VALÈNCIA. Vértigo. Esa es la sensación que lleva mirar atrás a tan solo una semana vista. Un marzo de 2020 en el que la frialdad del dato nos confirmará lo excepcional de la situación: el coronavirus ha llegado para mostrarnos en nuestras narices la fragilidad del ser humano.
Perdemos temporalmente la libertad de pisar la calle y de abrazar a los nuestros. No obstante, en este estado de alarma quedan dos extras imprescindibles como la nevera llena y el wifi. Y además, se hace evidente una convicción: somos devoradores de noticias.
Aquí entra en juego la sociedad de la información y la hiperconectividad. Con solo cotejar alguno de los datos vislumbrados por consultorías del sector digital, se alumbra que el consumo de información periodística ha aumentado considerablemente estos días de excepción y confinamiento. Esta cuestión no es nueva ni baladí, ya que como en todas las crisis, se demuestra la necesidad de la profesión periodística y la existencia de unos medios profesionales, libres y veraces para generar una sociedad crítica e informada.
Dentro de este paradigma, el comportamiento humano ha canalizado a través de las redes sociales su lógica como ser social. Gana el smartphone, Google como buscador de todo y las redes sociales salen reforzadas como ese confesionario abierto en el que vertimos alegrías, conflictos, deseos y vivencias. Y además, con el caso del Coronavirus, podemos sentenciar que hemos llegado al culmen de la asimilación de los conflictos sociales a través del lenguaje digital.
El ciudadano medio asume el síndrome de la doble plantalla y en este caso Twitter, Facebook y Whastapp han sido las máquinas de difusión al máximo rendimiento, siempre en paralelo con la televisión. Nuestro vecino se ha informado, pero también ha contribuido a la difusión del hecho noticioso vía mensajería instantánea, así como a la generación de opinión, reacciones y debate en las distintas plataformas sociales. Y cómo no, también generando mucho ruido comunicacional y ha alimentado (de manera consciente o no) algunas fake news irresponsables y peligrosas.
Hay que asumir que la crisis del Coronavirus estalló en el momento en que tomamos conciencia de que algo estaba ocurriendo en los supermercados. La incertidumbre nos ha dejado miles de videos, fotos y cadenas de mensajes alertando sobre la escasez de alimentos en los lineales de venta, así como la desfachatez de la marabunta.
Este pavor fue transmitido y viralizado principalmente a través de la mensajería instantánea como punto inicial. Aquí, se abre el debate sobre lo insano que resulta el botón de ‘Reenviar’ de Whatsapp y los efectos que provoca en una sociedad hiperconectada, pero con carencia de cultura y responsabilidad digital.
Estos alarmantes vídeos, más alguna burda noticia de clickbait, han sido los ingredientes perfectos para generar una situación de alarma social que finalmente se ha podido atajar. Eso sí, nos deja como cuestión anecdótica el inexplicable despegue de las ventas del papel higiénico y la paródica estampa de lo absurdez del ser humano a la hora de comprar por comprar.
Por si fuera poco, en un fin de semana hemos vivido una declaración de estado de alerta convertido a estado de alarma un día después. Pero siendo crudos, su importancia cayó inicialmente en saco roto por el hecho de mantener entre las medidas anunciadas, las peluquerías abiertas.
Fue hablar Pedro Sánchez por televisión y soltar la joya por su boca para que el hashtag #Peluquerías fuera tendencia en Twitter y como no, la comidilla de todos los grupos de Whatsapp del país, quienes no tardaron en sacar punta a la circunstancia con cientos de memés donde se parodiaba la situación. Y a tanto llegó la cuestión de las peluquerías que, 48 horas después, se matizaba la cuestión desde Moncloa para bajar las persianas de estas y zanjar el asunto.
Las redes sociales no dictan sentencia, pero sí son un buen termómetro sobre el desarrollo de los acontecimientos. Durante el viernes 11 de marzo se puso en marcha la iniciativa popular #QuedateenCasa y #FrenaLaCurva, reforzada también desde los principales medios de comunicación del país. Además, siguiendo esta estela, aquí el Ministerio de Sanidad apostó por dar salida a una campaña de crisis con una serie de contenidos en los medios y también en las plataformas digitales, en las que se empoderaba a prevenir el coronavirus y concienciar a la población a través del hashtag #EsteVirusLoParamosUnidos y que se mantiene vigente.
