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el muro / OPINIÓN

Carmen, mujer estupenda

Foto: EVA MÁÑEZ
25/10/2018 - 

Sucedió una noche. Carmen quería hablar conmigo, Eran tiempos de periodismo de combate e inconformismo empresarial y cultural en una sociedad en la que casi todo estaba comenzando a construirse. Ella estaba entonces al frente del IVAM. Pero, como siempre, era objeto de feroces críticas. Se le acusaba de frivolidad porque le gustaba salir de noche, vestir moderna, ser divertida y a primera hora estar de nuevo en primera línea de combate dando la cara o poniendo en marcha una nueva iniciativa. Siempre repleta de vitalidad.

Además, era buena gestora, para qué negarlo. Menos ahora que ya no está. Aquella noche acabamos a las puertas de mi casa sentados en su panda blanco en el que atravesamos la madrugada hablando. Estaba entonces envuelta en una pequeña/gran batalla entre los sectores que querían controlar las líneas del museo que por entonces dirigía. Los dos sectores que disputaban por asaltar el organismo le acosaban por todos los frentes. Le creían débil. Se le reprochaba de todo. No entendía el acoso al que le sometían. Ella quiso explicarse. Al menos para que tuviera conocimiento exacto de lo que sucedía, no tomara partido por ninguno de los dos bandos y fuera ecuánime hasta el límite de mis posibilidades. No me pidió nada. Acabó llorando. Se derrumbó por la presión que llevaba guardando en el estómago semanas, meses. Esa noche descubrí a la persona y cambió mi percepción sobre ella. Ganó la persona y ella después, la batalla. Con éxito y tesón. Era una luchadora muy fuerte. Acabó siendo ministra gracias a ese vitalismo y gestión desde esta autonomía tan cainita y que más tarde le traslado al Ministerio de Cultura, al Senado y hasta la oposición municipal cuando nadie se atrevía a encabezar una lista por miedo al esperado fracaso. Ella sí había dado el paso siendo consciente de que ya había alcanzado la gloria y tenía mucho que perder. Pero había que dar la cara.

Carmen Alborch será una mujer irrepetible. Lo dije entonces. Lo repito ahora. Transmitía entusiasmo a todo lo que hacía y era generosa, honesta y luchadora, pese a que las bofetadas le continuaron acompañando y las aguantara siempre con una sonrisa y su razón. Allá por donde pasara.

Fue en diciembre de 2009 cuando desde su gabinete municipal me sugirieron una nueva entrevista. Acababa de publicar su cuarto libro, “La ciudad y la vida”, una especie de memorias a través de su trayectoria profesional y vital. Un libro repleto de historias y vivencias compartidas y observadas desde más cerca o más lejos entre un joven periodista y una gestora desde aquella noche mágica, más cercana y humana. No lo dudé. La primera pregunta de aquella entrevista que hoy recupero del libro La Galeria que publicó la UNED Valencia se la lancé al vuelo sin más.  

-Ex ministra, diputada, senadora, feminista, líder de la oposición…¿Me aconseja el mejor epígrafe?,-pregunté sin saber por qué.

-Una vez, -comenzó a contestar-, me preguntaron por mi epitafio y, espontáneamente, dije: “Carmen, buena amiga, buena hija y mujer estupenda. Pero en este caso elegiría el de valenciana comprometida.

En aquella entrevista se desnudó interiormente hasta que miró el reloj y dijo nerviosa: “ya seguimos hablando, me he despistado y en 30 minutos sale mi avión”. Salió corriendo. Como siempre hacía. Nunca dejaba de estar presente allá donde creía que debía estar y sin desfallecer. Dando juego o acompañando a los miles de amigos que deja.

Me quedé un rato en aquel frío despacho de la sede de Blanquerías escuchando la conversación para comprobar si ya tenía bastante material para publicar. Mientras la revisaba volvía a coincidir años después en que más allá de la política, la acción cultural o la supuesta frivolidad de la que se le acusaba por vivir su tiempo y su momento, ella creía en el ser humano y en su sociedad. No escondía ningún intento personal por ser más de lo que ya había sido, ni tampoco le movían otros intereses como suele suceder en esto de la política en la que ella, pese a sus creencias, no dejaba de ser una mujer comprometida, pero al mismo tiempo independiente, pero siempre volcada por su sociedad y el compromiso personal.

Nunca cambió. No era un personaje. Siempre se mostraba cercana con todos, sin miramientos. Y de forma muy valiente.

-¿Qué tiene la política que aún le anime a seguir en primera línea?, le pregunté aquella tarde.

-El compromiso. Lo importante son las convicciones. En la ciudad quedan muchas cosas por hacer: desde rehabilitar los centros históricos hasta crear empleo, viviendas de protección oficial, un centro de diseño, más transparencia, que el río llegue al mar, rehabilitar el Cabanyal e incluso parar apisonadoras-, contestó.

Parece que no haya pasado el tiempo, aunque sean ya diez años. Más allá de la gestión, su paso por el gobierno autonómico y central, -“Carmen, escucha que luego no podrás filtrarlo a la prensa”, cuentan que le decía Felipe González durante los Consejos de Ministros- su energía, aportación a la sociedad, su enorme sonrisa ella era sensible a su alrededor. Trasmitía energía positiva.

Me quedo con esa imagen y su lucha con la enfermedad sin ocultarla ni abandonar inauguraciones, estrenos teatrales haciendo cola como uno más, consejos personales, activismo...hasta el último día. Siempre dando batalla por lo que creía. Hasta el pasado 9 de Octubre cuando subió ya muy débil a recoger la Alta Distinción de la Generalitat, desmejorada pero sin perder la sonrisa, ni un ápice de vitalidad y lucha, en este caso interior.

Tenía razón: buena amiga, buena hija pero, sobre todo, mujer estupenda.

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