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EL Callejero

Covachi Balaguer, la leyenda

Foto: KIKE TABERNER
19/03/2023 - 

En el taxi, camino de las Torres de Serranos, Covachi no para quieta. Y en un semáforo, al ver cruzar a unas falleras, adelanta el cuerpo y grita: "¡Mira, son falleras mayores!". El taxista la mira extrañado a través del espejo retrovisor. "¿Y usted cómo sabe que son falleras mayores y no falleras normales?", le pregunta. Y Covachi, que fue fallera mayor de su falla y Fallera Mayor de València, le contesta: "Porque la banda lleva los colores de la bandera de España". Luego se queda pensativa y al final deduce que deben venir de los cuarteles de la Alameda -están cruzando por el inicio de la avenida de Aragón- y rememora que allí se organiza un acto cada año. "Es muy bonito. Porque los militares, ya se sabe, lo hacen todo perfecto y muy organizado".

Covadonga Balaguer, Cova, Covachi o como quiera usted llamarla, que ella todo lo acepta con una sonrisa de anuncio, que para algo es odontóloga, está revolucionada en vísperas de las Fallas. Y cada mes de marzo regresan, cada vez más difuminados, pero aún intensos, los recuerdos de su 'reinado'. A los pies de las torres, en la cara que da hacia la ciudad antigua, en la Plaça dels Furs, cuenta que ella fue la última que protagonizó una Crida desde ese lado, que al año siguiente ya se optó por hacerla mirando al río, donde hay más espacio para la muchedumbre.

Antes, en su clínica especializada en ortodoncia, en la avenida de Aragón, ya ha quedado patente su amor por la fiesta. A la entrada, después de subir ocho escalones, hay un cesto de esparto lleno de naranjas y una pizarra donde va poniendo los días que faltan para las Fallas. Y dentro, ella dice que por los niños, y uno cree que también por ella misma, está todo decorado como si fuera una mascletà, con petardos falsos de muchos colores, que contrasta con el tono aséptico de todos los gabinetes de dentista, tan pulcros y minimalistas.

El tópico sería decir que ha llovido mucho desde que fue la Fallera Mayor, pero llover, llover, lo que llovió aquel 1989. "Empezó el 16 de marzo y en la cremà seguía lloviendo. Al día siguiente, que nos tocó ir a la Magdalena de Castellón, lucía un sol radiante". Un año antes, en el 88, había sido la elegida de Visitación-Orihuela, una de esas fallas de abolengo del barrio de Zaidía que llegó a estar en Especial y que un año, en 1959, llegó a ganar el primer premio. Covachi da el dato orgullosa y recuerda que una primavera más tarde fue su madre la que se convirtió en fallera mayor.

Sus padres se conocieron de jovencitos en Visitación-Orihuela, que se convirtió en la falla de la familia. "Están mis padres, mis hermanos, mis tíos, mis primos... Y yo desde que nací. Ahora estoy en Pizarro-Cirilo Amorós, pero sigo censada en las dos y siempre hay un día que voy de visita". Antes, en 1988, fue la fallera mayor y, al acabar, se presentó para formar parte de la Corte de Honor.

Llovió todos los días

Covachi cree que el mundo fallero ha cambiado mucho en estos 34 años y recuerda que el día del nombramiento, de la llamada desde el Ayuntamiento, fue un día más. Aquella adolescente de 18 años fue a la facultad por la mañana, al gimnasio por la tarde y luego se marchó a casa, se pegó una ducha y se preparó para ver si sonaba el teléfono junto a sus padres y sus tres hermanos. La elección de la Fallera Mayor estaba programada para el 14 de diciembre, pero como se convocó una sonada huelga general para aquel 14D, se adelantó un día. El 13 de diciembre de 1988, Ricardo Pérez Casado -alcalde de València entre 1979 y 1989- llamó a su domicilio y le informó de que era la elegida. "Luego él dimitió y entró Clementina Ródenas, que fue la primera mujer alcaldesa, y surgió el debate de cómo hacer el día de la exaltación porque hasta entonces el alcalde cogía del brazo a la Fallera Mayor y se decidió que ella fuera unos pasos por detrás".

Esta exalumna de Trinitarias y El Pilar tardó doce meses en convertirse en la mejor Fallera Mayor que ha habido en València y una de las pocas que pasan los años y los valencianos siguen recordando. Covachi era una chica guapísima, que se comportaba con mucha naturalidad y chorreaba simpatía. Ese año llovieron gatos y perros, que dicen los ingleses, y ella jamás perdió la sonrisa. Cova no quiere decir que era guapa, como tampoco quiere decir que era una lumbrera que sacaba unas notazas en Odontología, ni que sus padres tenían mucho dinero. Nada, en realidad, que pueda hacerla parecer presuntuosa. Aunque tampoco tiene problema en explicar que en su época el criterio que se utilizaba para elegir a una en detrimento de otras era puramente estético. "El criterio de elección entonces se basaba en la belleza, la elegancia y el porte. Un criterio físico, yo creo. Ahora pienso que no me hubieran elegido. Ahora el proceso de selección es excesivamente largo y con una serie de pruebas que veo innecesarias".

