• Los domingos
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VALÈNCIA. La carrera de Alauda Ruiz de Azúa no ha podido ser más meteórica. Comenzó en el cortometraje a principios de los dos mil y fue curtiéndose poco a poco hasta desembocar en su ópera prima, Cinco lobitos, gracias a la que ganó el Goya a le mejor dirección novel. 

En esa película ya dio señales de lo que sería su estilo: minimalista, austero y alejado de cualquier tipo de parafernalia estilística. Con la serie Querer, la cineasta y guionista inauguraría una nueva etapa al abordar temas incómodos y plasmarlos en la pantalla desde una precisión casi quirúrgica. 

En esa ocasión, la historia giraba en torno a una mujer que, después de 30 años de matrimonio decidía denunciar a su marido por abusos continuados a lo largo de su relación. El dispositivo que Querer sentaba un precedente que también está presente en su nueva obra, Los domingos: había personajes a favor de la protagonista y otros en contra, formándose dos bandos que basculaban entre el territorio emocional y el ideológico. 

En su último trabajo ocurre algo parecido. Una adolescente (la debutante Blanca Soroa) decide que quiere ingresar en un convento de clausura y ser monja. Esta noticia generará a su alrededor opiniones encontradas. Su progenitor (encarnado por Miguel Garcés) tiene otras cuestiones que parecen importarle más, como el tema económico mientras que su tía (siempre enorme Patricia López Arnaiz) no entiende que su sobrina quiera ingresar en una orden y piensa que está siendo manipulada por el entorno religioso que la rodea. 

La joven, que se llama Ainara, perdió a su madre y tiene una herida en su interior que se presta a la fragilidad, todo ello añadido a que se encuentra en proceso de búsqueda de su identidad, por lo que resulta fácilmente sugestionable. 

La directora vuelve a centrarse en el núcleo familiar (como ya hizo en sus anteriores trabajos) para, en este caso, abordar el tema de la religión y la fe dentro de la sociedad actual, lo que podría dar lugar a la lectura del enfrentamiento entre las dos Españas: la puritana y conservadora y la que lucha por revelarse frente a los arquetipos reaccionarios del pasado. Un terreno de juego peligroso, sobre todo si tenemos en cuenta el auge de la ultraderecha en los últimos tiempos. 

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En cualquier caso, la directora no se posiciona. Utiliza esa dinámica de pros y contras para mostrarse equidistante. Así, cada espectador interpretará la película según su forma de pensar y leerá cada escena de acuerdo con su sistema moral. 

En el aspecto formal, Ruiz de Azúa se muestra más ascética que nunca, como si el tema que trata impregnara su forma desnuda de acercarse a los personajes, aunque, eso sí, la película esté desprovista de toda la imaginería y parafernalia religiosa que se había asociado históricamente a este tipo de relatos. 

En cualquier caso, una obra tan incómoda como repleta de interrogantes y controversias internas. 

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