Nunca sabré cuándo el diseño valenciano entró en mi vida, porque probablemente ya estaba allí en aquellos efervescentes años 80 en los que, como los propios profesionales reconocen hoy, estaba todo por hacer
VALÈNCIA. Con ese carácter social del diseño por hacernos la vida un poco mejor desde la comodidad de una silla, el reclamo de un cartel o la claridad de algún proceso cotidiano, el diseño valenciano se colaba en las casas desprendiendo una frescura y carácter mediterráneo que lo hizo único. Y aunque aquella aparición en escena de una profesión que de alguna manera o nacía o salía del armario en nuestro país se ganó la muletilla de “de diseño” para hablar con cierto trato despectivo de cosas caras o estrafalarias, fue en lo ordinario y no en lo frívolo en lo que el diseño fue calando hasta hacerse indispensable, por lo estético pero también por lo útil demostrando su naturaleza funcional.
Probablemente fue la librería Literatura en casa de mis tíos que redescubrí con ilusión más tarde ya consciente de la joya que era, los juguetes de los Reyes que venían diseñados desde Alicante, aquellas portadas de discos de grupos valencianos, las lámparas tan especiales de aquél restaurante del centro o las llamativas y originales señales de la autopista. Y veinte años después me encontraba coleccionando botellas de vino por sus etiquetas creadas por Dani Nebot, poniendo en una estantería un Agua de Valencia de Nacho Lavernia, como un mitómano haciendo fotos a los primeros diseños de Ximo Roca para Andreu World, enmarcando un espécimen tipográfico de Pepe Gimeno y un cartel de Company y Bascuñán de ACTV o encargando para el trabajo unas sillas de Marcelo Alegre para Actiu.
En aquellas primeras ediciones del salón Nude en la Feria del Mueble recién arrancado el nuevo siglo comprendí que todo ese ingenio e inspiración que desprendían CuldeSac o Héctor Serrano venía de una serie de maestros que cimentaron el diseño valenciano y de los que otros beberían después. Profesionales que fraguaron los valores del diseño de este punto del mundo, de una Comunitat Valenciana que desborda creatividad.
Adoro lo luminoso del diseño valenciano. Es color. Me encanta lo alegre y lo humanista, su ingenio que a veces es sorpresa y a veces incluso disparate. Hay pureza en el diseño valenciano, hay romanticismo y belleza. El diseño valenciano es valiente porque toda una generación de atrevidos eliminaron las fronteras y trasvasaron disciplinas. Hay improvisación pero mucha intuición en nuestro diseño, que hace que los proyectos funcionen. El diseño valenciano no es arte, pero hay obras de arte en el diseño valenciano. Es reflexivo. Es vocacional.
El diseño valenciano es ambicioso porque cada profesional aspira siempre a hacer el gran proyecto, por diminuto que sea el encargo. Hay cuidado en los detalles, y hay amor.
La ilusión de aquellos 80 hizo el resto, creando experiencias en los usuarios, pero fueron muy importantes los lazos que se estrecharon hacia dentro de la propia profesión, caracterizando así al diseño valenciano como fraternal y entre amigos, una singularidad más que nos destacaba a nivel nacional donde siempre fuimos el gremio raro, pero visto con una sana envidia.
El diseño valenciano es pólvora, pero se siente humilde. Debería ser uno de los mayores orgullos de esta tierra que desde Castellón a Alicante exporta talento pero nunca nos lo hemos terminado de creer, y es que no son muchas las retrospectivas llevadas a cabo, pero en ellas se ha podido visibilizar de forma demoledora todo lo que tenemos en casa como la muestra Suma+Sigue del disseny a la Comunitat Valenciana (MuVIM, 2009), el documental Cuarto Creciente: 25 años de diseño en la Comunitat Valenciana (ADCV, 2011) o la exposición Tres décadas de diseño (Las Naves, 2015), tributos que han reunido y descubierto que no son pocas las piezas valencianas entre las más icónicas del diseño nacional. Es abrumador verlo en conjunto.
Son más de tres décadas desde lo que ha pasado a la historia del diseño valenciano como el nacimiento del sector más profesional, atravesando crisis y esplendores, con una cultura del proyecto única que sigue siendo evidente en la forma de diseñar y en los procesos aunque en el resultado sea más difícil que nunca diferenciar por los clientes y mercados internacionales. Y es que el diseño valenciano, sus profesionales, no sólo son reconocidos (desde ferias a premios) sino reclamados. Treinta años han dado para mucho, y ahora la profesión rezuma una madurez que espero nos haga conscientes de lo que tenemos, de lo que somos.
El diseño ha sido la pasión de la que algunas empresas carecían para salir al mercado o para revitalizar su rumbo en épocas de incertidumbre. Apostar por diseño es invertir en cultura empresarial, ese ingrediente que entra por necesidad, pieza clave en el despegue de la industria valenciana nos refiramos a la exportación de naranjas de principios del siglo pasado, a la del mueble o a la del videojuego. Si hablábamos antes de la valentía de los diseñadores que en los ochenta no supieron poner límites a sus especialidades, eso ha derivado en fomentar el diseño valenciano como multidisciplinar y, en definitiva, transversal.
El diseño es tan simple que por eso es tan complicado, que decía Paul Rand. Esa es nuestra esencia, aunque en boca de un diseñador clásico norteamericano. El diseño valenciano nace de la artesanía y sigue recurriendo a ella para elaborar los procesos más innovadores, es tradición y es tecnología, y es esa interesante intersección parte del proceso que hace que lo que termina por concretarse en productos, imágenes, interfaces o recursos sea en definitiva tan nuestro, tan único y tan cargado de valores.
El diseño valenciano siempre había estado mirándonos desde un cartel o una botella, una mesa, un azulejo o una alfombra. Los sectores industriales más fuertes de la Comunitat Valenciana se diferenciaron y despuntaron por su diseño y así calaron en nuestras vidas, con esa función social del diseño de hacernos la vida más sencilla o un mejor entorno.
La generación actual de diseñadores valencianos es la más prometedora que ha habido. Trabajan desde la Comunitat y también desde Londres, Los Angeles, Frankfurt y Estocolmo, y siguen compartiendo oficio con los más consolidados, los generosos y bonicos que forjaron lo que es hoy el diseño valenciano y esa manera nuestra de vivir y ver la vida, de cómo sentarnos, vestirnos o comunicarnos visualmente, desde la empresa hasta el urbanismo, desde nuestras casas al mobiliario urbano.
Esto no es una mirada atrás sino una carta de amor a lo que vendrá, al buen diseño. Al diseño valenciano.