VALÈNCIA. La naturaleza salvaje forma parte del ADN del blockbuster. Los grandes colmillos acechantes, las bestias indomables, la ferocidad atávica de algo que el ser humano no puede controlar… son ingredientes imperecederos que se sitúan en la génesis misma del concepto de película de gran presupuesto estrenada en épocas clave, con grandes dosis de publicidad y marketing, dispuesta a asaltar la taquilla global.
De hecho, es un lugar común para los historiadores del cine situar el nacimiento canónico del blockbuster en el estreno de Tiburón. El 20 de junio de 1975, Steven Spielberg estrenaba una película que no sólo alteraría nuestro imaginario de veraneo de sol y playa con el elemental miedo a ser devorados en cualquier momento, también cambiaría las reglas de Hollywood a nivel puramente industrial. Los grandes estrenos de películas veraniegas no volverían a concebirse igual.
Tiene su gracia que exactamente medio siglo después, una saga iniciada por el propio Spielberg como Parque Jurásico, muestre síntomas del agotamiento total de aquella fórmula. Lo salvaje ya no basta; los colmillos y las garras saben a poco porque lo que sorprendía ha dejado de hacerlo. Y los dinosaurios son hoy bestias solo temibles por su magnitud, ya no por su grandeza. El estreno de Jurassic World: el renacer –ya desde el propio título prevalece la pereza creativa–, es sintomático de un momento clave para la industria del cine. Uno en el que la autoconsciencia no disculpa ya más la mediocridad.
Hazlo todo más grande
Existe una regla no escrita en Hollywood que reza que si una secuela puede hacer lo mismo que la anterior pero un poco más grande, más espectacular o más chalado, tiene prácticamente la obligación de hacerlo. Ya saben cómo va: si los protagonistas de Fast & Furious empezaban haciendo inocentes carreras urbanas y robando camiones de DVDs, en unas pocas secuelas debían saltar en coche entre rascacielos de Dubai y detener a peligrosos terroristas globales. Si Tom Cruise se partía la cara con el villano de turno sobre un tren en movimiento, en la siguiente debía hacer lo mismo pero conduciendo una moto sobre el tren. Así en la siguiente debía hacerlo en un avión, en la siguiente en un submarino y en la última en ambas, a poder ser a la vez.
Parque Jurásico III se estrenó en 2001 y, tras un pertinente ‘rebranding’, la saga jurásica volvió a nacer como Jurassic World en 2015. Esta vez todo era más grande: el parque se había convertido en una isla donde la ciencia podía ‘domar’ a esas criaturas ancestrales ante los aplausos del público visitante. Pero, y aquí la primera muestra de autoconsciencia, eso ya no bastaba. El turista que visitaba el parque se había hartado de ver siempre lo mismo, así que los dueños del parque tramaron un plan genial que, evidentemente, saldría fatal: modificaron genéticamente a determinadas criaturas para hacerlas más listas, feroces e implacables, y sorprender así al visitante.
Dado que el visitante ficticio del parque y el espectador real del cine buscaban lo mismo –algo nuevo–, el juego metaficcional funcionaba. Bichos más mortíferos para una audiencia que ya tenía muy vistos a los viejos bichos. Y sin embargo, tanto Jurassic World como Jurassic World: El reino caído tres años después, esta vez dirigida por J.A. Bayona, tuvieron a bien homenajear a criaturas como el Tyrannosaurus rex o los velociraptores para conjugar espectadores de diferentes generaciones.
Diez años después, Jurassic World: El renacer propone un fallido ‘aún más’ al llevar a los personajes hasta una isla en la que la criatura genéticamente modificada que les acecha, finalmente, es tan fea como poco sorprendente. Haciendo que la fórmula meta se vuelva en su contra: convirtiendo el gran depredador de la película en una masa amorfa llena de clichés.

