VALÈNCIA.Tiburón no solo inventó el blockbuster tal y como lo conocemos, es decir los grandes estrenos producidos para ser estrenados masivamente en fechas concretas del calendario para convertirse, marketing mediante, en un fenómeno de taquilla. Tiburón también es la película que popularizó el subgénero de monstruos marinos y, derivado de este, el terror ambientado en embarcaciones, en playas, en alta mar o en aguas poco profundas.
Los monstruos marinos anteceden a la diversidad de miedos acuáticos del cine actual, con películas como The secret of the loch (1934), La mujer y el monstruo (1954) o la nada inocentemente lovecraftiana Surgió del fondo del mar (1955). Y, a pesar de todo, los mecanismos narrativos son casi siempre los mismos desde que Spielberg hizo construir un tiburón mecánico, apodado por el equipo como Bruce, que debido a la corrosión salina retrasó un rodaje ya accidentado per se, que llegó a durar seis meses y estuvo a punto de acabar con la salud mental de su director y del equipo en la isla de la costa este de Massachusetts, la idílica Martha's Vineyard.
Es decir, que la sombra del escualo es alargada no solo por sí misma, como demuestra el hecho de que, medio siglo después de su estreno, Tiburón vuelva los cines esta misma semana, magníficamente restaurada para ser apreciada en la pantalla más grande del proyector digital más moderno. También lo es por todo lo que sigue generando: una fórmula veraniega que no falla por mucho que se repita. ¿Por qué?

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El mar: un reino ajeno a lo humano
La respuesta corta a la pregunta del anterior párrafo es obvia: porque nos sigue dando miedo el mar. La respuesta larga, no obstante, nos lleva un poco más lejos y, ya que están aquí, les invito a adentrarse en ella. Convengamos que los homínidos nos sentimos mejor, por una cuestión evolutiva, descansando nuestra existencia sobre superficies sólidas. Y que, ante el vasto mar, la inmensa mayoría sentimos una sensación extraña, rara, de no estar donde uno debe estar. Perturbando algo más grande que nosotros.
Cuando no, directamente, nos sentimos abrumados o aterrorizados por las dimensiones de nada, por la total ausencia de asideros firmes que nos dejan claro que nuestra existencia, en el agua, no puede descansar. Como Donny en El gran Lebowski: no estamos en nuestro elemento. Freud hablaba del concepto de lo unheimlich, erróneamente por norma atribuido a lo siniestro, para explicar esa extrañeza y esa angustia que nos provoca lo desconocido. La expresión más acertada para traducir lo unheimlich sería “no sentirse en casa”.
“Sin duda alguna, hay algo que comparten lo raro, lo espeluznante y lo unheimlich. Son sensaciones, pero también modos: modos cinematográficos y narrativos, modos de percepción, y, al fin y al cabo, se podría llegar a decir que son modos de ser”, escribe Mark Fisher en Lo raro y lo espeluznante –cuya portada en español muestra, precisamente, a unos nadadores de los años treinta en Silver Lake.
El mar, altamar o el océano, nos provoca desasosiego porque nos resulta extraño e imponentemente ajeno a lo humano. Es un reino donde las leyes humanas se aplican solamente en los umbrales entre el abismo líquido y nosotros: las playas, los puertos, los barcos. Y si en el cómputo añades una bestia antediluviana ya tienes una película de extraterrestres, pues nada remite más al bestiario del espacio exterior que lo que se esconde en aguas profundas aquí, en nuestro mismo planeta.

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La bestia interior y el mar
“Tiburón es algo más que un filme de puro entretenimiento, constituyéndose en toda una reflexión sobre el miedo y las inseguridades del ser humano, perfectamente encarnadas en el personaje del desbordado Jefe Brody”, describen Carlos Burgaleta y José Luis Viruete en su libro Terror bajo las aguas. “Sobra decir que la película ha envejecido sobriamente, puesto que ni el miedo al agua ni la destreza visual demostrada por Spielberg han sido completamente superadas”.
Ahora mismo, en cines, coinciden hasta cuatro títulos con escualos y miedos abisales varios en las pantallas de los cines españoles: Tiburón, Dangerous Animals, Sin oxígeno y Tiburón blanco: La bestia del mar. Y todas ellas, como no podría ser de otra forma, tienen mucho en común. Empezando por lo formal: la puesta en escena de todas ellas escamotea constantemente, y hasta el clímax, la aparición de aquello que más miedo nos da.
Este tipo de narrativas, que genera mucha más tensión al mostrar los resultados de toparse con algo que vive en el mar, más que ‘eso’ que vive en el mar, son una herencia del fortuito pero fundamental mecanismo oxidado de Bruce en Tiburón. Ante las limitaciones de su monstruo, solo podía filmarlo en pocas y contadas ocasiones, así que Spielberg tuvo que ingeniarselas para provocar miedo sin mostrarlo.
Por eso en Dangerous Animals solo vemos las aletas superiores de estos animales, y por eso se dilatan tanto las apariciones del pez que le da nombre a Tiburón blanco, mucho más sangrienta que la anterior. Otra cosa es Sin oxígeno, que narra la historia de un buzo que debe ser rescatado a noventa metros de profundidad. En ella lo que más miedo da es la absoluta negritud del fondo marino. El silencio antinatural. Y una oscuridad opaca y omnipresente, lovecraftiana, que nos acelera la respiración tal y como quiere el director, Alex Parkinson.

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Dangerous Animals y Tiburón blanco tienen algo más en común. Mientras que en Sin oxígeno todos los personajes se apoyan para rescatar a contrarreloj al buzo antes de que se le terminen las reservas de oxígeno, en las otras películas de terror marino que nos ocupan existe no solo una no-cooperación sino una maldad humana muy cruda.
Desde Moby Dick al pérfido alcalde de Amity, que no quería cerrar las playas por un pequeño ataque de escualo en Tiburón, los oscuros intereses de los humanos se imponen, en ocasiones, a las meramente alimenticios de la familia de los lámnidos. En Tiburón blanco, la historia de dos jóvenes reclutas varados en el océano, la crueldad de la Segunda Guerra Mundial impone un mindframe igualmente cruel a todos sus protagonistas. Y en Dangerous Animals, directamente, hablamos de un psicópata que secuestra a muchachas para dárselas de comer a los tiburones y grabarlo en cintas vhs.
“La gente mira hacia el cielo cuando busca a Dios, pero no está en el cielo. Está en el agua, de donde todos venimos. Donde todo empezó. Y donde todo acaba”, dice el tipo que secuestra a la protagonista de este filme. Pues, como vemos, la fascinación por el mar y los miedos que genera, no envejecen con facilidad. Puede incluso que los arrastremos desde que los primeros tetrápodos salieron del mar y empezaron a corretear por la costa.