El delicado núcleo de un cuento de hadas
La actuación de Rossy de Palma ni convenció ni logró llenar
Shakespeare, Britten, Abbado y Curran pusieron sólidos cimientos para que orquesta y voces desplegaran una música llena de magia y humor
VALENCIA. Se estrenó este viernes el título que cierra temporada en la sala principal de Les Arts: El sueño de una noche de verano, de Benjamín Britten. Se trata de una nueva producción con Paul Curran como director de escena y responsable de la escenografía. La dirección musical fue de Roberto Abbado, y es preciso subrayar desde el primer momento su trabajo, junto al de la orquesta de la casa, como artífices principales del éxito obtenido. La partitura de Britten es un auténtico encaje de bolillos, y necesita trenzarse con una delicada habilidad para que todo el tesoro de sonoridades luzca como merece. Es preciso, por otra parte, que el mundo de hadas y elfos descrito por Shakespeare en la comedia homónima, de la que Britten y Pears extrajeron el libreto, cobre vida ante el espectador. Interaccionando con ese universo fantástico, está el muy real de los artesanos convertidos en actores, que también debe trasladarse al espectador con el humor necesario. La batuta de Abbado y la habilidad de los instrumentistas pusieron en la sala los colores plateados de la luna y la poesía de las noches de verano, con sus tintineos e inquietantes glissandi evocando la magia de los seres que habitan esta ópera, pero también los tonos rudos de quienes poco tienen que ver con los duendes. En esta partitura hay numerosísimos solos individuales, y todos ellos se hicieron con exquisitez, gracia o ambas cosas a la vez.
La escenografía fue modesta: una base circular con gradas que sostiene unas columnas clásicas, y que también puede girar. Con ayuda de la iluminación, que vistió esta estructura con un fondo de diferentes tonalidades, resulta más que suficiente para una acción desarrollada en un bosque cercano a Atenas. Pero lo que más gustó fue la dirección de actores, tantas veces soslayada –o mal planteada- en las producciones operísticas: coreografía de los conjuntos (incluida la de los niños del ballet infantil y de la escolanía), estudio del carácter de cada personaje, declamación en las partes recitadas, gestualidad... todo ello estuvo bien trabajado y bien conseguido. Gustó mucho, a este nivel, la vis cómica del grupo de artesanos (Conal Coad –a pesar de estar lesionado en una pierna-, Richard Burkhard, Keith Jameson, Tyler Simpson, William Ferguson y Michael Borth), que hicieron reír con ganas al público, así como la agilidad y la dicción de Puck (Chris Agius Darmanin), el servidor de Oberón. El actual intendente del recinto, Davide Livermore, manifestó en una entrevista, hace ahora un año, que Paul Curran era uno de sus directores preferidos. Se trata, realmente, de un nombre importante dentro de la escena operística, y en esta producción ha lucido su capacidad para moverse con la economía de medios que los tiempos parecen demandar, y con la funcionalidad requerida por el libreto.
Titania, encarnada por Nadine Sierra interpretó a la reina de las hadas con porte majestuoso, y vertió su papel con una voz potente que sólo en las notas más altas mostró un punto de estridencia. En un principio casi eclipsó al Oberon de Christopher Lowrey, pero una vez calentado el instrumento, el contratenor, con una parte menos comprometida que la de Sierra, la sirvió asimismo con dignidad y estilo. Mostraron ciertos apuros para proyectar su voz en el primer acto Hermia (Nozomi Kato) y Lysander (Mark Milhofer), sobre todo este, que quedó a veces tapado por la orquesta. Mejoró asimismo después. Helena (Leah Partridge) y Demetrius (Dan Kempson) lucieron una proyección considerable, al igual que Theseus (Brandon Cedel). Iuliia Safonova (Hippolyta) hizo con corrección su papel. Todos ellos fueron, además, entregadísimos actores. Las voces de los artesanos, elogiados antes en su faceta actoral, también cruzaron sobradamente el foso. Los cuatro solistas de la Escolanía de la Virgen (Alejandro Estellés, Joel Orts, Héctor Francés y Josep de Martín) incidieron, con su canto infantil, en el tono mágico de la representación, y sólo se mostraron nerviosos en la intervención inicial (“Over hill, over dale”).
Es una lástima que una representación tan encantadora no consiguiera llenar la sala, debido al viejo temor del público a las obras del siglo XX. Entre otras cosas, porque no las conoce. Esta, en concreto, enamoró a todos los espectadores allí presentes, y la prueba está en los encendidos aplausos que cosechó. A desear, pues, que haya mejor respuesta en las cuatro funciones restantes.
La actuación de Rossy de Palma ni convenció ni logró llenar