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NOSTÀLGIA DE FUTUR  / OPINIÓN

Caminatas, soledades y cambios de opinión

30/01/2020 - 

Me gustan las personas aunque me cueste un poco más apreciar algunas individualidades. Como a todos, me guían prejuicios y sesgos que funcionan como atajos interpretativos naturales. La perspectiva empírica le va ganando la batalla al razonamiento interpretativo en las ciencias sociales y también, en general, en discusiones elevadas o barras de bar. Aún así, la posverdad, la distorsión deliberada de una realidad para adaptarla a ciertos intereses cuidadosamente camuflados, las ‘verdades’ modificadas con datos e historias contadas para parecer otra cosa, son minas en el campo de batalla de la conversación cotidiana. Curiosamente, los voceros interesados en las verdades a medias, suelen ser aquellos que con mayor vehemencia consideran inamovibles las opiniones de los otros. 

Entre mis sesgos propios he descubierto que suelen interesarme más, emocional e intelectualmente, las personas que reúnen tres características: disfrutan de andar, saben y necesitan estar solas y están abiertas a cambiar de opinión.

Andar es relacionarse con el mundo de la manera más lógica, al paso natural que nos marca la biología para el que nuestros sentidos están diseñados. Nos permite percibir realmente la distancia, los pesos y las texturas de los suelos. Supone observar el paso de otros, los productos construidos por nuestras acciones, las capas evolutivas del territorio que habitamos. Es una práctica de pensamiento necesaria para activar conexiones neuronales y entrar y salir en transición de nuestras esferas de actividad —el trabajo, la casa, los nuestros.

Me atrevería a decir que hay una correlación casi perfecta entre aquellos que disfrutan de andar y las personas que saben y necesitan estar solas. Andar es una actividad muchas veces solitaria y forzosamente reflexiva, intuyo que por eso es evitada por algunos, más que por cuestiones físicas o climatológicas. Saber estar solo requiere de cierta valentía y es condición necesaria para un disfrute más pleno de la buena compañía. Y hablo de la soledad no solo como transición o como espera, sino como ejercicio diario. 

Caminatas y tiempos de soledad se complementan con otra práctica que puede parecer lejana pero no lo es en absoluto: la saludable costumbre de cambiar de opinión. Reflexiones y paseos obligan al cuestionamiento, a la observación. Nos hacen más propensos a la duda. Nos desafían. Ser capaz de cambiar de opinión requiere humildad y empatía, virtudes intrínsecamente humanas. Tenemos que defendernos de la condena, muy contemporánea y muy tuitera ella, de ser presos de aquello que dijimos en el pasado. 

Joan Fuster lo escribió como un mazazo: ‘reivindiqueu sempre el dret a canviar d’opinió: és el primer que us negaran els vostres enemics’. Enemigos que hoy son soldados de la posverdad y que únicamente reclaman en los demás la invariabilidad de lo que se opina. Enemigos a los que seguro no gusta andar a solas.

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