NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #45

Cayetanos y pocholos

15/05/2020 - 

VALÈNCIA. En la cama oigo llover con fuerza. El dormitorio está a oscuras. Me tienta la idea de no levantarme en toda la mañana. Me disgusta lo que me espera. Al final me incorporo y desayuno sin ganas. 

He leído que algún psicólogo aconseja vestirse como si fuéramos a ir al trabajo, como si lo espantoso no hubiese ocurrido. Hay que construirse rutinas, según dicen. En lo que a mí concierne, no me quito el pijama, salvo para salir a echar la basura y a comprar. El pijama está tan desgastado como su usuario. 

Pese a todo seguimos viviendo en una economía capitalista. La demanda siempre se encuentra con la oferta. La enseñanza a distancia, por vía telemática, ha aflorado un jugoso negocio de compraventa de exámenes y trabajos entre alumnos. La horquilla de precios varía como en cualquier mercado, según la dificultad del encargo y el poder adquisitivo del comprador, pero por 15 euros te suplantan para que apruebes un examen.

La abuela Celaá se ha reunido otra vez con los consejeros de Educación. Tampoco ha quedado claro para qué los ha convocado. Se ha lavado las manos, como siempre, dejando a las comunidades autónomas la decisión de si reabren los colegios y los institutos. Dios no lo quiera, aunque Dios permanece callado desde hace unos meses,  como los obispos. 

Los vascos y los navarros ponen la mano

Los vascos y los navarros siguen a lo suyo. Su régimen fiscal privilegiado les libra de contribuir al sostenimiento financiero del país, pero eso no es óbice para que sean los primeros en poner la mano cuando el Estado reparte dinero. Van a participar en un fondo dotado con 16.000 euros para paliar los estragos de la pandemia. El Gobierno pinocho ha atendido su petición de mil amores. A la Comunidad Valenciana le corresponderán menos recursos por esta circunstancia. 

Vuelve a subir la cifra de muertos, hoy por encima de los doscientos. Me pregunto: ¿de qué están sirviendo tanta reclusión, tanto sacrificio y tanto dolor oculto?

Nos quedamos sin Fallas, definitivamente. El iaio Ribó ha dado su brazo a torcer.

El perro del vecino de la puerta 1 no ha ladrado en toda la mañana. Sólo se oía cantar a los pajarillos y la flauta tocada por el niño del piso de arriba, con su habitual torpeza.

Escena enternecedora en los telediarios: un hombre golpea una señal de tráfico con un cepillo (y no con un palo de golf como se dijo con malicia) en la calle Núñez de Balboa de Madrid. Me ha recordado al cojo Manteca de los años ochenta. Enseguida los medios afines al régimen han ridiculizado al manifestante y a las personas que protestan en el barrio de Salamanca contra la supresión de libertades, decretada por el Gobierno aterrador. El guaperas del ministro de la porra ha ordenado hoy un gran despliegue de grises para acallar las críticas a su señorito, pero las protestas persisten.  

El argentino Echenique sigue dando lecciones a los españoles. Esta mañana ha llamado “cayetanos” a esos manifestantes. Destila una fina ironía este joven de Rosario, residente en el barrio de Salamanca y condenado por explotar a su asistente. 

Soy más de los pocholos que de los cayetanos, pero si me permitieran entrar en este segundo club, no lo dudaría un instante. 

Lo que el argentino Echenique debería explicar es por qué su jefe viste tan rematadamente mal. ¿Dónde le compra su compañera los trajes? ¿En el pryca? Las chaquetas le quedan grandes de hombros. Ya no es que defienda una ideología criminal, con decenas de millones de muertos a sus espaldas; es que no sabe vestir y esto es imperdonable. Sin estética no hay ética posible. 

Zaplana, el político que mejor ha vestido 

El político que mejor ha vestido —iba hecho siempre un pincel— es el señor Zaplana Hernández-Soro. Él sí sabía llevar un traje elegante. Sus cuellos de camisa, duros como una barra de hierro, causaban sensación allí donde acudía, especialmente en Madrid, donde piensan que todos los de provincias somos paletos y nos cubrimos todavía la cabeza con una boina.  

Para huir de la cotidianidad informativa, lo mejor es leer a los clásicos por la noche. Antes me visto con mis mejores galas. 

Elijo a un soberbio teórico del poder y buen conocedor de la naturaleza humana, de la que nada bueno cabe esperar. 

Nicolás Maquiavelo, patriota florentino, escribe en el capítulo XVIII de El príncipe: “No puede, por tanto, un señor prudente —ni debe— guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. […] Además, jamás faltaron a un príncipe razones legítimas con las que disfrazar la violación de sus promesas. […] Pero es necesario saber colorear bien esta naturaleza y ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.

Parece que fue escrito el 13 de marzo, día en que el presidente maniquí anunció el estado de alarma. 

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