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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Contando historias sobre Joaquín Sabina

26/03/2017 - 

VALÈNCIA. Se acaba de publicar Sol y sombra, la primera biografía sobre Joaquín Sabina en la que se repasa a conciencia su obra musical. Un híbrido de estilos firmado por el periodista Julio Valdeón y que publica la editorial valenciana Efe Eme. Un buen pretexto para dejar que fluyan los recuerdos.

No existe personaje peor visto en el mundo de la música indie o alternativa que Joaquín Sabina. Es algo casi histórico, una situación que no han logrado resolver ni álbumes incontestables como 19 días y 500 noches ni el tiempo. Un mal endémico. Una de esas manías de una afición que no asume que no estamos en Londres ni en Berlín ni en Los Ángeles, y que una cosa es que Bowie o Radiohead nos parezcan la cima de la excelencia y otra que excelentes artistas locales sean despreciados por no tener nada que ver con eso. Cuento todo esto porque a mí, que he sido iluminado por Lou Reed y Pixies, Surfin’ Bichos y Derribos Arias, The Cramps, Kraftwerk y LCD Soundsystem, también me gusta Joaquín Sabina. Además, me cae de maravilla el personaje, algo que siempre ha producido rechazo entre mis compatriotas más esnobs.

Gran hermano Esteban

Sabina entró en mi vida por culpa de Esteban. El productor, creativo publicitario y periodista Esteban Leivas es lo más parecido que tengo a un hermano mayor desde hace más de 35 años, cuando se vino a vivir a Valencia. Prácticamente desde el primer día que nos conocimos me hizo prestar atención a otras músicas que no provenían de ese vórtice misterioso y anglosajón que tanto me gusta. La música brasileña, la canción de autor española, especialmente Serrat, Javier Krahe y, por supuesto, Sabina. Esteban mantuvo con este último una relación de camaradería que ha ido y venido a través del tiempo. Un par de esos episodios los viví in situ. Los otros forman parte de esas historias que los hermanos pequeños quieren oír contar  cada tanto a sus hermanos mayores.

Cruces de exilios

Allá por 1977, Esteban llevaba ya más de un año viviendo en Madrid. Al poco se instaló se instaló allí también uno de sus grandes amigos. Como él, el cantautor Daniel Amaro, abandonó su Montevideo natal huyendo de la dictadura. Daniel cantaba en pequeños pubs y cafés concert de la capital y así fue como ambos conocieron a Sabina. Éste por su parte estaba recién llegado de un autoexilio en Londres. Manifestaba su admiración por Paco Ibáñez y Pau Riba con el mismo entusiasmo con el que admitía que se atrevió a cantar después de escuchar a Dylan. Pero por encima de todo, suele subrayar Esteban, Sabina ya proclamaba entonces que Serrat era Dios. Los dos músicos empezaron a compartir el circuito de los pequeños locales. Actuaciones siempre nocturnas y a veces repartidas en distintos sitios durante una misma noche. El Simca 1000 de Esteban hizo de furgoneta de ambos artistas en más de una ocasión. 

Madera de mánager

El local donde más actuaban se llamaba Song Parnass, situado en Lavapiés. Esteban pasaba cada noche por allí y al terminar se iban todos a su casa a estirar la madrugada lo máximo posible. En una de esas noches, Daniel y Joaquín se quejaron de lo poco que cobraban en aquel bar. “Y a ti, uruguayo –le dijo Sabina  a Esteban- que se te da tan bien hablar, ¿por qué no intercedes por nosotros?” Le hizo caso y habló con el propietario del local. A partir de entonces, ambos cantautores pasaron a cobrar el doble. No solo eso, las consumiciones también fueron gratis, las de ellos y las de Esteban. “Tendrías que dedicarte a esto, tienes madera”, le dijo Joaquín. Y en este momento de la narración, antes del punto y seguido, queda suspendida la posibilidad, lo que hubiese ocurrido si esa noche Esteban se hubiese planteado lo que decía Sabina. Quizá todo habría cambiado tanto que nunca nos habríamos llegado a conocer y entonces yo no estaría aquí, ahora, escribiendo esto.

Reencuentro madrileño

Tres lustros más tarde, los destinos de Sabina, Amaro y Leivas volvieron a cruzarse. Era 1994. Sabina llevaba más de una década acumulando  éxitos y reconocimiento comercial y acababa de publicar Esta boca es mía. Yo ya vivía en Madrid y Esteban se quedaba en mi casa cada vez que venía por asuntos de trabajo. Uno de esos viajes estuvo relacionado con Daniel. El cantautor, residente en Noruega desde tiempo atrás, estaba grabando un nuevo álbum y le preguntó a Sabina si querría cantar una canción con él. Éste aceptó, Daniel voló a Madrid y los tres volvieron a verse. La mayoría de esas veces fue en casa de Sabina, donde, me cuenta Esteban, vieron el último gol de Maradona en el Mundial de aquel año. En cuanto pude me apunté a uno de esos encuentros. Sabina siempre me pareció un tipo cercano e interesante. Recuerdo un cuadro de Aute en lo alto del salón y algunos chascarrillos sobre músicos, actores y gente del espectáculo que siento mucho no poder reproducir aquí. Y recuerdo sobre todo la admiración con la que Joaquín y Esteban hablaban sobre Krahe. Sus letras, su manera de ser, la relación que el jienense mantenía con él.

Charlas de estudio

Unos meses más tarde se registraron en Madrid dos canciones para el álbum de Daniel Amaro Trasatlántico, ambas producidas por Esteban. Una fue con Aute y la otra, A la ciudad de Montevideo, con Sabina. La noche que grababa Sabina fui al estudio, pero me dio una lipotimia y me eché a dormir en un sofá. Me perdí casi toda la acción. Esa noche Joaquín le contó a Esteban su reunión con Fidel Castro en La Habana que duró varias horas, como los discursos del cubano. Por lo visto, hacia el final de la charla, Castro le preguntó: “¿Y de usted, por qué dicen que es muy mujeriego?” A lo que el invitado replicó: “Creo que porque lo fui, comandante”. 

Los amigos valencianos

A Sabina lo volví a ver en 1996, cuando publicó Yo, mí, me, conmigo. Le entrevisté en la sede de su discográfica y como siempre que le entrevistan, dejó algunas de esas declaraciones que te apuntas en una libreta para que no las borre el tiempo ni la mala memoria. Una de ellas fue: “Detesto que haya conseguido convencer a la gente de que esto es lo que hay, que no hay posibilidad de inventar otros mundos”. Me preguntó por Esteban y me dijo que le diera un abrazo. Luego nos hicimos una foto juntos para la posteridad, para la mía especialmente. Nunca hemos vuelto a coincidir pero cada vez que aparece uno de sus discos o un libro suyo, le pregunto a Esteban su opinión. Entonces él habla y yo escucho y aprendo cosas que vengo aprendiendo desde hace más de tres décadas y que nadie más puede enseñarme. Cómo querer a Sabina es una de ellas. Hace años, cuando la gira que hizo con Serrat llegó a Valencia, fuimos a verlos acompañados por sus tres hijos. Sabina despidió la última canción saludando a sus amigos valencianos, una lista de nombres en la que estaban Lluís Miquel y Alfons Cervera. También mencionó el nombre  Esteban, pero claro, nos quedamos todos con la duda de si se refería a él. Esteban insiste en que no. Yo en cambio estoy seguro de que sí.

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