Decía Peter Drucker que, en una negociación, más importante que escuchar lo que se dice, es escuchar todo aquello que no se dice.
La semana pasada votamos en el Congreso la ley de Presupuestos del Estado. De acuerdo con lo establecido, cada Ministro compareció en Pleno para defender su sección.
Todo el pescado estaba vendido. Ya lo había dejado claro el Gobierno en Comisión, dando estricta orden de votar “no” a todo lo que no viniera de sus socios (aunque fuera bueno o muy bueno). Así que, más para cumplir con el expediente que como acto de negociación, los portavoces de cada Comisión interpelamos a nuestros respectivos en Pleno. Como responsable de Educación, Exteriores, Ciencia y Universidades, yo lo hice con Celaá, González Laya, Duque y Castells.
Fue precisamente a este último a quien pregunté por una partida nuclear, inexistente en el balance de ingresos/gastos, pero condicionante de todo el presupuesto: el pago que, a través de la ley de educación, el gobierno ha hecho con la vehicularidad del español en la docencia, para obtener el voto secesionista.
Y es que Castells había hecho unas declaraciones cuanto menos “curiosas” a este respecto. En términos técnicos, David Roberts las denominaría “post verdad”. Yo,en términos profanos, siendo muy bien pensada, las clasifico de “error” y, siendo realista, de burda mentira.
Me explico; preguntado por la Lomloe, el Ministro de Universidades dijo textualmente a un periodista que: “Antes de 2013 no había ninguna indicación legal de que el castellano debía ser lengua vehicular y que nunca hubo ningún problema en Cataluña”
Empezando por el final: ¿qué debe entender nuestro eminente Ministro por “problema”? ¿Que los padres no puedan escolarizar a sus hijos en su lengua materna (ni en un 25%) y que estos niños se vean perjudicados en su competencia (como han demostrado estudios de economistas como los del profesor Calero) y tengan que acudir a la justicia para que se respeten sus derechos lingüísticos fundamentales no es un “problema”? ¿No es problemático que se pisotee a una parte de la población?.
Pero, volviendo al comienzo del aserto. “Antes de 2013 no había ninguna indicación legal que dijera que el castellano es lengua vehicular”. ¿Qué debe considerar el Ministro que son las sentencias judiciales? ¿Cartas de amor? Porque yo, hasta ahora, en mi ingenuidad, las había percibido como indicaciones legales. Es importante en este punto, recordarle a Manuel Castells que la sentencia del Estatuto dice que todas las lenguas oficiales deben ser vehiculares con una claridad meridiana.
La cesión de la lengua común no es baladí.
Su efecto inmediato ha sido político: parte del precio que Sánchez ha pagado por unos presupuestos para seguir teniendo el colchón de la Moncloa. Escudado en la plurinacionalidad y con la connivencia de buena parte de la muda izquierda, ha vendido no sólo a millones de españoles sino, también, un pegamento esencial que nos hace una nación.
A largo plazo sus efectos son sociales. Los secesionistas y los nacionalistas salen reforzados: convierten la educación en una fábrica de votos. Los constitucionalistas y los castellano hablantes nos sentimos subastados y segregados en nuestra propia tierra.
Pero si grave es la cesión de la lengua más grave es la distorsión de la realidad a la que este gobierno nos va poco a poco sometiendo. Esa distorsión que, bajo el paraguas del progresismo y ante la amenaza del fantasma de la derecha radical, institucionaliza (tacita a tacita, como diría Carmen Maura) verdaderos atropellos a democráticos (véanse los intentos de manipulación de RTVE, del Consejo General del Poder Judicial, de las Mesas de las Cortes y el Senado…). Con una cara afable. Ya saben, los enfadados, tenemos que ser siempre los demás.
El sectarismo bajo una carcasa de normalidad y de amabilidad es mucho más peligroso que el totalitarismo coactivo. Castells lo sabe. Ya lo explicaron Adorno y Horkheimer en "La Industria Cultural: la Ilustración como engaño de las masas", de su Dialéctica de la Ilustración. Divertirse significa estar de acuerdo. Y hoy, es la política (la que ellos hacen) y no la cultura, la que se ha convertido en una paradoja. “Se disuelve tan ciegamente en el uso mismo que ya no es posible utilizarla. Por ello se funde con la publicidad”. Matizo yo: con la propaganda.
Recordaba estos días dos libros que como profesora de hacía leer a mis alumnos de Teoría de la Comunicación: “1984” de George Orwell versus Un Mundo Feliz de Aldous Huxley.
Dos fórmulas distintas de manipulación. Yo detesto y condeno las dos. La próxima vez que le vea, le preguntaré al Ministro si le gusta (o practica) alguna.