VALÈNCIA. Ese miércoles tuvimos debate a tres en Televisión Española. No fue a cuatro porque, como todo el mundo sabe, el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, se negó a participar en un debate a cuatro. Una actitud lamentable, que muestra muy poco respeto por los ciudadanos, y que además se une al desprecio a la radiotelevisión pública, que el propio Feijóo se encargará de gestionar si alcanza el Gobierno. El corolario final de difundir su lumbalgia (que, visto lo visto, parece tan real como los datos difundidos por el candidato sobre las pensiones que el PP subía conforme al IPC) para ponerse la venda antes de la herida, así como las críticas del PP a la celebración del debate (está mal que los otros decidan debatir y dejarles a ellos mal por negarse a hacerlo) mostraban con claridad que, en efecto, este debate era un problema para el PP. Un problema debatir y también no hacerlo.
No sabemos si para Núñez Feijóo habría sido peor debatir que quedarse en casa afectado por la lumbalgia de campaña, pero lo que sí podemos decir es que no haber ido le va a perjudicar. En qué medida, esa ya es otra cuestión. Pero en política, si no ocupas tu espacio, te lo ocupan los otros. En el debate de este miércoles, al menos algunas fracciones de ese espacio hegemónico al que aspira el PP lo ocuparon los candidatos que sí fueron: Pedro Sánchez (PSOE), Santiago Abascal (Vox) y Yolanda Díaz (Sumar). Díaz y Sánchez montaron un claro tándem gubernamental, sin nada parecido a un desencuentro y mucha complicidad, frente a un Abascal que se benefició de apropiarse de todo el espacio de la oposición. Y como la izquierda dispuso del doble de tiempo que la derecha para hablar, hubo tiempo de sobra para escarnecer a Feijóo de todas las formas posibles: por sus mentiras, su cobardía al no comparecer en el debate, su amistad con el narco Marcial Dorado, su afán por pactar con Vox o con el PSOE y los burócratas de Bruselas, ... Recibió por todas partes y, obviamente, sin poder defenderse.
El debate adquirió desde el principio un tono mucho más civilizado que el engendro del cara a cara que tuvimos que sufrir en Atresmedia. Igual es que uno entra en la televisión pública y piensa que está en los años noventa y, por muy polarizado que sea el debate, se contiene algo en las formas. Sea como fuere, como debate fue mucho más interesante que el cara a cara. Hubo espacio para desgranar propuestas, explicarlas mínimamente, y para la crítica, la interacción y el show en dosis razonables. Entretenido y al mismo tiempo para que el espectador pensase: "oh, Dios mío, está ocurriendo; estoy aquí, en el sofá, en la intimidad de mi hogar, viendo un debate electoral para escuchar propuestas que pueden determinar mi preciado voto", como... sí, como ahora pensamos que eran las cosas en los añorados noventa (¿vería este debate algún espectador menor de treinta años?).
Al mismo tiempo, el debate estuvo desde el principio viciado por la ausencia de Núñez Feijóo, lo que desequilibraba mucho las cosas, dada la sintonía entre los dos representantes del Gobierno de coalición, que nunca discutían entre ellos (más bien se daban la razón amablemente) y se centraban en el candidato de Vox. Esto no significa que Abascal saliera derrotado del debate. Bien al contrario, el debate le vino muy bien para colocar sus mensajes y mostrarse como la "derechona valiente" frente a la "derechita cobarde" del PP (figúrense si es cobarde que ni va al debate, no como Abascal, que ahí se plantó frente a la alianza socialcomunista, él solo). No perdió la calma en ningún momento, a pesar de las críticas que recibía y algunos reveses importantes (el más llamativo, cuando se equivocó al vincular al Gobierno de coalición con Bildu en la reforma laboral, cuando Bildu votó... en contra, junto con Vox).
Abascal fue de menos a más: quedó bastante desdibujado en el bloque económico, pero después, con las políticas sociales, se apuntó algunos puntos ante su electorado (y, más importante, ante el electorado del PP) hablando de la 'ley del Sí es Sí', el comodín de todo político de la oposición contra este Gobierno, y de la 'ley trans', entre otras cosas porque Sánchez y Díaz no entraron demasiado al trapo en esos temas, y le dejaron hacer al candidato de Vox con sus reflexiones sobre "el hombre que se autopercibe mujer", que al parecer recibe todo tipo de parabienes y ventajas de la sociedad sólo por el hecho de autopercibirse mujer.
