La apertura de un nuevo periodo nos llena de buenos propósitos, algunos disfrutones, otros de enmienda, que parecen ser el combustible necesario para seguir por la autopista vital. Alternando días libres y de trabajo la perspectiva se amplía y si a esto se le añade que, como buena Virgo, me subyugan las realidades, el pensamiento se despierta voraz. Así que me dio por focalizarlo en el contexto el que se está instaurando la inteligencia artificial. De la IA ya se encargan los expertos para evaluar sus ventajas e inconvenientes, posibilidades y errores, pasando a la consabida polarización de opiniones que tanto rédito da a los partidos políticos en un país donde el centro es una utopía por lo que supone de negociación ideológica.
Pues bien, quitándome las gafas de sol para mirar hacia la zona más oscura medito, y me preocupo, sobre el estado de la educación y la formación para hacer frente a la IA generativa. Es cada vez más evidente que el sistema de aprendizaje se comienza a ver afectado por esta herramienta tecnológica y no estamos preparados para contextualizarla. Como antes de la era digital copiábamos de libros de texto y diccionarios impresos, para después pasar a la búsqueda de la información en Internet y el arte del copipega, se tiende a creer que la IA será lo mismo, nada más que en otro formato y con otra potencia. Pero es que esta vez hay algo más allá de la tecnología pura y dura, con esa preocupante tendencia a humanizarla y rentabilizarla.
A efectos prácticos, en el ejemplo de la búsqueda de información en el contexto educativo, la IA transforma esta labor de búsqueda al reducirla, ampliarla y facilitarla, siendo mucho más sencilla que lo que nos supuso pasar del boli al teclado, y sin tener que saber ortografía y gramática. Donde asoman las orejas del lobo es en que la IA presenta la información en tal cantidad y calidad que da la sensación de que establece conclusiones y discute resultados basada en su algoritmo y la ingente información en red, inabarcable a nuestros cerebros, sembrando ahí una semilla de inferioridad y dependencia humana.
Las nuevas generaciones nacen confiando en el criterio de la IA sin emplear el propio, pudiendo llegar a concluir que este no existe y, aún peor, si llegaran a sentir alguna reacción contraria a las conclusiones expuestas por el IA en cualquier tema, se podrían considerar a sí mismos psicológicamente erróneos. Para prever estas y otras destructivas situaciones, los procesos educativos y formativos deben ir adaptándose con el fin de generar seres humanos mentalmente autónomos, lo que viene a ser fomentar, valorar y aprender a manejar el criterio propio. Discernir y emitir una valoración personal de toda esa información recibida debería ser una asignatura evaluable y determinante para evitar la alienación y apuntalar nuestra especie.
Como sucede con los seguidores del ecomodernismo, creyentes de que la tecnología es la llave mágica para luchar contra el cambio climático, ya sean sequías, catástrofes naturales o degradación del medio natural por actividades antrópicas, las tecnologías vanguardistas se nos presentan anunciadas como la solución absoluta, sin considerar la dimensión social y ética de su implementación. En el eterno debate de qué fue antes, si el huevo o la gallina, aquí sabemos que antes fuimos los humanos, que somos los creadores de la tecnología, que necesita su tiempo de desarrollo para generar conocimiento y aplicarlo.
El problema surge, quizá porque se trata de amortizar lo invertido, en que cuando se implementan todas esas novedades, olvidamos el marco en el que se desarrollarán y los posibles efectos secundarios. Esa inteligencia nuestra debería construir para cada tecnología, un marco ético y social. Por poner otro ejemplo cercano, en la degradación del ecosistema Mar Menor por causas antrópicas, la asistencia de la tecnología puede reducir impactos, pero siempre y cuando se eviten y reconozcan las malas prácticas que han llevado al desastre medioambiental.
Esa es la dimensión ética, social, humana, que tantas veces queda apartada por los tecno-utopistas y su huida hacia adelante. Y tampoco debemos olvidar que la economía incide en el desarrollo tecnológico que, al final, produce beneficios. El lenguaje económico siempre está presente, lo que hace aún más necesario tener marcos éticos y legales.
Incorporar y utilizar la IA generativa en la educación, haciéndolo bien, requiere un esfuerzo inteligente y global. A los aspectos éticos se unen las recientes amenazas de cyberbulling. La premisa es recordar que somos seres inteligentes gracias a la capacidad de razonar, aprender, resolver y adaptarnos a un mundo cambiante. Los programas educativos y formativos deberían revisarse de forma dinámica, no por ideología política, que ya hemos visto nos sitúa a la cola educativa, sino por adaptación evolutiva del ser humano dentro del contexto en el que se desarrolla. Educación y formación son las herramientas con las que contamos para construir sociedades resilientes y seres humanos autónomos, eficientes y también, felices.
Mientras redactaba estas líneas me llegó la extraordinaria noticia de que ‘El sueño de Turing’, mural creado por la asociación cultural ‘La Compañía de Mario’ de Los Alcázares, ha sido el tercero más votado mediante la plataforma Street Art Cities y ahora aspira a ser el Mejor Grafiti del Mundo 2023. La primera vez que lo vi estuve largo rato ante él con las neuronas haciendo una fiesta de sinapsis, sin tener conocimiento de lo que querían expresar sus autores. Pasaba del lado oscuro al lado vital, de rojo latido.
Entraba por un hermoso ojo y evitaba salir por el agujero negro. Intentaba pasar de color cálido a color cálido en esos dos planos contrapuestos, sin rozar los grises. Ha sido terminando este artículo cuando he leído en el National Geographic la autodescripción que hacen de ella sus autores: “que las máquinas piensan por nosotros es algo real”. Así que cierro el texto con lo que el azar ha querido conectar mediante latidos y añado: “evitémoslo, hagamos del pensamiento humano un bien inviolable”.