Por su parte la afección de esta crisis al mundo empresarial también tiene su significado. A la avalancha de noticias negativas y anuncios de #ERTES, (que desgraciadamente ganaron su espacio como tendencia) hay que dar paso a otras acciones impulsadas como es hashtag #SalimosDeEsta con el propósito de valorar las noticias positivas que se están dando.
Todos ellos han ganado un espacio como claim dentro de las comunicaciones sociales, ya sea en Twitter, como en Facebook, Instagram o en cualquier otro servicio de mensajería personal o red social que se precie.
Dentro de esta cuarentena, el hecho disruptivo lo encontramos en la cacerolada que todos los días se repite a las 20.00h en los hogares del estado. Como no, la convocatoria a la misma nos llegó vía Whatsapp a través de una de mil cadenas surgidas de la conciencia del pueblo y en este caso, triunfó.
Estas caceroladas han nacido en la crisis del Coronavirus como una muestra de reconocimiento diario a los profesionales de la Sanidad y a la larga se vislumbra como el momento de expresión diaria de la ciudadanía en cuarentena.
Su valor reivindicativo y audiovisual se ha ganado un hueco en las redes sociales todos los días, en parte también gracias al anecdotario alimentado por el desparpajo de esos conciudadanos que se animan a cantar y poner música para amenizar al vecindario.
El cúmulo de noticias vinculadas al Coronavirus ha dejado en la sombra otras que, por su calado y significación, hubieran centrado todo el protagonismo en circunstancias normales. La polémica sociedad offshore del Rey Emérito y la renuncia de su herencia por parte de su primogénito el Rey Felipe VI, ha llegado, ha hecho ruido, pero no ha calado con fuerza ya que el epicentro actual tiene nombre de pandemia.
Aquí cada red jugó su partida: En Twitter hervía la sangre de media comunidad pidiendo reparación mediante los hastags #CoronaCiao y #NiVirusNiBorbones y consiguiendo alimentar una cacerolada antiborbónica en el momento de su anunciado mensaje por televisión. Al igual que ocurrió en Facebook, sobre todo en grupos alineados a movimientos sociales y políticos. Mientras, en Linkedin poco o nada se hablaba del tema y como no, en Instagram y Tik Tok… pues la cosa iba por otro lado.
Tampoco ha faltado en redes el compromiso de la cultura, de los artistas y los músicos, con la situación actual. El festival de los balcones o las interpretaciones online de conocidos cantantes a su comunidad de seguidores son muestra de como convertir un problema en oportunidad.
No obstante, las redes sociales son inherentes a la guasa y si a algo lleva el aburrimiento, es a cruzar la línea del despropósito. Del shock por el estado de alarma pasamos de inmediato a consumir vídeos de tipos que se disfrazan de dinosaurio por la vía pública o a ver casos de gente insolidaria que sale a pasear o a correr y acaba siendo multados por la Policía Local o Nacional.
Y por último, si a toda esta miscelánea de redes sociales le añades el ingrediente local que supone dejar a la sociedad valenciana sin Fallas, el cóctel explota por sí solo. La muestra está en que más de 500.000 visualizaciones han alimentado a un streaming semiclandestino de la cremà - que se suponía secreta y a puerta cerrada- de parte del monumento de la Plaza del Ayuntamiento de València. Eso, un lunes a las 00:30 horas. Una cuestión inexplicable que deja como anécdota la movilización fallera para recopilar el 19 de marzo vídeos de gente haciendo ruido en su casa con una botella de plástico para crear una mascletá virtual, así como convocar a la supuesta hora de la cremà una reproducción a todo volumen del himno de la Comunitat Valenciana para toda la barriada.
Y que conste, todo esto, siempre por orden de una cadena anónima de Whatsapp. Pásalo.