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presentan 'future lovers' en el Teatro Principal de Alicante

Celso Giménez (La Tristura): "Hay un tipo de inocencia que la Generación Z pierde antes"

4/11/2023 - 

ALICANTE. En el marco de la Muestra de Teatro Español de autores Contemporáneos Guillermo Heras, que se celebra del 3 al 11 de noviembre, el Teatro Principal de Alicante acogerá este lunes, 6 de noviembre, a las 20:30 horas, la representación de Future lovers, que supone el debut en Alicante de la compañía madrileña La Tristura quienes, en sus casi dos décadas de trayectoria, no habían pasado todavía por la terreta alicantina. Lo harán ahora, con una propuesta que diluye los límites entre la vida íntima y la vida pública para adentrarse en la Generación Z, nacida en pleno boom digital, y analizar la repercusión de ese particular contexto en las relaciones amorosas.

La compañía, compuesta por Itsaso Arana, Violeta Gil y Celso Giménez, es una de las más transgresoras del panorama nacional y viene al coliseo alicantino con una de las piezas de mayor éxito de su repertorio. Un montaje en gran formato en el que hablan de la adolescencia de una forma muy real, creando una burbuja sobre el escenario, como si nadie les estuviese mirando. “Verlo así, en unos cuerpos jóvenes, nos da información para sentirnos cerca de ellos”, apunta Celso Giménez, que también estará al día siguiente en la librería Pynchon & Co, a las 17:30 horas, junto a Violeta Gil, para presentar el libro Nuestro movimiento, donde narran la trayectoria profesional del grupo teatral.

— Ya que vamos a hablar de amores de la Generación Z… ¿Cómo es posible que, en estos diecinueve años que tenéis, sea esta vuestra primera vez en Alicante? ¿Habrá flechazo?

— Ya. La verdad es que los años pasan y no te das cuenta. No me parece que hayan pasado diecinueve años, pero han pasado. A veces nos sucede que, con alguna obra, hemos estado a punto de ir a una ciudad o un país, pero luego no podemos cuadrar las fechas. Y es que, con Alicante, ni siquiera ha sido ese el caso. No ha habido ocasión hasta ahora y a mí me daba pena, porque soy de Valencia y hay ahí un vínculo cercano, pero van pasando los años y ha acabado siendo así. Sin embargo, también está esa parte bonita de ser una primera vez, porque las primeras veces siempre motivan de forma especial.

Confío en que haya flechazo. Nunca se puede saber, pero eso espero. Con Future lovers hemos ido a muchas ciudades y al final generas una confianza. Nos ha pasado incluso en países en los que se ha tenido que hacer con subtítulos. A la vez, cada día y representación es un mundo. De hecho, alguna vez hemos notado frío el ambiente. Nunca se puede vender la piel del oso antes de cazarlo. Esperemos que haya flechazo. Que estemos en contacto con gente y podamos aprovechar bien el tiempo.

— Esa generación vive en un mundo hiperestimulado y tecnológico que determina una nueva forma de relacionarse y amar… ¿Cómo han modificado las nuevas tecnologías esas nuevas formas de amar?

— Es una pregunta extensa a la que, de alguna manera, la obra intenta dar respuesta. Cuando estábamos escribiendo la obra, recuerdo sentir que íbamos a tener una respuesta más clara a esa pregunta. En una generación que ha nacido con pleno uso de las nuevas tecnologías y eso debe influir de alguna manera en las formas de relacionarse, pero también es verdad que, a las generaciones anteriores, también les ha influido y se han modificado los comportamientos. Entonces, lo que yo me pregunto si nos está cambiando a todos a la vez y ni siquiera lo llegamos a comprender.

Es por eso que, verlo así, en unos cuerpos jóvenes, nos da información para sentirnos cerca de ellos, porque el espectador también percibe esa relación hiperestimulada de querer una cosa y la contraria, de sentirse un día de una manera y al siguiente de otra, etcétera. Creo que, ahora, la sociedad es un poco más adolescente: por el miedo al compromiso, por estar haciendo scrall todo el rato con los mil bañadores, casas o novios que podrías tener. Eso está, para bien o para mal, en todas las generaciones. En la Generación Z se ve muy claro, porque lo vemos desde fuera, pero en realidad es algo que nos une y define casi como época, más que como generación.

— Es algo que nos une y, a la vez, nos aleja de esa idea de que los jóvenes parecen de una raza diferente que habla un idioma distinto y que son, por tanto, casi incompresibles…

— Totalmente. Creo que esa es una de las tesis de la obra. Igual no es una de las tesis más explícitas, pero sí una de las más claras e implícitas de este trabajo. Y creo que se ve así porque en este proyecto hemos querido centrarnos más en lo que nos une que en las diferencias, pero también porque realmente es así. Vivimos en el mismo mundo y en el mismo tiempo. No es que hablen otro idioma. Simplemente hay que descifrar algunas palabras y, sobre todo, ver sus prioridades. Creo que hay un cambio de orden en las prioridades, pero solo es un cambio de orden. No es que haya cosas que salgan de la nada. Ellos son fruto de generaciones anteriores y, por tanto, son una continuación, que a la vez es siempre una confrontación, pero que están totalmente relacionadas. A veces por complementario y otras veces por opuesto, pero lo opuesto no deja de ser siempre la otra parte de lo mismo.

