Consultas ciudadanas
Las consultas de los alcaldes a los ciudadanos están en boga aunque nos cogen faltos de práctica. Son muy saludables para la democracia, pero hace falta afinarlas
Los adolescentes no saben quién fue Rodolfo Chikilicuatre y casi nadie sería capaz de enumerar los cuatro pasos de Baila el Chiki Chiki que por castigo nos aprendimos en el año 2008. La fama del personaje encarnado por el actor David Fernández acabó en cuanto Buenafuente y compañía dieron por terminada la burla con la que los españoles nos reímos del primer proceso participativo, fuera de las elecciones y los referendos, para un asunto 'oficial' como era la selección del representante patrio en el Festival de la Canción de Eurovisión.
RTVE, con toda su buena fe, abrió un proceso participativo casi puro —había una limitada intervención del jurado profesional— para que los ciudadanos eligieran al representante de España, proceso en el que la broma de Buenafuente caló porque en ingenio y gracia no nos gana nadie. La broma fue presentar a un chiquilicuatre con una guitarra de juguete a quien el voto popular prefirió, frente a aspirantes que con toda la ilusión veían en el Festival la oportunidad de sus vidas. Ganó Chikilicuatre ante la pasividad de la televisión pública, que en un ejercicio de rectitud digno de mejor causa mantuvo el sistema de votación —en las ediciones siguientes sí intervino para evitar más troleos— y permitió que se consumara la chanza orquestada a través de comunidades de internautas a las que les importaba un pimiento el Festival.
Es lo que tienen los procesos participativos puros 'desde abajo', que un gracioso moviliza a sus colegas de Forocoches e, igual que mete en Eurovisión una canción de broma, fuerza al ayuntamiento a ponerle un monumento a Peter Lim, a pintar de amarillo los autobuses de la EMT o —caso real— a poner un arco chino en la entrada del barrio de La Roqueta de València —rebautizado en la propuesta como 'Barri Xinès'—, del que el aquí firmante es vecino y paseante casi diario por los apenas tres pequeños tramos de calle con alta concentración de negocios orientales. Dicen que va en serio porque así lo ha decidido el pueblo, como lo de Chiquilicuatre. Parafraseando a Rick, siempre nos quedará París-Valencia.
Este último ejemplo real demuestra que todavía hay cosas que pulir en esta modalidad de participación ciudadana que en Europa empezó a ensayarse a principios de siglo y que la Generalitat valenciana, de la mano de la consellera Rosa Pérez Garijo, acaba de poner en marcha por primera vez. Hace cuatro años, en esta columna, saludé el proceso de presupuestos participativos del Ayuntamiento de València, pese a sus imperfecciones, que entonces eran muchas y que ahora son menos. Continúa pareciéndome un avance democrático interesante que debería tener más éxito gracias al uso de la tecnología. Sospecho que las disfunciones persistentes y algunas polémicas acaban desanimando a quienes se asoman a la plataforma de votación.
El principal hándicap, aquí y en casi todas partes, continúa siendo la baja participación. Es lógico cuando se pide la participación para temas de poca importancia. No ayuda que el proceso sea largo y farragoso en su inicio, cuando las opciones que se presentan son una amalgama de propuestas de todo tipo, unas muy concretas y otras tan generales y bienintencionadas que es imposible no estar de acuerdo. Poner un filtro siempre es polémico porque supone una intervención política en el proceso ciudadano, pero hay que ponerlo para evitar extravagancias.
El sistema de votación también es mejorable. Como participante en algunos de estos procesos, echo de menos poder decidir sobre la conveniencia o no de una inversión. Volviendo al ejemplo del arco chino, que salió adelante con 342 votos, a los vecinos de La Roqueta y de València en general, pues en este caso es una instalación que por su ubicación afecta a la imagen de la ciudad, no se nos dio la oportunidad de opinar sobre su idoneidad.
Quienes entran a votar en un proceso participativo pueden elegir proyectos hasta agotar un presupuesto —Ayuntamiento de València— o un total de diez propuestas —Generalitat—, pero no se les da la opción a rechazar ninguna. Si ese sistema se utilizara para aprobar el presupuesto municipal, saldrían adelante propuestas de Vox apoyadas por una minoría de concejales al no existir el lógico derecho de veto de la mayoría.
Por concretar alguna sugerencia más, en esta columna que pretende ser constructiva, sería deseable una mayor verificación de los votantes para evitar troleos —supongo que no se hace porque habría aún menos participantes—; también, que se separasen las votaciones de barrio de las de ciudad, o las de municipios de las de Comunitat en el caso de la Generalitat. Porque no puede ser que uno proponga que le reasfalten su calle o le pongan unos comederos para gatos en el barrio y lo saque adelante llamando a la colla de amigos que vive en la otra punta de la ciudad, como si esto fuera una votación de Facebook. Esas cosas las tiene que votar la gente del barrio.
En cualquier caso, la polémica del arco chino ha tenido un efecto positivo, y es que mucha gente se ha enterado de que existe un proceso participativo en el que puede hacerse la ilusión de que decide algo. Ahora está abierto el proceso de presupuestos participativos en la Generalitat, por si los lectores quieren probar. Por cierto, ¿cabría el año que viene, en el caso de que se levante el arco chino, proponer su retirada?
A todo esto, Chikilicuatre quedó en el puesto 16 de 25 participantes en 2008, último año en el que las votaciones en el Festival de Eurovisión fueron 100% populares. Solo seis de nuestros últimos 20 representantes han conseguido quedar más arriba en la clasificación, lo que demuestra que una elección más profesional tampoco asegura el éxito. Eso sí, garantiza que no haces el ridículo.
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Los técnicos del Ayuntamiento ya analizan las sugerencias de vecinos y asociaciones, que serán debatidas en las juntas de distrito y después sometidas a votación