VALÈNCIA. No hay lugar a dudas que Osgood Perkins, en un tiempo récord, se ha convertido en una de las voces más importantes del terror contemporáneo. Tiene osadía, desparpajo a la hora de componer historias que nos llevan de lo grotesco a lo malsano, una capacidad para planificar realmente apabullante y un dominio de la puesta en escena igual de brillante.
Su debut con La enviada del mal ya demostró que nos encontrábamos frente algo muy serio, y esa sensación se ha ido confirmando con cada nuevo título, desde la cinta de culto Longlegs hasta la adaptación de The Monkey, a partir de un relato de Stephen King.
Ahora regresa con una de esas apuestas al límite dispuestas a llevar al espectador al extremo, porque el director está dispuesto a sumergirnos en las entrañas de la locura y el terror más atávico.
La premisa no puede ser más convencional en un principio. Pero ojo, hay truco, porque nada va a ser como uno se espera. Una pareja, formada por Liz (Tatiana Maslany) y Malcolm (Rossif Sutherland) va a pasar el fin de semana a una lujosa cabaña apartada en un bosque que es propiedad de la familia del novio.

Llevan un año juntos, pero Liz parece sentirse insegura frente a esa relación, ya que duda de que todo pueda ser tan perfecto. Desde el momento en el que pisen la casa, el ambiente comenzará a enrarecerse y, como suele ser habitual en Perkins, la tensión llegará a través de la posición de la cámara, de los encuadres para generar desconcierto y miedo irracional.
Así, los rostros de los protagonistas rara vez se mostrarán completamente, predominando los ángulos inusuales y las composiciones con un exceso de espacio sobre sus cabezas. Esta estrategia visual contribuye a otorgar una sensación de desorientación que se intensifica cuando Liz comienza a percibir ruidos extraños a través de los conductos de ventilación de la casa. Uno de los primeros momentos de inquietud ocurre cuando la protagonista se relaja en la bañera y la imagen del río cercano se superpone de forma hipnótica, sugiriendo una experiencia casi extracorpórea.
Al director siempre le ha gustado jugar con los géneros. Por eso utiliza de forma deliberada la ambigüedad. ¿Estamos ante una historia de fantasmas? ¿Es un ‘slasher’ sobre un psicópata? Lo único que sí sabemos es que Liz está en peligro y, de alguna manera, todas las mujeres.
Keeper está repleta de hallazgos visuales, pero quizás lo más importante, es que es una película de terror de verdad, que está al margen de modas y que se introduce en territorios de lo más resbaladizos que nos acercan tanto al J-horror como al folk horror, así como al abismo de los terrores que se esconden en lo más profundo de los Estados Unidos, donde sigue arraigado el machismo, la violencia contra las mujeres y la noción del macho que se cree superior y por encima del espacio y del tiempo, de lo divino y lo humano.
