Faltaba una ministra alegre para darle la puntilla a la moribunda enseñanza española. Los colegios y los institutos serán centros de día para niños y adolescentes. Adiós al esfuerzo y a la curiosidad por aprender. ¡Pobres profesores! Bienvenidos al país de los ignorantes
El crimen fue en Madrid, en el número 34 de la calle Alcalá, en la sede del Ministerio de Educación y Formación Profesional.
Recordad los nombres de los autores del crimen porque pasarán a la historia universal de la infamia. Son Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno del Reino de España; María Isabel Celaá Díeguez, exministra de Educación y embajadora ante la Santa Sede; María del Pilar Alegría Continente, ministra de Educación, y Alejandro Tiana Ferrer, secretario de Estado de Educación desde 2018.
Como cómplices y cooperadores necesarios en el asesinato añadid a los consejeros autonómicos de Educación (aquí, el de Vicent Marzà y a Miguel Soler, su mano derecha); a los dos sindicatos verticales del Régimen, más los nacionalistas (aquí, los del STEPV), todos bien untados con la grasa presupuestaria; a algunas asociaciones de padres y a los pedagogos modernos, verdaderos autores intelectuales del crimen.
La muerta (porque hemos de hablar en género femenino) es la enseñanza en España. Yace su cadáver en una cámara frigorífica del Instituto Anatómico Forense de Madrid, a la espera de la autopsia. Sin ser muy entendidos en la materia, nos atreveríamos a anticipar las conclusiones del informe del forense.
El asesinato se gestó con premeditación desde hace décadas. Era un crimen largo tiempo urdido, con esa mezcla tan española de estupidez y maldad. Las primeras agresiones al sistema educativo se remontan a 1990, año en que se aprobó la Logse, en la que tuvo protagonismo san Rubalcaba que estás en los cielos.
Los golpes sobre el cuerpo magullado de la enseñanza se hicieron más frecuentes y crueles a medida que el Parlamento nacional aprobaba sucesivas leyes educativas sin consenso, casi todas ellas con gobiernos socialistas en el poder. Las agresiones al sistema educativo continuaron con los conservadores, sin valor para detener el acoso a una educación que hasta los años noventa fue útil a muchos hijos de familias trabajadoras para mejorar, siquiera mínimamente, sus posiciones en la vida.
Pero hubo que esperar a la ley amadrinada por la abuela Celaá para que la educación, herida ya de muerte, recibiese el tiro de gracia. La nefanda Lomloe, con la que se pretende corromper a nuestros menores, fue aprobada en los meses más duros de la pandemia, con la población encerrada ilegalmente en sus casas y con un Parlamento amordazado. No se consultó a nadie, repetimos, a nadie de la comunidad educativa. Había que aprovechar que la criatura estaba sola e indefensa para rematarla.
Testigos presenciales con los que me he reunido en secreto me confesaron que la pobre aún respiraba antes de que el Gobierno de las calamidades aprobará los recientes decretos que regulan los nuevos currículos de la ESO y Bachillerato. La enseñanza, que ha durado más de lo que imaginábamos, no pudo aguantar estas últimas puñaladas traperas. Fueron traperas estas puñaladas porque venían de quienes han ensuciado sus bocas con bellos discursos sobre la educación.
“Los socialistas pasarán a la historia por destruir la enseñanza, en especial la pública, la que dicen defender Celaá y la ministra alegre”
Los socialistas, desde Felipe González y hasta el Dorian Gray que nos gobierna, pasarán a la historia por haber destruido la enseñanza, en especial la pública, esa que dicen defender la abuela Celaá y la ministra alegre. Como es natural, la primera llevó a sus hijas a un colegio religioso de élite en Vizcaya, y la segunda hace lo propio con su retoño en el Liceo francés de Zaragoza.
La hipocresía de siempre, el cinismo de toda la vida, el doble discurso de un Gobierno, el socialista, que antes y ahora ha servido a los ricos y a las élites del país.
Los autores del crimen han decidido incinerar pronto el cadáver de la difunta enseñanza española. Enterrarla sería arriesgado para ellos. Podría convertirse en un lugar de peregrinación de quienes aún defienden que la educación podría ser (de hecho lo fue, hasta cierto punto) un arma para que los niños y los adolescentes, al hacerse adultos, tuvieran armas para defenderse y combatir en la vida.
A partir ahora, esos niños y adolescentes no sabrán nada de historia ni de filosofía, tampoco de matemáticas ni de física, pero, por el contrario, serán expertos en el arte de Frida Kahlo, y en la comida vegana, y en las papeleras de reciclaje, y en el lenguaje inclusivo, y en el cambio climático y en la paz y en el amor, sobre todo en la paz y en el amor.
Quien sea creyente que rece un padrenuestro en memoria de una enseñanza a la que muchos —los niños de la EGB— le debemos gran parte de lo que somos. De bien nacidos es ser agradecidos. La llevaremos siempre en la colección de nuestros mejores recuerdos cuando asistamos al hundimiento del país, en el que las futuras generaciones analfabetas tendrán un papel destacado. Descanse en paz.