El teatro llega a los municipios valencianos en riesgo de despoblación
El acto central de esta gira será la representación de 'El viatge impossible', de Escena Erasmus
Que pesan más las burbujas que los años lo descubres cuando te ves atrapada dentro de la misma parcelita de clase que heredaste de tu familia. Quizá sería más correcto contar el transcurso del tiempo así, mediante burbujas, y no por vueltas enteras de la Tierra alrededor del Sol, porque son ellas las que nos van desgastando hasta abocarnos exhaustos al fin de nuestros días. De hecho, y por qué no, deberíamos presentarnos ante los demás de acuerdo a esta unidad de medida más acorde con la realidad que nos ha tocado vivir. “Hola, me llamo Emma y voy a cumplir siete burbujas”. (Aquí me imagino un foro al estilo de alcohólicos anónimos respondiendo: Hola, Emma, cuéntanos).
Pues venga. La primera sería la olímpica número uno, la del 92. A mí me sorprendió demasiado joven, a punto de ser Dama infantil de las fiestas patronales, pero he tenido margen suficiente para encontrármela de frente en forma de precio de la vivienda en la ciudad donde trabajo. La segunda, bueno, qué decir de la segunda que no se haya dicho ya. Fue la gran burbuja, la reina madre, la Aída Nizar de todos los desmanes económicos. La inmobiliaria. Esa en la que una estampida de sinvergüenzas arrolló a generaciones enteras que aún no han entendido porqué con 18 años tenían un Audi TT y ahora con 45 lo único que tienen es un contrato basura. La tercera y la cuarta fueron las burbujas gasistas. Una apareció cuando Florentino Pérez y Recaredo del Potro tuvieron la brillante idea de plantar un almacén de gas encima de una falla geológica y la otra, cuando empresas fantasma como Montero Energy quisieron perforar las piedras con la técnica aquella del fracking.
Sobre la mesa quedan las más recientes. En mi lista figuran, por ejemplo, los macroproyectos eólicos en varios puntos de la España Vaciada, las ansias por las olimpiadas de invierno de 2030 y los fondos Next Generation de la Unión Europea. Parecen diferentes porque cada advenimiento aterriza con aires renovados pero, si se fijan, cada burbuja sigue un proceso que se corta por el mismo patrón. Un buen día aparece un cantamañanas que lleva traje para que no pienses que se ha hecho rico robando cobre y te dice: Esto que yo te traigo va a crear mucho empleo. Enseña unos gráficos inventados que aseguran que la Iglesuela del Cid será el nuevo Silicon Valley, dice no sé qué de un impacto económico que se ha sacado de sus santos huevazos y si es necesario, oye, echa los restos y se viene arriba comprando una Nespresso para el local de jubilados del sitio en cuestión.
Entonces sucede algo muy curioso. Salen los tontos del pueblo (o de la ciudad), que más o menos serían los mismos que esnifan cal de pared y dicen que es la mejor cocaína que han probado en su vida, decantan la balanza a favor del cantamañanas y empiezan a alardear de que esta vez les toca a ellos subirse a lo alto de la ola. Da igual lo que les digas, da igual que les expliques que hay un mamotreto en la costa de Vinaròs que no sirve para nada o que les persigas por la calle con una fotografía de las colas del paro del año 2010. Ellos irán a lo suyo. Se han cansado de ser pobres y llevan muchos años esperando su pedazo del pastel. El proyecto, cómo no, saldrá adelante, regará con cuatro billetes la economía local hasta que deje de funcionar y luego las aspiraciones de unos y otros dormirán el sueño de los justos. Por algún motivo que podríamos denominar así a bote pronto, qué sé yo, CAPITALISMO, después de la burbuja los pobres seguirán siendo pobres, los ricos serán aún más ricos y los bienes de primera necesidad que antes valían dos pasarán a valer cuatro.
Lo jodido es que quienes habíamos sido tildados de herejes por oponernos a lo que comúnmente se denomina “progreso económico” no podremos cantar victoria. Más que nada, porque aun teniendo razón no habremos ganado. Cada vez que levantemos la vista nos encontraremos con un generador enorme de energía eólica, con un edificio de viviendas completamente vacío o con un gilipollas adinerado de los que vienen porque oh, Matarraña, so quiet and so beautiful. Así que nada, encajaremos la derrota como habíamos encajado las sucesivas embestidas y nos sentaremos expectantes a ver cuántas burbujas nos quedan por vivir.
El acto central de esta gira será la representación de 'El viatge impossible', de Escena Erasmus