Al final, a Abascal le benefició en el debate lo mismo que le benefició en el debate de 2019: la caricatura que él mismo, los medios y la izquierda han perfilado, de un señor loco que se hace fotos disfrazado de tercio de Flandes, lleva a pensar al lector que como mínimo comenzará su primera intervención cantando el Cara al sol y que luego se dedicará a soltar espuma por la boca. Cuando no llega tan lejos, consigue su objetivo: parecer razonable al electorado que puede pensar que el PP no es suficiente para las cosas que les preocupan, y al mismo tiempo movilizar a su base con sus mensajes contrarios a la diversidad sexual, a la inmigración, y por supuesto a los aviesos, por abundantes y diversos, enemigos de España.
La vicepresidenta y candidata de Sumar, Yolanda Díaz, también salió airosa de este debate. Díaz necesitaba visualizar su alternativa y darse a conocer. Porque, por mucho que el público ya sepa quién es, no la ha visto apenas en su rol de líder de Sumar (fundamentalmente porque Díaz, al modo rajoyista, se pasó dos largos años de "proceso de escucha" esperando a ver si lanzaba su proyecto, navajazos con Podemos mediante), y porque tampoco es que la campaña electoral le hubiera servido mucho hasta la fecha para visibilizarse.
Al mismo tiempo, el debate sólo podía resultarle beneficioso, por un efecto que no necesariamente beneficia más a los gallegos, pero que así y todo denominaremos "efecto nuevo gallego 2023": cuando eres el nuevo, el público tiene más curiosidad, más interés, por saber qué dices y cómo lo dices. Le pasó a Feijóo en el cara a cara, y le benefició a Yolanda Díaz ayer, porque debatía con dos personas a las que hemos visto debatir más veces, en especial a Pedro Sánchez. Pero, sobre todo, a Yolanda Díaz le fue bien porque lo hizo bien. Porque supo expresarse con convicción, y con la necesaria dosis de energía -y, en ocasiones, de marrullería-en sus interacciones con Abascal, al que abordaba con preguntas tales como "¿sabe usted cuántos agricultores hay en España?", y luego le respondía ella misma: 750.000, más que nunca (entiéndase por "nunca" más que, no sé yo, 1996, los años noventa otra vez); o bien le reprochaba venir de un chiringuito, cobrar su partido diez millones de euros de subvenciones públicas, o sacar a colación, cuando ya casi nos habíamos olvidado ante tanto debate -para lo que estamos acostumbrados- de guante blanco, la famosa foto de Feijóo con el narco. Yolanda Díaz, en resumen, salió a la ofensiva, y allí permaneció todo el debate.
Pedro Sánchez, por su parte, complementó el discurso de Díaz con un enfoque más conservador, más "votantes que dudáis entre la abstención y el PSOE, o incluso entre PP y PSOE, venid a mí". Sánchez estuvo mucho mejor que en la aciaga noche del debate de Atresmedia (aunque esto tampoco es decir mucho), si bien su papel quedó un tanto desdibujado ante unas intervenciones con menos gancho que las de Díaz, que fue quien buscó, y logró encarnar, el enfrentamiento con Abascal, que inicialmente se dirigía prácticamente siempre a Sánchez, pero acabó enfrascado con Díaz y sus pullas. Así que Sánchez no lo hizo mal, pero tampoco sabría decir si lo hizo bien (con tanto candidato gallego, se me está pegando su modo de obrar indeterminado).
¿Quién ganó el debate? Yo diría que los dos candidatos de los partidos que aspiran a quedar en tercer lugar y ostentar la vicepresidencia del Gobierno, Yolanda Díaz y Santiago Abascal: ambos concentraron la atención, lograron desgranar sus mensajes y, por el mero hecho de que el debate tuviera lugar, visualizaron sus opciones políticas como alternativa al bipartidismo que se nos mostró en toda su gloria en el cara a cara. Sin embargo, esto no significa, necesariamente, que fueran los más beneficiados. Aunque Pedro Sánchez quedara en segundo plano en este debate, su presencia era imprescindible para darle credibilidad y evidenciar las carencias del candidato que no estaba, porque se negó a ir; para reactivar el bloque de la izquierda y, en definitiva, tratar de poner en apuros al PP, que se ve vencedor desde el cara a cara (y, en realidad, desde las elecciones municipales y autonómicas del 28M). Habrá que ver cuánta audiencia tuvo el debate (seguro que importante, aunque sea menor que la del cara a cara), y en unos días nos podremos hacer una idea de sus efectos electorales.