“14 pesetas, un franco suizo”. Así vamos a acabar, con el euro devaluado en el limbo del sistema financiero, el virtual, como la Bolsa. Porque, para mí que esto del dinero en una pantalla electrónica es cuestión de fe. Como cuando todo el mundo —los bancos, los primeros— se volvieron locos y comenzaron a jugar con dinero virtual, dinero que no se sustentaba sobre la economía productiva o el precio del pan, sino sobre la confianza de los mercados, la prima de riesgo, las agencias de rating o la próxima guerra mundial. Es decir, sobre la especulación pura y dura. Y en eso llegó el bitcoin.
Como me apunto a un bombardeo, hace veinte años decidí hacer un cursillo y dejar de ser analfabeta bursátil y, ya no para jugar, sino para al menos no pasar en bloque la cotización de la Bolsa de las páginas salmón del periódico. Fue en la Bolsa de Valencia. Organizaban un curso para periodistas y otras especies salvajes, a instancias de Francisco Álvarez, que dirigió antes la Bolsa de París con tan buen tino como ahora ostenta la Dirección General de Economía, Emprendimiento y Cooperativismo en la Generalitat Valenciana. Lo siento Paco, no me sirvió de mucho, o más bien, de nada. Sigo sin saber leer la pantalla expuesta en el patio del antiguo Bolsín valenciano, y que sigue conservando su romanticismo de otras épocas —aconsejo visitarla—. Pero sigo pasando en bloque las páginas salmón con la cotización de la Bolsa. Y sigo sin creer.
Bueno, pues como no me creo lo de la Bolsa, menos me voy a creer lo de los bitcoin de la pasada semana. Moneda virtual donde las haya, aunque hasta los bancos hayan entrado en su juego y haya cajeros que te den euros de tu cuenta de bitcoins… ¡Porque nadie los ha visto! ¿Volvemos al trueque? Te cambio un casa en Lavapiés por otra en Bailén. Casi me creo más los billetes verde primavera y rosa fucsia del Monopoly. ¿Cómo me voy a creer que una moneda inexistente en la vida real, sin un Estado que responda por ella, sin una máquina de hacer billetes, sin un Tesoro Nacional detrás, digan ahora que vale 20.000 dólares o 16.000 euros… y ¿subiendo?
Y eso en menos de nueve años. ¿Nos hemos vuelto locos? Y, precisamente, durante los años de la crisis. ¿Es que no hemos tenido bastante con los juegos virtuales del sistema financiero real? Dicen que el bitcoin lo inventó un japonés para hacer compras únicamente a través de Internet. El Banco de España nos da esta definición: “El bitcoin nace para proporcionar a los ciudadanos un medio de pago que posibilite la ejecución de transferencias de valor rápidas, a bajo coste y que, además, no pueda ser controlado ni manipulado por gobiernos, bancos centrales o entidades financieras”. Pues mira qué consuelo... ¿Y quién la controla? Yo prefiero que haya alguien detrás, alguien conocido, con nombres apellidos y a quien se le pueda pedir responsabilidades o pasar por la guillotina.
¿Y qué confianza puede ofrecer una moneda que es la preferida para las compras en la deep web? Lo explicaba el coronel Ángel Gómez de Ágreda en la conferencia sobre Ciber Seguridad y Ciber Defensa que impartió a mis alumnos de Criminología de la Universitat de València. Primero dio un repaso sobre las amenazas que se esconden en las redes y luego les enseñó cómo defenderse, utilizando la precaución y las armas que el Estado nos proporciona. Entre las amenazas, apareció la deep web, ese lugar oscuro de Internet, la web profunda donde, si se quiere comprar armas o almas, hay que pagar con bitcoins. El coronel les explicaba los peligros y los secretos de la seguridad en las redes, cuando apareció la dichosa moneda intangible y -para mí-inexistente en una semana de vértigo en la que dobló su valor respecto al año anterior.
Escéptica como soy —que no euroescéptica—, como buen periodista que duda de todo, tenía que meter el dedo en la llaga. Ya me lo decía Falciani, tras su conferencia en València, invitado por el Director de la Agencia Valenciana Antifraude, Joan Linares. Sí, Hervé Falciani, el de la lista Falciani. El “informático” del HSBC que fue juzgado por la Audiencia Nacional, cuando Suiza pidió su extradición por llevarse del banco suizo para el que trabajaba la lista de 130.000 defraudadores en un programa informático encriptado. El protegido por la Fiscalía Anticorrupción española…
Hervé Falciani es un hombre tranquilo que ya no necesita andar por las calles con barba, peluca y gafas de pasta. Al contrario. Ahora colabora con Estados y gobiernos autonómicos, también aquí, en València. Es la demostración de que no podemos esconder la cabeza bajo el ala cuando vemos y sabemos que algo se está haciendo mal. O, peor, cuando sabemos que se está cometiendo un delito. Habría que preguntarnos algún día lo que ocurrió en la Administración Pública valenciana, durante veinte años de gobierno del Partido Popular, para que nadie o casi nadie alertara desde dentro, ni suficientemente, ni a tiempo del saqueo de nuestras arcas.
Hecho este inciso, explicaba Falciani que el desarrollador del núcleo de los bitcoin, el hacker anarquista británico Amir Taaki, trabajaba para los turcos en Turkmenistán para ensayar una economía basada en el bitcoin en el norte de Siria. Pero que ahora está en Barcelona y que se ha vuelto loco porque le bloquearon su proyecto. No me extraña. Quería montar su propia revolución y ahora se dedica con pasión a buscar alguna alternativa, porque los servidores que procesan el bitcoin consumen mucha energía. Técnicamente, explicaba Falciani, “si una transacción no está verificada, el servidor lo hace todo a la vez. Una vez verificada, hay que buscar un desafío criptográfico para validarla”. Y, como hasta aquí hemos entendido lo justo, ¿no sería mejor que volviéramos a los billetes verde primavera y rosa fucsia del Monopoly?