VALÈNCIA. Cuando la tempestad se desató sobre Las Naves, hubo numerosos afectados que remaron en direcciones bien distintas. El Colegio de Diseñadores de Interior de la Comunitat Valenciana (CDICV) entendió que había llegado el momento de poner rumbo al centro de València. Por ello, acaban de inaugurar su sede en un bajo de Gran Via de les Germanies, desde la cual buscarán una mayor integración en la vida de la ciudad, que les aportará una nueva sinergia profesional y una programación cultural independiente. «Queremos que la sociedad nos conozca mejor estando a pie de calle» es el mensaje de Miguel Sánchez, decano del CDICV desde 2013, que afronta ahora la recta final de su segundo mandato con una piedra en el zapato. Le gustaría marcharse del cargo habiendo conseguido la visibilidad del colectivo, pero ni la Administración se lo ha puesto fácil, ni soplan los mejores tiempos para decorar interiores y que te reconozcan por ello.
—¿Seguir en Las Naves habría oscurecido al Colegio?
—Cada cosa tiene su momento. Cuando nos cambiamos a Las Naves fue dentro de un programa cultural muy interesante, donde creíamos que podíamos encajar y aportar. Allí desarrollábamos exposiciones, ciclos y conferencias bajo un mismo paraguas. En el momento en el que Las Naves se queda carente de peso cultural y pasa a ser únicamente un espacio, nos interesa venirnos aquí para ganar visibilidad. Tenemos capacidad para desarrollar contenido independiente y hemos arrancado un nuevo ciclo, durante el que espero que la sociedad entienda todavía mejor la función del diseñador de interiores. Que vea más cercana la profesión; más accesible.
—¿En qué consistirá vuestro programa a partir de ahora?
—Habrá más formación técnica para los colegiados, mientras que en Las Naves estábamos muy vinculados a la cultura. Dentro de la sede hemos creado un espacio multidisciplinar, donde se impartirán charlas para los diseñadores, pero también invitaremos a fotógrafos, técnicos o miembros de otros colectivos. Otra novedad es que vamos a compartir sede con el Colegio Oficial de Publicitarios, así que se generará sinergia. En definitiva, queremos abrirnos a la sociedad, acercarnos al lugar donde se mueve la gente, como ya demostramos en la última edición de nuestros premios CDICV, que entregamos en la EASD de Velluters.
—¿Por qué un interiorista debería estar colegiado?
—Porque es obligatorio por ley. También porque al estar colegiado haces contactos, consigues información, accedes a empresas asociadas y creces como profesional. Y básicamente, porque si no nos unimos como colectivo, no conseguiremos amparo. Tenemos a otros profesionales técnicos dentro del mundo de la construcción que, por su número y por su corporativismo histórico, tienen un peso mayor en la sociedad y en las decisiones administrativas. Si los diseñadores no hacemos piña, nunca vamos a estar al nivel de los arquitectos, los aparejadores o los ingenieros.
—¿Hay intrusismo por parte de otros colectivos técnicos?
—El trabajo del diseñador de interiores siempre había estado muy claro para el público objetivo, pero todo cambia en el momento en el que estalla la crisis de la construcción. Las figuras que hasta entonces tenían su lugar empiezan a reubicarse. La reforma es lo que más se mueve en la actualidad, y aunque era un campo casi exclusivamente nuestro, con la caída de la obra nueva han entrado otras ramas técnicas. Así que sí, hay intrusismo. Pero lo cierto es que un diseñador de interiores sabe de amueblamiento, de iluminación y de climatización más que un arquitecto.
—Os quejáis de estar poco reconocidos por la Administración.
—Nuestra relación no es de las mejores. Siempre hay buenas palabras, buena predisposición, pero a la hora de la verdad no reconocen nuestras atribuciones. Es una larga batalla a nivel nacional. No podemos concurrir a un concurso público en igualdad de condiciones, porque mientras a un arquitecto se le considera un técnico competente con firma, a nosotros no. Vamos a pelear para que la situación cambie ahora que la formación ha pasado de ser una Diplomatura a un Grado. Tampoco nos tienen en cuenta cuando convocan reuniones o piden asesoramiento, como sí sucede con otros colectivos. Las pocas veces que nos han llamado se han sorprendido de todo lo que hacemos, del interés que tenemos para la sociedad y del valor económico que generamos.
en los edificios de la Administración, que se han rehabilitado de aquella manera, con una luz blanca y apenas dos sillones en un rincón
—¿Hay algún proyecto público en el que se note la carencia del interiorista?
—Son tantos los casos en los que la participación de un diseñador de interiores habría evitado un mausoleo. A muchos edificios públicos, preciosos por fuera, les falta calidez por dentro. Por ejemplo, el Palau de Les Arts es un edificio pensado para ser admirado desde fuera, pero nadie se ha preocupado por la vivencia en sus salas. Y lo mismo en los edificios de la Administración, que se han rehabilitado de aquella manera, con una luz blanca y apenas dos sillones en un rincón. Esto no va de poner muebles; hay que generar sensaciones, tamizar la visión, generar amplitud…
—¿Los mejores interiores se corresponden con empresas privadas?
—Los hoteles, los comercios o los restaurantes entienden mucho mejor nuestro papel. Ninguna gran cadena comercial se plantearía abrir su red de tiendas sin hacer un estudio de iluminación, de materiales, de texturas… En estos casos el continente interior, que es donde se vive, está más valorado que el exterior. Un buen ejemplo son las nuevas oficinas de La Caixa, que han dejado de transmitir la imagen de un banco frío y serio, para parecerse al lobby de un hotel acogedor.
—En el caso de la vivienda particular, ¿todos los clientes tienen un nivel adquisitivo alto?
—En mi caso son de un nivel medio alto, pero conozco grandes ejemplos de espacios donde los recursos económicos son limitados y el efecto visual es igual de bueno. No es una cuestión de invertir mucho en el sofá, sino en la persona creativa que va a gestionar tu dinero. Su responsabilidad será decidir si merece la pena gastar más en el mueble, en la luz o en el suelo.
—¿Cuánto de cierto sobre vuestro trabajo hay en los realities de la televisión?
—Nada, absolutamente nada; y además nos perjudican un montón. Estamos hablando de una carrera técnica, donde se tocan cuestiones espaciales o iluminarias. No somos los que ponemos las cortinas.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de enero de la revista Plaza