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LA TECNO RUMBA RESISTE

Camela y el sueño americano que no te interesa

El dúo madrileño, máximos representantes de la extinta cultura de gasolinera, vuelve a València para actuar en la Casa de la Cultura de Burjassot el 5 de octubre

4/10/2018 - 

VALÈNCIA. De tanto asistir a sus representaciones en la predominante cultura popular norteamericana, el denominado Sueño Americano ha acabado teniendo su mostosa réplica en el mueble de la tele de este país. De tanto verlo en sus productos cinematográficos, principalmente, se ha desarrollado una especie de equivalencia y la representación más perversa del sueño americano se ha instalado en nuestras vidas. Con especial dedicación a esa generación española a la que se le aseguró que, estudiando y obteniendo un título universitario, iba a tener la vida solucionada. El sueño español era un poco así. Y la realidad, que siempre termina por imponerse a los sueños, se ha impuesto de la misma forma que lo hizo con el sueño americano original. 

Principalmente porque, como en la música, casi siempre vamos a rebufo. “El Sueño Americano se ha quedado sin gasolina. El coche se ha parado. Ya no abastece al mundo con sus imágenes, sus sueños, sus fantasías. Ya no. Se acabó. Ahora suministra al mundo sus pesadillas”. Esto lo decía J.G. Ballard en 1983. No es que haya sucedido de repente. Nosotros nos estamos enterando ahora, pero todavía estamos en la fase de comprender que el sueño americano, tal y como se planteó en sus inicios, no es tanto pegar el pelotazo y hacer vídeos subido en el capó de un deportivo con un palo de golf en la mano, como el derecho a disfrutar de una vida plena. Nosotros estamos todavía con el sueño de El Gran Gatsby. Otro rollo. Uno más clasista.


Por eso, cuando el sueño americano se manifiesta en su esencia más pura, aquí escuece. Porque, además, hay un factor diferencial entre Estados Unidos y España. “Son siempre peligrosas las generalizaciones pero, en cierto sentido, pudiera decirse que el vicio que lastra a la masa española es la envidia”, escribía Camilo José Cela en los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura en 1959. Más de tres décadas antes de que Camela publicaran su primer disco de estudio en 1994 e iniciaran la representación más viva del equivalente al sueño americano en España. Al final ha resultado que en los 90, tierra de metadona y también de esa de las oportunidades que tanto ha preconizado Hollywood; con ese caldo de cultivo (el segundo) ascendió Camela de la nada, mucho antes de que existieran trampolines como Operación Triunfo. Sin embargo, al parecer nunca nos vino demasiado bien.

Camela actuará en València, de nuevo este año, el viernes 5 de octubre en la Casa de la Cultura de Burjassot.

 

Del mercadillo a las gasolineras

Llama poderosamente la atención nuestro desequilibrio emocional y empático entre un producto cultural del sueño americano y Camela. Mientras se veneran historias vitales de legendaria epicidad, Ángeles Muñoz y Dioni Martín (apoyados en formato trío por Miguel Ángel Cabrera hasta hace un lustro) pasaron de vender maquetas en formato cinta en mercadillos a firmar con la división española de Warner. Con el reconocimiento de una parte importante del público (el pueblo, como ellos lo llaman), pero con el desprecio, la risión y, en el mejor de los casos, la indiferencia de la otra parte; apoyada, además, en la crítica y los medios de forma habitual.

Ella encuadernadora, él vendedor de mercadillo con una furgoneta para hacer portes. Los territorios en los que se han movido tampoco son del gusto del español que cree que todos son idiotas menos él: del bar del tío de ella a un puesto de cintas de Getafe, y de ahí a los clásicos expositores de las gasolineras. Su única oportunidad en Instagram se reduce a la boutade. Sin embargo, no deja de ser extraño, pues el desarrollo de Camela en la consecución del sueño español bascula de forma integral a lo largo de todo el espectro del concepto: desde el inicial de alcanzar una vida plena, a la mutación capitalista de El Gran Gatsby; no en vano han vendido más de 7 millones de discos en los últimos 25 años. Y lo que habrá escapado al control de las cifras oficiales. 

 

Independientes… de verdad

Que será mucho. Lo que habrá escapado, digo. Porque el éxito de Camela se fundamenta en explotar las virtudes de vivir en la periferia del sistema. Si el proyecto empezó a ganar vuelo gracias al boca aboca y la venta de cintas grabadas en puestos de mercadillo, el fenómeno se desarrolló gracias a la sublimación del sistema. Poco se habla de la mágica confluencia de Camela con AR Producciones, la discográfica de Alfonso Corral Corchero. Al más puro estilo Avon Barksdale, Corral controlaba casi todo lo que se movía con cierto éxito en las calles; o, más bien, en gasolineras y mercadillos. Especializado en aquello que entonces se dio en llamar tecno-rumba o flamenco pop, lo más importante en todo esto fue la capacidad de AR de controlar la distribución a pie de calle. 

En este sentido, Corral -cuyo curriculum lo sitúa en CBS entre 1976 y 1987- regentaba una discográfica que funcionaba en los márgenes del sistema. Pero, claro, como Camela, su independencia tampoco es que fuera santo de la devoción de ese movimiento que llegó a España en los 90. ¿Qué hay más independiente que un grupo que empieza su carrera vendiendo maquetas en un mercadillo y que disfruta de sus primeros éxitos en una discográfica que fundamenta su existencia en una distribución alejada de las grandes superficies y los establecimientos de las capitales de provincia? Entre 1994 y 1999, Camela y AR publicaron un disco al año. Ni Dylan hizo eso en los 60. 

La España que no quieres ver vende 7 millones de discos


Entre 2000 y 2011, su periodo en EMI-entonces sello de Amaral o Raphael-, tampoco es que bajaran el ritmo: 8 discos en apenas 12 años. Aquí la media Depeche Mode de un disco cada 4 años no se contempla; si la cosa funciona, para qué dejar de hacerla o cambiarla. Lo cierto es que en un cuarto de siglo Camela todavía no ha agotado su propuesta, por mucho que la hayamos denostado sin compasión. No han dejado de vender discos y generar negocio a su alrededor, la prueba es que a día de hoy comparte catálogo en Warner con Bunbury, Alejandro Sanz o Love of Lesbian; tampoco es señal de agotamiento cerrar tres fechas durante el mismo año en València.

Hace un año, Iñako Díaz-Guerra escribía en El Mundo una crónica de su jornada con Camela y decía aquello de “por fin ya no es tabú decir: me gusta Camela”. 25 años después, quizá no sea tanto que ya no sea tabú como que la policía de la superioridad moral e intelectual hemos encontrado otros objetivos (tales como OT). Sin embargo, no ha dejado de existir. Que el equivalente español del sueño americano tenga que salir de mercadillos y gasolineras, de gitanos de Madrid, no termina de encajar. Y el botón, quizá el más mundano, de todo esto es el tuit que, desde noviembre de2013, tiene fijado en su cuenta Dioni Martín: “Pues si, soy gitano, inculto, analfabeto, criado en chabolas y me busque la vida en merkaillos...aah! y también e vendido 7 millones d discos” (sic). 


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