Fruto del azar, mientras el gobierno progresista desgranaba su nuevo equipo de gobierno y los medios hacían apuestas sobre los más que posibles candidatos-as a la baraja de póker de la cartera ministerial, leía con minuciosidad la novela Almacén de antigüedades de Charles Dickens. Esto de intentar aferrarse a un cargo político debe ser adictivo. Reconozco que poco o nada había testeado hasta el momento sobre la literatura del escritor inglés. No se puede paginar todo en la vida. En la siguiente ya lo descubriremos. En el triste y desgraciado argumento narrado por el brillante relato literario de Dickens, el problema del juego está latente. Los principales protagonistas del guion literario acaban siendo desahuciados del negocio familiar por la mala praxis del cabeza de familia, el abuelo de Nell Trent, perdiendo toda la fortuna en la “ruleta de la suerte”, con remesas de dinero procedentes de un avaro prestamista sin escrúpulos que finalmente acabaría ejecutando los créditos sobre el negocio, obligándoles a huir a un viaje a ninguna parte.
La novela es una crítica a la sociedad londinense de más o menos mitad del siglo XIX. Todo esto viene al caso por el nombramiento de Alberto Garzón como nuevo ministro de Consumo, al que compete regular el demonizado y criminalizado juego de las apuestas deportivas. El asunto es peliagudo, los jóvenes de fondo y la ludopatía en primera línea. No creo que la solución a un problema tan extendido solamente radique en regular y prohibir, creo que es más beneficioso reeducar a los jóvenes de las posibles consecuencias negativas que puede llevar consigo “el consumo no responsable” -como hipócritamente se hace fomentado el consumo responsable del alcohol- de las apuestas compulsivas, convirtiendo la acción en afición, degenerando en una adicción. En el texto, Dickens apuntalaba con especial crudeza la extenuante situación que llevó al abismo la unidad familiar formada por el tándem de abuelo y nieta. Educación debería incluir la obra Almacén de antigüedades en las lecturas obligatorias de la asignatura de Lengua Castellana y Literatura
Javier Alfonso, director de Plaza, en la columna de opinión publicada en este diario el pasado domingo, analizaba, con la especial pulcritud que le caracteriza en cualquier asunto, dominador de un lenguaje claro y directo –da gusto leerle-, el grave problema instalado en la sociedad española a raíz del envenenado juego de las apuestas. He leído muchos de los posibles pliegos que abanderan esta inminente cruzada contra el juego, no sé si en beneficio de la prevención a una posible adicción o, por el contrario, con un desmedido afán recaudatorio sobre el juego para aumentar la presión fiscal y almidonar de billetitos las arcas del Estado. La verdad, tengo mis dudas, como también las tengo sobre el cabildo gubernamental, visto lo visto, con otros efectos y carteras como son las Loterías del Estado y el mencionado y sociabilizado alcohol. Me suena a chiste leer como medida de protección al menor la ubicación a X metros de los colegios los locales especializados en tales menesteres, cuando en los kioscos, donde suelen acudir menores a comprar golosinas, cargar el bonobús entre otros quehaceres diarios, algunos de estos establecimientos cuentan con la licencia de actividad de venta de loterías y apuestas del Estado. Sí, sí ¡Apuestas del Estado! y encima ¡Sacando pecho de los premios repartidos!
Por no negar con la sublime sutileza que edulcoran de azúcar las dulces instantáneas publicitarias, de la famosa y subliminal imagen de ternura y compasión del compartir la posible riqueza de un décimo de lotería entre los tuyos. Ante tal deformidad de la perversa y maliciosa situación me pregunto ¿Prohibirán la entrada de ahora en adelante a los menores de edad en los kioscos o bares con máquinas de apuestas? ¿Regularán con la misma intensidad la publicidad del calvo de la suerte? ¿Prohibirán a los menores vender loterías para sufragar sus viajes de fin de curso? Creo que no, por una sencilla razón, estas apuestas, normalizadas, bien vistas, son propiedad, como bien reza el titular del mismo ¡del Estado! Estamos celebrando o reviviendo achicharrados a mensajes publicitarios los nostálgicos maravillosos años veinte. No caigamos en el mismo error que cayeron hace cien años por estas fechas los dirigentes de los Estados Unidos de América, intentado cortar por lo sano el desmesurado consumo del alcohol desatado entre las hordas ciudadanas norteamericanas imponiendo la ley seca. Los resultados fueron totalmente nocivos y contra producentes. Aquella controvertida ley trajo consigo un floreciente mercado negro, tráfico ilegal de bebidas y un aumento de la delincuencia protagonizada por las mafias y contrabandistas de dicho opiáceo líquido.
Si fotocopiamos en blanco y negro las mismas medidas para aplicarlas a las apuestas deportivas caeremos en un laberinto oscuro sin posible margen de huída. Hoy el alcohol es la mayor adicción, la menos restringida y la que más daño causa en la sociedad, pero deja muchos ingresos en los apuntes de las cajas registradoras del monopolio estatal. Con esta jugosa renta podemos seguir contribuyendo a mantener, junto con otros ingresos el estado del bienestar. Para frenar el huracán de la suerte que domina la incultura del esfuerzo, los políticos necesitan reforzar la calidad de vida de los ciudadanos en el ámbito laboral, sobretodo entre los más jóvenes, los más vulnerables, abonados a lacra del paro y a la baja remuneración salarial. Debemos contribuir a enseñarles precisamente una educación basada en la cultura del esfuerzo, patrimonio del deporte valenciano. El efecto nocivo del juego sobre las personas requiere más información, educación y prevención. Y si todo pasa por regular la publicidad de las apuestas deportivas, hagámoslo desde el principio para ser más justos y honestos, con la misma intensidad y entusiasmo en las Loterías y Apuestas del Estado ¡Apuesto a que no será así!