Con el estreno de la propuesta infantil Cu-cu, Bambalina inicia el relevo generacional de la compañía
VALÈNCIA. Toda vez que un crío saluda con la palabra cucú, se expone y agradece que su interlocutor le responda preguntándole quién es. En su debut como autora teatral, la actriz Águeda Llorca se sirve de este juego para titular una propuesta que invita a la infancia a cuestionarse su propia identidad. En Cu-Cu, programada del 16 al 19 de septiembre en la Sala Russafa, la creadora ha extrapolado la técnica artística del collage al teatro de objetos para invitar a espectadores a partir de cinco años a mirarse a sí mismos y así, diferenciarse del resto.
Sus protagonistas tienen las orejas grandes, no saben pronunciar la erre o todavía mojan la cama. Pero nunca se hace alusión a estas circunstancias como problemas del desarrollo, sino como peculiaridades.
“El montaje plantea la importancia que tiene el fomento de la autoestima en la niñez, porque es el momento que marca el carácter del individuo, ya que es cuando se fragua todo. Es fundamental aprender a reírse de uno mismo, darle la vuelta a la diferencia y convertirla en algo especial y propio”, desarrolla la intérprete, que sube a escena su ópera prima de la mano de la compañía Bambalina Teatre Practicable, a la que lleva vinculada desde 2018, año en el que protagonizó junto a Pau Gregori una versión de títeres de La Celestina donde daban vida entre los dos a 10 personajes.
Para su siguiente obra, el director de Bambalina, Jaume Policarpo, decidió doblar la apuesta y encargó al actor Jorge Valle que asumiera 20 personalidades en su adaptación de Hamlet.
En su última relectura de un clásico, la policefalia estuvo más repartida, y Águeda, Pau y Jorge se dividieron a una decena de los sufridos protagonistas de Edipo.
Aquel montaje afianzó la complicidad del trío de actores-manipuladores con Policarpo, y el veterano dramaturgo les ha encomendado el relevo de la formación valenciana, que este año celebra su 40 aniversario. Cu-Cu marca la primera experiencia de esta nueva etapa.
“Es un proyecto a medio plazo. Jaume no piensa jubilarse, pero está pensando en el futuro y aspira a que la infraestructura no muera cuando él se retire, de forma que nos ha confiado su legado. En un acto de amor y generosidad, nos ha dado libertad para que Bambalina crezca y siga su curso”, se extiende Llorca, que emplea la segunda persona del plural porque quiere subrayar la autoría colectiva de su pieza.
La autora novel arrancó el cometido con hechuras de escritura clásica: introducción, nudo y desenlace, pero durante el proceso, los referentes infantiles que le asaltaban eran visuales, así que depuró la propuesta, que en último término se convirtió en un guion de acotaciones.
“Puede parecer un tópico, pero a menudo, menos es más, así que terminé prescindiendo de la palabra y dándole protagonismo a la imagen”, explica Llorca, a quien siempre le han interesado las artes plásticas, y en las artes escénicas, el cómo antes que el qué.
Sólo ha habido tres vocablos que hayan superado ese trabajo de abstracción y reducción, mamá, papá y pipí. Su universalidad y la preponderancia de lo visual abre las puertas a la que la obra pueda ser exportada y girar en el extranjero, como así ha sucedido con otras propuestas de Bambalina, caso de Kraft.
“El collage es un recurso muy expresivo que permite usar imágenes aparentemente inconexas y dotarlas de significados distintos al yuxtaponerlas”, aprecia la autora, quien comparte el protagonismo en escena junto a Valle y Gregori.
Esta superposición le ha facilitado generar un universo “surrealista, donde todo es posible”, en el que, por ejemplo, una niña observé en el espejo cómo sus orejas se convierten en las de un burro y luego en las de un conejo, en función de su distorsión de su propia imagen.
Los personajes parten de ilustraciones realizadas por Jaume Marco combinadas con fotografías y dibujos. En total hay tres títeres y las imágenes son tanto planas como volumétricas, con impresiones sobre papel, neopreno, madera, espuma, fotografía y tela.
La técnica de collage se extiende al espacio sonoro del montaje, desarrollado por Gonzalo Manglano, que acompaña las escenas con música original mezclada con fragmentos de canciones muy reconocibles, como la italiana Volare o los temas principales de las bandas sonoras de las películas Misión imposible y Bailando bajo la lluvia.
Cu-cu no aborda el acoso escolar ni apuntala su trama con una moraleja, sino que plantea la diferencia vivida como un elemento distintivo, del que no avergonzarse. En ese ejercicio de reflexión interior, se anima a alcanzar la autoaceptación.
“De hecho, yo tengo una nariz gigante y en la obra hay un personaje al que ese rasgo le permite oler la flores mejor que a nadie –destaca la autora-. También hay una mujer con una boca enorme que canta ópera divinamente. El punto de partida es realista, pero luego volamos. No aportamos soluciones, sino que damos a entender a los niños que nada es tan importante y una seña de identidad puede ser algo positivo”.
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