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EN CONCIENCIA / OPINIÓN

Cocooning

1/07/2021 - 

La vida pública en España genera tanto desasosiego que empuja a replegarse en la privacidad.

El espectáculo de  estas últimas semanas ha sido insuperable. A la ignominia del “pago de la factura del alquiler de la Moncloa” con los indultos continuó el de su defensa por parte del estabishment (Conferencia Episcopal incluida). Luego, el anuncio de la mesa de negociación con sus diferentes versiones. Ayer, el compromiso presidencial “de que no habrá referéndum”. Palabra de Pedro Sánchez, ergo lo habrá.

Al esperpento del secesionismo, se ha sumado la dictadura arcoíris -con el desvarío jurídico de la ley de igualdad (baile tribal patrocinado con dinero público incluido); el delirio de Castells (con sus declaraciones caritativas sobre los suspensos) y el “equipo A” de jóvenes escapistas de Baleares. (Un inciso: cuando se quitan las barreras sin pensar y se insinúa “que no pasa nada ya”, los jóvenes salen de toriles. Eso sí, sin vacunar. No se podía saber…)

Manuel Castells.

Los  recientes dislates encadenados dan una sensación de descontrol que  incita, como nunca, a “encapsularse”: apagar redes, olvidarse de medios y cerrar puertas y ventanas.

El concepto “cocooner” se acuñó en Estados Unidos para denominar las tendencias de consumo de las personas que se encierran en casa y desde allí hacen todo lo posible: comer, aprender, comprar o ligar. Pues bien: hemos practicado el “cocooning del consumo” por obligación en el confinamiento. Pero hoy muchos españoles, que creyeron en el Estado de Derecho, se plantean practicar el “cocooning político” por necesidad de paz mental.

No lo digo yo. Lo dicen las encuestas que dan cuenta del deseo del repliegue con el incremento de la desafección política.

Esto no es baladí. Es más, supone una catástrofe.

Y es que, como se estableció en las ciudades–Estado de la antigua Grecia, mientras en la esfera privada se responde a la “necesidad”, es en la esfera pública donde se construye y se disfruta de “la libertad”.

Frente a la “inmanencia” de lo privado que ancla a la naturaleza, la “trascendencia” de lo público, que permite un proyecto de vida, como diría Beavoir.

Foto: PIXABAY

El potencial de libertad (o su contrario, de sometimiento) y de futuro (o  su contrario, retroceso) otorga un valor inigualable a la esfera de lo público. No es extraño que la reflexión no sólo sobre el nivel de los políticos, sino también sobre sus conductas y comportamientos, haya sido  objeto de preocupación desde hace años.

En 1994, a raíz de varios escándalos de corrupción, el primer ministro inglés encargó un comité para la fijación de normas de conducta de la vida pública, conocido como comité Nolan. Su es referente mundial para cualquier Gobierno interesado por la ética de sus políticos y funcionarios. Muy claro, especifica siete principios indispensables para estar en la vida pública: a) capacidad de asumir el interés colectivo, b) integridad, c) objetividad, d) responsabilidad, e) transparencia, f) honestidad, y g) capacidad de decisión.

No hay manera alguna de comprobar si quienes ostentan responsabilidades políticas actuales lo han leído (apuesto a que no).

No hay tampoco filtro alguno para exigirlo. Los eventos de esta semana hacen preguntarnos hasta qué punto, quienes están en la vida pública en nuestro país, cumplen siquiera alguno de los siete preceptos.

Las cosas se han puesto muy feas y “nos nace retirada”. Es normal: la privacidad se relaciona con la necesidad que tenemos de sensación de control sobre algo, por poco que sea. Pero es sensación. Porque la libertad (común e individual) sólo es posible ejercerla cuando el contexto es el correcto.  

No olviden que desde el ámbito público es desde el que algunas personas (desgraciadamente) dejarán un legado para futuras generaciones.

 Acuérdense cuando les nazca hacer cocooning y tengan la tentación de rendirse.

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