- Scarlett Johansson, el gran fichaje de Jurassic World: El renacer, observa agazapada a grandes dinosaurios
Invita a la fiesta a alguna estrella
La saga de los dinosaurios se ha preciado en múltiples ocasiones de rescatar personajes de sus anteriores películas apelando a una nostalgia indefinida. Es otra de las normas del manual del blockbuster: haz famoso a un personaje y rescatalo tras dos o tres películas sin aparecer. Las caras conocidas que van y vienen generan sensación de continuidad, de reencuentro, y aportan empaque mínimamente emocional al desarrollo vigoréxico de todas sus tramas.
En la segunda película volvía Jeff Goldblum en la piel del divertidísimo Malcolm y en la tercera el Doctor Alan Grant al que daba vida Sam Neill hacía un trabajito para gente con mucho dinero. Y he aquí otra trampa de la autoconsciencia de una saga que no se ha privado de reírse del espectador: la motivación de sus protagonistas para arriesgar sus vidas, en demasiadas ocasiones, ha sido el dinero. El mismo que empuja a los ejecutivos de Universal a ofrecer más y más películas de la saga.
Goldblum, Neill e incluso Laura Dern volvieron otra vez al mundo jurásico con Jurassic World: Dominion en 2022, que podría haber funcionado como gran cierre al unir los nuevos y viejos rostros de la franquicia. Por eso, cuando Jurassic World: El renacer nos presenta a la protagonista indiscutible de la nueva entrega, resulta tan esencial que conectemos con ella, y sepamos por qué hace lo que hace.
El problema es que el personaje de Scarlett Johansson, una militar experta en operaciones encubiertas llamada Zora Bennett, se une a la misión única y exclusivamente motivada por el parné del contratante de la expedición. Es más, el resto de la tripulación que la acompaña en la misión de conseguir muestras de ADN de tres criaturas concretas, se presta al mismo juego y exige duplicar su nómina antes de embarcarse.
Es decir: la misma motivación que podría llevar a toda una estrella de Hollywood dos veces nominada al Oscar y cinco a los Globos de Oro, que últimamente se prodigaba en papeles secundarios para su amigo Wes Anderson, acceda a protagonizar un desastre millonario. Para cuando el guion pretende dotar de un sentido ético a las decisiones de Bennett y el resto de tripulante de la última aventura jurásica, el espectador ya los ha asumido básicamente como una tropa de mercenarios, y ya nada encaja.
Confía en la marca
El manual de instrucciones del blockbuster contemporáneo tiene algunas reglas que funcionan per se, sin hacer nadie nada. Una de ellas es la que dicta que la marca tiene entidad suficiente como para que funcione en taquilla, independientemente de lo buena que sea la cinta en cuestión. Porque lo que prima es el continente, no el contenido. Y lo cierto es que ‘Jurassic World: El renacer’ va camino de cumplir con lo estipulado.
Con un estreno pensado para beneficiarse del festivo norteamericano del 4 de julio, en sus primeros cinco días en la cartelera yanqui hizo 147,3 millones de dólares. En su primer fin de semana en España ha recaudado 3 millones y medio de euros, destronando a la comedieta de turno de Santiago Segura y elevando la taquilla a una de sus mejores cifras de recaudación de lo que va de año. Si bien, pronto le saldrán competidoras superheroicas que también confían en su marca: ‘Superman’ y ‘Los 4 Fantásticos: Primeros pasos’.
Pero confundir su éxito en taquilla con su calidad nos llevaría a darle la razón al ejecutivo trajeado. El mismo que al otro lado de la pantalla, en el parque de la ficción que nos ocupa, decidía que modificar genéticamente a los dinosaurios para hacerlos más atractivos a los nuevos espectadores era una buena idea. La autoconsciencia de una saga como Jurassic World y sus juegos con una realidad cada vez más deprimente, han ahogado cualquier atisbo de genuina creatividad. Han convertido la aventura jurásica en un espectáculo digital entregado a la mediocridad narrativa y la inanición emocional. A la vez que dan la razón a Universal para seguir exprimiendo a los dinosaurios con el ansia mesiánica del Richard Attenborough del Parque Jurásico original.

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