— Viendo esa burbuja que se plantea sobre el escenario, como si nadie les estuviese mirando, ¿qué diferencias encontráis vosotros respecto a vuestra adolescencia?

— Sin querer ser muy obvio, para mí hay un tipo de inocencia que se pierde antes. Hay mucha más velocidad y mucho contacto con todo. La mayor diferencia, para mí, es esa. Para la gente que tenemos entre 35 y 45, respecto a la Generación Z, la diferencia es no haber estado en contacto con tantas cosas tan fácilmente. Es algo que, a ellos, por un lado, les da un tipo de inteligencia, pero que, por otro, también les supone que las cosas importen muy muy poco. Son tantas cosas que no hay espacio mental ni sentimental para almacenarlo y, por tanto, hay que relativizar mucho.

Yo recuerdo esa sensación de que todo importaba muchísimo con diecisiete años. Esa era una sensación de vida o muerte que no veo ahora en ellos, pero igual es cosa mía. Lo que veo es que hay que relativizar todo porque si no te mueres. Son tantas cosas que uno no puede darle importancia a todo. No puedes tomar tres mil decisiones importantísimas todo el rato. Se ven un poco obligados a tener otra cadencia en la respiración.

— Esta puede ser una muy buena vía para entenderles, pero, ¿por qué crees que cuesta encontrar una forma real de conversar de manera libre y profunda con los adolescentes?

— Tengo la sensación de que, a nivel general o mediático, hay cierta guerra de generaciones y de edades. Quizá tiene que ver con nuestras estructuras convencionales familiares o quizá sea algo atávico. Leí hace un tiempo, cuando estábamos escribiendo la obra, que la edad es una de las principales razones de discriminación. De hecho, la tercera en el mundo. Y, al principio, me pareció un poco extraño, pero luego vi que era algo muy real.

De una manera u otra, muchas de las revoluciones históricas tienen que ver con los conceptos de mundo nuevo y mundo viejo. Es difícil quitarnos eso, incluso en la escuela, donde hay algo jerárquico con esa educación que se le tiene que dar a alguien que no la tiene, pero, después, sabemos cómo funcionan las cosas. De repente, llega alguien nuevo a una ciudad, una familia o un grupo de amigos, que trae un tipo de inteligencia distinto y una nueva forma de mirar las cosas, y se genera una escucha bidireccional sin jerarquía que lo cambia todo.

A menudo no tenemos los mecanismos para explorar esa escucha bidireccional y creo que eso acaba construyendo una falla, una distancia, que se va extrapolando a distintos ámbitos de la vida. Eso es un problema o, al menos, es algo que se debería de ir matizando. Sería bueno que se fuesen ampliando los lugares de diálogo sin tanta jerarquía.

— Una falla que se convierte en un verdadero problema cuando se trata de abordar asuntos que les atañen y que son tan relevantes que les atañen, como el bullying, etcétera…

— Hay un asunto de la sociedad que toca confrontar y que es cómo las nuevas generaciones se enfrentan a problemas graves. Por primera vez, en líneas generales, estamos enseñándonos a mostrar la vulnerabilidad. Por otro lado, muchas veces se dice que ellos no saben lidiar con los problemas. Yo no tengo datos para saber si es que no saben lidiar con los problemas o es que son problemas que suceden más ahora que antes.

— Se hace del escenario un lugar de investigación. ¿Se buscan respuestas sobre las consecuencias de estos cambios en la forma de relacionarse o lo que se busca es formular nuevas preguntas? ¿Quizá ambas cosas?

— Me gusta que me lo preguntes porque es verdad que hay que seguir formulando nuevas preguntas. Eso está en cualquier dossier, sí. Estamos todo el rato generando nuevas preguntas, pero, ¿podemos intentar dar respuesta alguna de ellas? Aunque sepamos que somos falibles y que van a ser respuestas pequeñas. A mí me gusta pensar que, dentro de lo que es Future lovers, hay algo de respuesta.

Los textos que hemos escrito y trabajando con ellos, intercambiando vida y conocimiento, son textos que escriben personas de una edad distinta a la de los performers que lo interpretan, pero los hemos hecho en común. Nosotros preferíamos creer que, con toda nuestra humildad, estábamos entregándoles unos textos que tenían alguna respuesta emocional. Respuestas que quizá nosotros hayamos entendido después y que estaban ya en sus propios textos.

Es decir, que, de alguna manera, hay una voluntad de mostrar no solo un retrato documental, sino también una búsqueda, proponiendo un mundo en el que tienen unas pocas más armas de las que sería lo lógico a esa edad y en ese momento de la vida. Hay momentos de la obra en los que se dicen cosas que, si miras con la lupa del hipernaturalismo, te preguntarías cómo se están diciendo eso. Y es que, para eso está la poesía o el teatro, para proponer mundos que sirvan como espacio de inspiración, no solo de mera observación.

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