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encierro cultural / OPINIÓN

Cartón piedra

9/07/2020 - 

VALÈNCIA. Hace un calor de narices. El sol pica. Te giras y ves una heladería a la que te diriges como quien va a Lourdes. Tarrina pequeña. Sabor limón. Bien fresquito. Lo miras. Te mira. Todos te miran. Cargas por primera vez la cucharilla. Abres la boca, ya notas el fresquibiri en los labios y llegan… los aplausos. Vítores, fanfarria y un buen puñado de cámaras de móvil apuntándote. Lo has conseguido. Parecía imposible, pero ahí está la prueba. Tú solito. Por ti y por todos tus compañeros. Saludas a la multitud. No son tantos como antaño, pero ahí siguen, haciendo ruido a cada paso que das, desplegando la alfombra roja a lo cotidiano. Todo esto es para ti. Te subes al coche. Estás satisfecho. Otro día más en la oficina. Por la tarde te llevan a una nueva ciudad. Te llevan, sí, porque tú no conduces. A tu llegada, visita obligada al museo de turno, con saludos de turno y discurso de turno. Más aplausos, vítores, ansia de selfie y cánticos.

La fotografía, a medio camino entre Truman y Mr. Marshall, es la protagonizada en los últimos días en la visita de los reyes Felipe y Letizia a València y Benidorm, en su gira española y muy española tras el confinamiento. A cada visita dejan un buen puñado de imágenes en las que se eleva a categoría de extraordinario lo cotidiano. De la cata de un helado a una charla de ascensor con vecinos de la zona. Pero la historia tiene más de pose que otra cosa. La propia Letizia lo dejaba caer cuando, saliéndose del guion -o reforzándolo-, pedía a su marido que se apoyara en la barra de bar en una de sus salidas, creo que en Canarias, consciente de que la comunicación corporal es tan importante como la verbal. La naturalidad también se finge. 

La gira hizo parada en València el viernes con unos Premios Nacionales de Innovación y Diseño en los que no hubo espacio para dar voz al diseño. Solo el rey y el ministro Pedro Duque tuvieron opción a micrófono, quizá para asegurarse que no se perdiera el foco de atención. Lo importante eran ellos. Confieso que, a pesar de todo, me genera curiosidad el sentido del show de la realeza, la facilidad con la que se manejan en los códigos del espectáculo. Cada visita es una danza perfectamente sincronizada, en la que están tan pensados los movimientos como las palabras. También quién forma parte de la foto y quién no. Los críticos no tienen lugar, no vaya a ser que ‘manchen’ la imagen de llegada, en la que los fans de selfie están perfectamente organizados para asegurar un vídeo más propio de la alfombra roja de los Óscar. 

Les veo entrar en el Museu de les Ciències, que acogió una gala preparada a toda prisa para hacerla coincidir con su visita, y me pregunto cómo sería mi día a día si tuviera a una persona que, unos metros por delante de mí, fuera animando a los presentes a levantarse y aplaudir, como si estuviéramos en uno de esos talk shows americanos donde regalan coches y tostadoras. Me pregunto que pasaría si yo fuera el del helado, si yo tuviera una comparsa que jaleara cada uno de mis movimientos, que me gritara '¡guapo!' cada vez que saliera del coche. También me pregunto hasta qué punto te acaba afectando o distorsionando la visión de la realidad, si Truman ya ha descubierto las cámaras y se hace el loco o si realmente los aplausos acaban insonorizando esto o aquello

Me pregunto cómo es vivir es un escenario de cartón piedra. 

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