España debe hacer frente a sus problemas pendientes que, aunque no hablemos de ellos por la pandemia, siguen estando ahí
Cuando comencé a escribir para Valencia Plaza estábamos en mitad de la crisis financiera. Llamé a mi colaboración “El peor de los tiempos”, haciendo referencia al comienzo de “Historia de dos ciudades”, de Dickens. No hace mucho decidí que era conveniente abandonar ese tono tan pesimista, pues quizá ya había pasado la peor crisis que yo iba a conocer. Ahora veo que pequé de optimista, algo que no me suele suceder. ¿Qué más podía pasar? Ya habíamos sufrido un shock asimétrico financiero siendo uno de los países más endeudados de Europa. Lo que no me esperaba era una pandemia que, además, fuera tan mal gestionada que acabase con nuestra gallina de los huevos de oro: el turismo. Después de este verano tan descorazonador ¿qué cabe esperar de este nuevo curso que comienza? Y no me refiero a los colegios.
Vayamos por partes. El hecho positivo es que en el mes de julio se llegó a un acuerdo que muchos han tildado de histórico, puesto que supuso una decisión en la Unión Europea que no se había querido tomar desde los años 50: utilizar la capacidad de endeudamiento de la Comisión Europea para hacer frente a la crisis que afectan a todo la Unión, aunque de forma distinta por países, como es el caso de la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia. El resultado es que, a lo largo de los próximos años, se van a emitir bonos europeos por un valor de entre el 8 y el 9% del PIB de los 27. No sólo es una novedad desde el punto de vista de los mercados financieros internacionales, que en realidad ven con buenos ojos la aparición de un nuevo activo con máxima calificación (triple A). También supone un cambio de enfoque frente a la crisis anterior (a la financiera de 2007): en lugar de saldarse en Europa con un tratado intergubernamental (es decir, fuera de las instituciones comunitarias) es la Comisión la que va a emitir los bonos.
Precisamente en ese mismo mes el canal Disney + estrenó el rompedor musical “Hamilton”. Se ha hablado, y mucho, de que Europa se enfrentaba a un momento “hamiltoniano” haciendo un paralelismo con la situación americana tras la guerra de la independencia: el entonces secretario del Tesoro (y mano derecha de Washington), a cambio de ceder la capital del país al sur, consiguió que la nueva nación asumiera toda la deuda de la guerra. Aunque comparar esta con la decisión, con la tomada en Europa sea mucho decir, pues no se ha creado un Tesoro europeo y la nueva deuda tiene un propósito concreto: financiar proyectos orientados a la economía digital y el Pacto Verde, sin embargo, desde el punto de vista de la integración europea, es una solución mucho más satisfactoria que la adoptada en la crisis anterior.
No obstante, la gestión eficiente de estos fondos supone un reto histórico para nuestro país. A pesar de que España va a ser uno de los países que más fondos reciba, lo es precisamente por la terrible repercusión, tanto desde el punto de vista sanitario como económico, que ha tenido la crisis de la covid-19 en España. Por otro lado, los fondos no van a comenzar a llegar hasta bien entrado el primer semestre del año 2021. Además, la financiación es condicional: por una parte, es necesario no sólo presentar (en un plazo de dos años) los proyectos de inversión a los que se van a destinar los fondos y, por otra, será el Semestre Europeo, el propio mecanismo de coordinación que funciona desde 2011, el encargado de supervisar el uso de los fondos. Como miembro de la zona euro, España debe presentar cada abril sus previsiones y su programa de reformas y, posteriormente (en septiembre) su borrador de presupuestos. Dado que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento está en suspenso debido a la pandemia, este año y quizá un par de años más, no vamos a ser incluidos de nuevo en el procedimiento de déficit excesivo. No obstante, ahora debemos pensar no sólo en cómo llegar hasta abril de 2021, cuando comencemos a recibir fondos (una buena parte de ellos en préstamos, a devolver en 30 años) sino en cómo hacer frente a los demás problemas pendientes que, aunque no hablemos de ellos, siguen estando ahí. A pesar de las más de 20.000 pensiones menos que habrá que pagar debido al sesgo en la letalidad de la pandemia hacia los españoles de mayor edad, la falta de recursos para pagar las pensiones, el desempleo estructural y el déficit formativo de nuestros jóvenes son igualmente acuciantes.
No resulta nada tranquilizador que se haya introducido en el Plan Anual Normativo 2021 la derogación parcial de la reforma del mercado de trabajo. Tal y como pactó el gobierno con EH Bildu, el Ministerio de Trabajo va a “recuperar el papel de la negociación colectiva”, lo que significa que volverá a prevalecer el convenio sectorial sobre el de empresa. Aunque parezca un tema menor, no lo es, puesto que elimina la flexibilidad que necesitan algunas empresas para poder negociar con sus trabajadores algunas condiciones laborales. Si se pactan para todo un sector, pueden resultar inadecuadas en ciertos casos (normalmente para las empresas pequeñas) y ello supone una rigidez que conduce, en muchas ocasiones a no contratar o a precipitar cierres. Precisamente este cambio fue muy útil para salir de la crisis anterior. No parece el mejor momento para revertir esta posibilidad, máxime cuando se terminen los ERTE y sea necesario que cada empresa se enfrente a sus condiciones particulares.
Siento no poder volver de la pausa veraniega con mejores noticias. Las previsiones de crecimiento para España en 2020 la sitúan, junto con el Reino Unido, entre las mayores caídas del mundo. Aunque vayamos a recibir fondos europeos, somos nosotros, los contribuyentes y nuestros hijos (y nietos) los que van a pagar el coste de la recuperación. La incapacidad endémica de nuestros políticos para formar gobiernos de concentración o grandes coaliciones aumentará el coste más allá de lo que habría sido necesario. Pero no les echemos sólo la culpa a ellos: la polarización de los ciudadanos hacia los extremos es algo que debemos achacarnos a nosotros mismos. Vienen malos tiempos.