VALENCIA. A Sigmund Freud no le gustaba demasiado la música. Le gustaban mucho otras cosas, pero la música no. Nada, de hecho. Él mismo confesó alguna que vez que era incapaz de obtener placer alguno escuchando música. Naturalmente abierto a otras disciplinas artísticas, el padre del psicoanálisis podría haber sufrido algún tipo de melofobia que le invitaba a disfrazar con descaro su inalterabilidad musical de racionalismo o pulsión analítica: no podía sentirse afectado en ningún sentido por algo cuyo origen desconocía o no comprendía.
Esa melofobia no diagnosticada o su incapacidad para interpretar la música desde una perspectiva más emocional que instintiva o incluso racional no le impidió, sin embargo, diseminar referencias musicales a lo largo de toda su obra. Siempre desde la ligereza, eso sí. En un momento dado, incluso se reconoce públicamente silbando una aria de Las Bodas de Fígaro; no ser fan de Mozart en la Viena de finales del XVIII es hoy como ignorar a Taylor Swift. La música como disciplina artística sí entra en el concepto de sublimación del austríaco. “Muy sencillo: en la teoría psicoanalítica, escuchar música puede significar una válvula de escape para la sexualidad reprimida. Por tanto, el gusto por la música es una sublimación de la sexualidad”. Así lo explica Paul Kline en Fact and Fantasy in Freudian Theory (1972).
Hasta Charles Darwin lo dijo: al final todo se reduce al sexo, y a la música
Hasta Charles Darwin lo dijo: al final todo se reduce al sexo, y a la música. “Las notas musicales y el ritmo fueron adquiridos al principio por los ancestros masculinos y femeninos de la humanidad con el propósito de cautivar al sexo opuesto", explicaba en El Origen del Hombre, donde el británico desarrollaba su teoría de la selección sexual a través de la música durante 16 páginas: 10 para el canto del pájaro y 6 para el del ser humano. “Parece probable que los progenitores del hombre, sean hombres o mujeres, o ambos sexos, antes de adquirir el poder de expresar el amor mutuo en lenguaje articulado, intentaron hechizarse uno al otro con notas musicales y ritmo”. De este modo lo exponía Darwin en 1871, y poco ha cambiado desde entonces.