Como a la clase política que desde hace lustros nos acompaña, pese a su absoluto desconocimiento de las cosas, les dejamos en supuesta época de vacas gordas hacer lo que les viniera en gana, pues se creyeron el centro del universo y por lo visto en ello continúan. Tanto cambio de ciclo, pero apenas nada ha cambiado. Continúan mirándose el ombligo. Queriendo demostrar que el poder les da, como se dice, patente de corso, esto es, hacer lo que les viene a bien pero no por decisión democrática o sensibilidad intelectual sino por mera epidermis ideológica.
Uno, que en su vida ha sido testigo de todo tipo de censuras, pensaba que el tiempo o los cambios de tiempo, de generaciones y de convicciones o discursos, nos iban a situar en otro escalafón. Pero no. Todo sigue igual con otra imagen o vestuario que les ha tocado en la rifa de cargos públicos.
Es cierto eso de que al poder puede llegar cualquiera si está al día de sus cuotas y, por tanto, tomar decisiones sin complejos. Lo vimos, lo vemos y por desgracia lo veremos y sufriremos. Va a más porque se han perdido los complejos y nadie discute o critica ya casi nada.
La censura, señores, no ha terminado, ya sea uno de derechas o de esa izquierda exquisita que ahora nos acompaña pero parece más reaccionaria que la propia derecha. Así que, se censura por un lado y por el otro. Sin contemplaciones.
Miren si no. La derecha en Alicante, más concretamente en Alcoi, se ha posicionado en contra de que el artista y activista cultural Antoni Miró sea nombrado Hijo Predilecto de su población. Y para ello ha abierto una cruzada contra este creador que bien es cierto tiene su ideología y es tan respetable como cualquier otra. A él hay que pedirle explicaciones por su obra y su trabajo. La ideología es de cada uno, como son los credos, y no por eso hay que rendir cuentas. Es el trabajo el que avala. Y ya está.
Pero por el norte de esta autonomía, otro artista, Juan Ripollés, acusa a la izquierda de perseguirle y descuidar la obra que tiene instalada en Castellón y hasta borrarle a conciencia el mural de un mal llamado museo urbano -estos neo progres de ahora están loquitos con el arte urbano que para justificar la pifia llaman efímero- porque su creador fue artista de cabecera de Carlos Fabra, el antiguo mandarín de La Plana.
Luego llega otro y cambia de nombre una avenida rotulada con el nombre de Enric Valor. Y se queda igual. Hasta las nobles academias tiran para atrás libros por ser críticos o analíticos con el poder y para rematarlo al exdirector de la UNED, Javier Paniagua, le boicotean desde la Diputación de Valencia un libro sobre el socialismo valenciano porque no saca a todos los protagonistas vestidos de primera comunión. Hay muchas formas de censurar. Hasta por omisión o simple indiferencia a la hora de intentar acceder a las ayudas públicas. Es lo que llaman silencio administrativo, pese al compromiso verbal o escrito.
Sí, los neo progres y la derecha rancia parecen ser lo mismo en este tipo de cosas. Podemos saltar a cualquier autonomía. y veremos lo mismo. Pero no sucede nada. Los denominados artistas o creadores afines a la derecha callarán ante un hecho, y los de supuesta inquieran, ante el otro. Pero son igualmente censores.
Parece ser que poco hemos avanzado y que nuestra casta política, que si de algo sabe no es de gestionar y menos de normalizar pero sí de regalarse prebendas, ha sido o es incapaz de normalizar las cosas. Vamos apañados a estas alturas del siglo XXI. O sea, no podremos leer a uno o a otro según el color político que le alumbre. Como si lo importante no fuera una obra, una creación, una actitud ante la vida y sí el voto que deposita en una urna o la condición de credo. Con el papa Francisco la Iglesia es mucho más democrática y abierta. No se mete en nada. Ni siquiera contra series de TV a los que hace años estigmatizaría.
Es muy peligrosa esta deriva que no es nueva pero ya abrasa. Querer llevar a cada uno de los estamentos de nuestras vidas a ser valorados por una cuestión ideológica nos convierte en cómplices de la división.
De seguir por este camino, todos aquellos artistas que fueron de derechas o de izquierdas en el mundo deberían de ser borrados de bibliotecas y museos, según el gobernante de turno.
Así que dejaremos de programar a Wagner en los palacios de ópera porque, como decía Woody Allen, cada vez que lo escucha le entran ganas de invadir Polonia; o nos desprenderemos de la colección Dalí del Reina Sofía o dinamitaremos su museo de Portlligat, por poner dos ejemplos. O quizás deberíamos quemar los Caravaggio del Vaticano porque era un poco golfo, pendenciero y putero, aunque pintara el mejor barroco que el mundo puede hoy disfrutar.
Esto de la censura sólo demuestra lo corta de miras que es nuestra clase política. Aún parece no haber entendido qué es Democracia, libertad de credo e independencia: hasta libertad de expresión. Por lo visto, el mundo global es mucho más abierto y tolerante, salvo si miramos paraísos bananeros donde algunos se esconden para huir de obligaciones silenciadas, pero nadie reclama.
Repetimos errores, gestos y decisiones, mientras coartamos la libertad del individuo y lo peor la libertad de creación.
¡Menuda tropa de censores disfrazados de presuntos demócratas! Todos ellos, por supuesto, de vacaciones, mientras el resto del país se arruina económica e intelectualmente. Es lo que buscan esos más de 70.000 cargos políticos que financiamos en este país de enredos, peligrosos asesores y pelotas que se creen la única verdad dentro de la absoluta ignorancia.