La gran voz del fado actual presentará su último disco, Portuguesa, en Les Arts
VALÈNCIA. Carminho es la gran voz mundial del fado actual, sin matices. La cantante portuguesa se ha alzado, por méritos propios, como la representante del género tradicional portugués. Ahora está de gira con su último disco, Portuguesa, “un ejercicio”, según ella, que recalará el próximo 8 de febrero en Les Arts.
- Estás de gira por Europa presentando tu nuevo disco. ¿Qué complicidades y diferencias te encuentran cuando presentas este género tan particular, culturamente hablando?
- Es increíble descubrir cómo el fado, con su espontaneidad y con su emoción, llega a los corazones del público aunque no entiendan la letra o la cultura que lo construye. Hay una mística del corazón en esta música porque habla directamente de las emociones, pero también es una forma de encaminar la poesía y de cantar. Es algo enigmático pero encantador.
- En tu idea de mantener la vigencia del fado, ¿cuál ha sido el reto de este disco?
- Este disco es un ejercicio de la práctica del fado. Para practicar, es necesario escuchar, repetir… Es como cuando eres una niña, que necesitas asumir las interpretaciones, que no es copiar. Una vez lo asumes, es cuando puedes preguntarte qué hacer con ello. Yo empecé a practicar fado en la barriga de mi madre, que cantaba fado en todo momento. Mi formación musical fue autodidacta, pero basada en la transmisión de los antiguos. Y esa tarea de buscar las canciones tradicionales y buscarles un poema es una práctica de los fadistas. El género tiene una plasticidad que te permite separar las letras de la música. El fado puede ser un instrumento para un discurso de hoy. Es una lengua muy viva que puede hablar de ahora, pero utilizando un género tradicional con una historia detrás.
Hay fados que canto en el escenario y conozco desde que tengo 12 años. Y siempre son nuevos, siempre me trae algo nuevo para dar y para sentir. Por eso este disco ha estado centrado en buscar viejas músicas y ponerles nuevas letras, pero también buscar textos de los grandes poetas y componer nuevas músicas para ellos, haciendo también una investigación sobre los compositores importantes, también los de mi generación. Es un repertorio que gira entorno a la portugalidad y el fado.
- El fado es poesía, es canto, es instrumentación, es textura… ¿Con cuál de estos pilares te cuesta menos innovar?
- Para mí es muy importante el papel de un lenguaje que está basado en el vértigo del silencio. El silencio es la hoja blanca, el principio. Todo lo que vas a contar y a componer tiene que ser muy sencillo y muy cogido por pinzas. Yo suelo cantar con el trío tradicional, y claro, la voz es el centro, la interpretación de la voz es el principio de todo y lo que dirige el resto de instrumentos. Y también la visión de algunos sonidos y texturas que no busco en este o en otro instrumento, pero encuentro la respuesta después, en la emoción del fado. Para conseguir eso, para sentir lo que me puede dar el fado, hay unos instrumentos que me recuerdan más las emociones de cantar en una casa de fado.
Para mí es importante grabar siempre en vivo con los músicos para conseguir que, aunque haya algún error y no sea la perfección, se note una autenticidad. Y todo tiene que nacer de la voz.
- A pesar de las giras largas, de los grandes conciertos, de los festivales… ¿Tu pulsión por pensar continuamente sobre la música portuguesa te empuja de vuelta siempre a esas casas de fado?
- El fado es una práctica que mira continuamente tanto el pasado y como el futuro. Yo no estoy haciendo un ejercicio de memoria. No tengo esta relación con la tradición, porque no creo que sea algo rígido ni establecido por nadie. No hay reglas y tu tradición es diferente a la mía, porque la tradición también está ligada a las experiencias personales de cada uno. Mis vivencias han sido diferentes a las de otros fadistas, por eso la tradición para mí no es un sombrero que lo cubre todo. Y por eso tengo que buscar dentro, en mis memorias. Y por eso también a veces encuentro lo que busco cantando fados con mi madre o con mis amigos, escuchando cómo lo cantan otros; recordando que quiero buscar esa emoción encima del escenario y reducir al mínimo esa distancia con el público.
- Tus letras no son historias con una presentación, nudo y desenlaces, sino emociones que trasmites muchas veces con paralelismos con la naturaleza. ¿Cómo enfocas la composición de las letras?
- Es muy difícil de explicar y aún lo tendría que pensar más de lo que lo hago, pero para mí es algo muy emocional y muy espontáneo. Me vienen imágenes en mi cabeza, o siento una emoción muy fuerte, hago un trabajo personal para buscarle explicación. Búsqueda, entendimiento… En este trabajo de autoconocimiento de las cosas que me han sucedido, me vienen a la cabeza imágenes que me pueden explicar a mí misma y a otros aquello que me pasa. Esas imágenes se convierten en canciones porque, como siempre estoy cantando, automáticamente me salen los versos con la estructura fadista.
En el caso contrario, cuando tengo un poema y tengo que buscar una canción donde colocarla, siempre busco cuál es la melodía en la que me encantaría cantarla. Ahí empieza a salir la música con la estructura tradicional. Tradicional, que no antigua, porque tiene unas reglas de composición, tamaño de verso, musicalidad y armonía… Todo eso, aunque no se invente, puede sonar nuevo.
- ¿Qué le pides al público? ¿Qué esperas del público para entrar en tu música?
- Mi padre no canta porque desafina mucho, pero el resto de mi familia (mi madre y todos mis hermanos), sí lo hacemos. Él decía que también era fadista, porque no es fadista solo quien canta y quien toca, sino también quien sabe escuchar. Sabes escuchar es una predisposición a abrir el corazón, a dejarse llevar por las melodías, de escuchar con una mente abierta. Siempre habrá una frase que encenderá una imagen en tu corazón, si te dejas. En todo caso, yo solo pido que cada persona sea ella misma.