refugiar alborotadores, y menos aún inconsecuentes. Los inconsecuentes deberían reincorporarse a su oficio inicial a la carrera. Son un peligro político. Alejan el empleo, y condenan el consumo. Pero son  “modernos” en sus redes sociales. Y se lo creen jaleados por los suyos. Espero una tesis sobre su gestión. Pero mientras tanto, se sienten protegidos. Y se esconden.  

Pero lo más grave o preocupante de ese asunto de la buena práctica, según el de turno y tras este paréntesis, ya no es el cargo o la gestión sino que no todas las instituciones no hayan aplicado el mismo rasero, aunque estén gobernadas por el mismo partido. Ni tampoco ha sido el caso de organismos vinculados a una misma institución e incluso departamento. En resumen, en unos sí, pero en otros no. Luego, todo lo contrario.

Ahí está el caso por ejemplo del MuVIM o la Beneficencia que depende de la Diputación de Valencia donde se tiene la sensación de que los cargos se han repartido bajo un disfraz que si algo no genera es absoluta confianza. Y menos aún las explicaciones aportadas y basadas argumentalmente en que debía de tener rango de funcionario de la corporación provincial para poder acceder a las direcciones de sus centros museísticos que con sus recientes nombramientos no ha hecho si no perpetuar de forma vitalicia a quienes ya ocupaban esos mismos puestos, ahora repartidos con alegría y a la carrera, como un sprint de fin de legislatura. O sea, nada ha cambiado. Ni se han modificado las normas en pro de esa nueva sensibilidad. Poca responsabilidad política y sobre todo reclamable por falta de credibilidad y, mira por dónde, transparencia objetiva.

Foto: KIKE TABERNER

Todo continúa casi igual y hasta nos apoyamos en el reparto de la tómbola para que todos estén contentos y las guerras internas o las cuotas de poder y representatividad queden compensadas y nada se transforme, aunque sea materia.

En esto de los concursos públicos, o en algunos de ellos, y no quiero señalar porque de lo que se trata es de cuestionar el sistema y el método y no a las personas, se dan demasiadas coincidencias e incluso fotos fijas de amistad o confianza extrema y/o política. Hasta vínculos de juventud y cómo no de coincidencia y obediencia orgánica, que es lo que prima por mucha milonga con aroma de pureza que aspire a embaucarnos.

Yo creía en ese tiempo en que la ingenuidad dominaba mis sentimientos y convicciones, que íbamos a vivir un auténtico periodo de cambio y transformación absoluto, ya no sólo en el fondo sino sobre todo en las formas. Y que al frente de nuestras instituciones se iba a situar a lo mejor de cada casa. No ha sido mayormente el caso. Y lo lamento profundamente vistos algunos resultados en los que el desconocimiento sobre la propia realidad a la que se accede es incluso hasta absoluta, lo que supone un verdadero peligro más allá del riesgo cuando se supone tan ligera.

Si se quiere situar a un amigo o conocido en un puesto de responsabilidad lógicamente ha de velar primero la profesionalidad y después la confianza personal o del partido de turno, aunque cuando uno es auténtico profesional de lo suyo y en toda su extensión, la confianza se dé por hecha.

Para este viaje, como decía el refrán, no necesitábamos tantas alforjas y menos tanto discurso de transparencia que ha quedado en casi nada o en todo lo contrario.

En breve tendremos, cuentan, otro concurso público. Aunque el horizonte aún no esté despejado en cuanto a fechas y fórmulas. En este caso será en el Museo de Bellas de Valencia, San Pío V, donde algunos hechos acontecidos durante las últimas semanas no dejan bien maquillada la esperanza. Más aún cuando el director cesado, destituido, sustituido o no se sabe bien qué, fue designado por la vía de la libre designación, cargo que no se ha cubierto por ese régimen de transparencia en todos estos años. Es más, las normas que rigen el nombramiento de un sustituto ya están contempladas por ley y sentencia y ha de salir de un concurso, aunque restringido dada la condición estructural y orgánica de la propia institución. Ya se hizo hace muchos años y “ganó” el que ya estaba colocado por concurso teledirigido de méritos y cuya labor científica hay que reconocer. Pero protestaron y prometieron.

Siempre he defendido, como antes anotaba, que los cargos han de ser de confianza pero que al frente de ellos no hay que estar sólo por mera confianza, que también, sino por verdadera capacidad intelectual y profesional, pero sobre todo incuestionable. Entonces todo sería y hubiera sido mucho más sencillo. De paso nos habríamos evitado escándalos innecesario y hasta tanta desconfianza en nuestras propias instituciones. Y eso sí que pasa factura, aunque algunos aún no se hayan dado cuenta todavía o consideren que realmente somos ingenuos. Añadiría, más bien extremadamente tolerantes. Así va la disidencia. A extrema velocidad.

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