Los neocomunistas de Podemos son intocables en el Gobierno de los ricos. Se les ve altaneros, en creciente soberbia. Pero, analizados uno a uno, no van más allá de ser los gamberros de una izquierda infantil e inofensiva. Carrillo, aun con sus crímenes, era un titán de la política en comparación con estos aprendices de la nada
Yo debía de tener 20 o 21 años. Estudiaba tercero de Periodismo en la Universidad Complutense. Era invierno. Hacía entrevistas para el diario Ya y así me sacaba un dinerillo. Eran entrevistas de todo tipo, a cómicos, escritores, políticos. No sé qué me llevó a entrevistar a Santiago Carrillo. Ahora pienso que fue una osadía. Una larva de periodista conversando con uno de los artífices de la Transición. Parece irreal pero así fue.
A finales de los años ochenta, que es cuando se celebró la entrevista, Santiago Carrillo era el secretario general del Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista. Lo había fundado tras ser expulsado del PCE en 1985. Fue una organización irrelevante que acabaría integrada en el PSOE.
Carrillo, que por entonces salía poco en los papeles, necesitaba consolidar su nuevo partido dentro de la izquierda, y por eso accedió a ser entrevistado por un estudiante de Periodismo que además trabajaba para el periódico de los obispos.
La sede del Partido de los Trabajadores estaba en la calle Campomanes, junto a la plaza de Isabel II, a escasos metros del Teatro Real. Era un piso sencillo y austero en el mobiliario. Me recibió Belén de Piniés, la secretaria del político. En el vestíbulo había un retrato de La Pasionaria.
Carrillo me esperaba en su despacho. Elegantemente vestido, siempre de traje y corbata, me dio la mano y me invitó a sentarme. Se encendió un cigarrillo. No era alto y tenía una cabeza poderosa, grandilocuente. Me fijé en sus dedos amarillos, castigados por la nicotina, y en los ojos que se adivinaban tras las lentes gruesas de sus gafas. Creo recordar que eran azules. A sus más de setenta años gozaba de buena salud, que él atribuía a tomar una aspirina diaria, consejo que le dieron los rusos en alguna de sus estancias en Moscú.
“Carrillo representaba una ideología que siempre combatiré por ser enemiga de la libertad, pero lo prefiero a los chiquilicuatres de Podemos”
Fue educado y cortés con quien escribe estas líneas. Desde el primer momento supo que tenía enfrente a un periodista tan inexperto como voluntarioso. Llevaba muy preparada la entrevista. Le saqué un buen titular contra Julio Anguita e Izquierda Unida, que eran sus bestias negras. En el Ya me felicitaron por ella, y yo regresé, todo ufano, al colegio mayor donde residía.
El sábado en que se conoció la composición del nuevo Gobierno de los ricos (el de Ana Patricia, Pallete y el feo de Iberdrola), acabé de leerme El zorro rojo. La vida de Santiago Carrillo, de Paul Preston, un historiador progresista que también ha estudiado las figuras de Franco y Juan Carlos I. A este último le dedicó una hagiografía.
Gracias a su longevidad, Carrillo sobrevivió a sus errores y trató de borrar sus crímenes. El responsable más conocido de la matanza de Paracuellos, cuando era consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, se convirtió en un héroe nacional por su papel decisivo en la transición pacífica de la dictadura a la democracia.
El joven revolucionario que traicionó al PSOE poniendo a las juventudes socialistas bajo la órbita de Moscú aceptó, en los años setenta, la monarquía parlamentaria y la bandera rojigualda.
El político estalinista que denunció a su padre Wenceslao por participar en el golpe del coronel Casado contra Negrín; el que ordenó el asesinato de camaradas del interior por desobedecer sus órdenes en la posguerra; el que fracasó en todos los intentos de derrocar a Franco, se ganó después el crédito de nuevo demócrata al abrazar el eurocomunismo y mantener su dignidad parlamentaria en la asonada de Tejero (fue el único, junto a Suárez y Gutiérrez Mellado, que no se escondió bajo su escaño).
Carrillo, transformista de la política, con sus muchas sombras y algunas luces.
Después, la historia es conocida. Los socialistas, de vacaciones en la dictadura, le birlaron la cartera al PCE, verdadero opositor al franquismo, gracias a la CIA, la bendición de Willy Brandt y el oro alemán.
Hubo que esperar a enero de 2020 para que el Gobierno de España tuviera ministros comunistas. Esto no sucedía desde 1939. ¿Qué hubiera pensado Carrillo de la muchachada de Podemos? Hubiera sonreído con el cinismo de viejo zorro.
Porque los neocomunistas de Podemos están hechos de otro material, con pladur del barato. Oportunistas, líquidos en lo ideológico y sobre todo vividores de lo público, son ejemplo de una izquierda infantil que se agota en una retórica que nunca pasa a los hechos para defender a quienes dicen defender, los ofendidos y los humillados.
Carrillo, aun con sus crímenes, Marcelino Camacho, Julio Anguita y Francisco Frutos representaban una ideología que yo siempre combatiré por entender que es enemiga de la libertad y aliada de la pobreza, como se ve en Cuba, pero sus figuras merecen mi respeto. Eran comunistas de verdad, enemigos de altura; en cambio, los cuatro enanitos de Podemos —el jovencito y desocupado Garzón, la monologuista gallega, primorosamente vestida, y las niñas Belarra y Montero— sólo se ganan nuestro desprecio y escarnio. Ni siquiera son grandes haciendo el mal.
Puestos a elegir, nos quedamos con Carrillo antes que con estos chiquilicuatres de la extrema izquierda. Lo mismo cabe decir de la derechina. Don Fraga Iribarne siempre saldrá ganando si lo comparamos con los atildados Teo y Cuca. A unos y a otros los enviaríamos a Eurovisión. El último puesto lo tendríamos garantizado.