Aquella chica de 18 años se veía "muy cría" para un cargo de tanta exposición. Pero fue aprendiendo y siempre trató de comportarse con naturalidad y sin hacer nada con lo que no estuviera de acuerdo. "Yo me negaría a saludar como las enseñan a saludar ahora: no es natural".

Covachi es la hija de una ama de casa y un constructor y promotor. La familia materna venía de un pueblo de Salamanca; la paterna, de Benifaraig. Ambas confluyeron en València, en el barrio de Zaidía, y allí, en la falla, se cruzaron las dos ramas.

El primer acto de la nueva Fallera Mayor fue una entrega de premios de teatro. "Estaba nerviosísima. Luego hubo otro acto sobre vinos valencianos en el Alameda Palace y estaban la Bellea del Foc de Alacant y la reina de las Fiestas de la Magdalena de Castellón. Pero la Bellea, Paloma, con quien aún conservo la amistad, llevaba ya siete meses de rodaje y tenía mucha soltura, al contrario que yo. Me veía insegura para tanta responsabilidad. Yo tenía 18 años y casi no había salido de casa. Ahora con 18 años son más mayores y han visto más mundo. La edad media de mi corte era de 20 años. Había chicas de 16 y 17 años. La mayor tenía 23".

Las noches, de fiesta

Covachi también fue una Fallera Mayor bisagra. Ella vivió la última Crida desde lo alto de las Torres, la última exaltación en el teatro Principal, la primera que coincidió con una alcaldesa, la primera que salió en la procesión de la Virgen de los Desamparados... Y cree que lo de antes era algo más íntimo. "La Crida era un acto más para falleros; la gente estaba obligada a ir vestida con el traje regional. Era un acto mucho más solemne que no tenía nada que ver con lo del macrobotellón y la discomóvil de ahora, para nada, Aquel año se disparó un castillo y cayeron todas las pavesas dentro de la plaza y hubo gente que se quemó. Y creo que por miedo a que ocurriera algo peor, se cambió y a partir de 1990 se montó el andamio ese que montan mirando al río. Pero se ha ido desvirtuando el acto. A mí me parece mucho más bonito desde arriba de las torres, aunque entiendo que se dé más aforo, lo que ya no me gusta es que se convierta en una macrofiesta. La mayoría de la gente va a la fiesta y no les interesa la Crida... Pero este Ayuntamiento no se ha dignado ni a conocer a las falleras mayores. Jamás nos invitan a nada".

Lo suyo fue un aprendizaje improvisado. Aquella chica de 18 años pasó de los pubs de Cánovas, discotecas como Distrito 10 y Jardines del Real, en València, y Espiral, en L'Eliana, a estar rodeada de la plana mayor de las instituciones, a codearse con artistas, a verse en lugares de privilegio... Pero siempre lo hacía con una sonrisa y mucha educación y caía de pie en todas partes. "Al final no tienes nada que ver con la chica que empezó un año antes. Aquellas Fallas quedaron muy deslucidas por la lluvia. Mucha gente no desfiló en la Ofrenda, se suspendieron actos, algunos castillos y mascletaes no se dispararon... Pero yo no iba a tener otro año y decidí tomármelo con buen humor y tratar de animar a los demás desde mi posición de Fallera Mayor, y creo que eso gustó".

La falla del Ayuntamiento de aquel año, obra de Miguel Santaeulalia, fue sobre los tres Reyes Magos. Entonces no era habitual indultar un ninot y Covachi se fue con las manos vacías. Aunque días después, el periodista Moisés Domínguez, que escribe de Fallas en el 'Levante', le entregó un trozo de madera con ceniza envuelto en papel de periódico, lo único que pudo rescatar de aquella falla y que le entregó como un obsequio a aquella fallera que ya era una leyenda.

Aunque los mejores recuerdos son los que conserva en la cabeza después de un año muy intenso y una semana frenética, prácticamente sin descanso. Porque aquella Covachi con la energía de una joven de 18 años no tenía bastante con la agenda diaria y al acabar cada día se marchaba a disfrutar de la fiesta en algún casal, en el Parador So Nelo o en la discoteca Woody. Luego dormía dos o tres horas, no más, se levantaba, desayunaba en su casa con la Corte de Honor y emprendía un nuevo día cargado de actos.

Aún faltaba medio año para que comenzase a emitir Canal 9 y las cadenas privadas también empezaron a partir de ese año, así que la única televisión que daba algo -TVE solo retransmitía la cremà- era Procono, un canal medio pirata que se sintonizaba en los 80. Así que sus recuerdos están encapsulados en viejas e inservibles cintas de vídeo VHS que sus hijas, de 22 y 19 años, le insisten en que intente pasarlas a un soporte más moderno para verlas. Aunque tampoco insisten mucho. Solo les llama la atención que su madre fuera Fallera Mayor cuando ven un acto concreto o cuando alguien la elogia al saber que son hijas de la mítica Covachi Balaguer.

Se quedó viuda

Cova y Sofía son las niñas que tuvo Covachi con Joaquín. Pero Joaquín no fue su novio hasta quinto de carrera. Aquel año, en 1989, su chico era otro, que sobrevivió a las Fallas, un milagro, pero no mucho más. Joaquín, que estudiaba Odontología con Covachi, fue el amor de su vida. Se casaron en 1999. Tuvieron a su primera hija dos años después; a la segunda, a los cuatro años. En 2011, Joaquín enfermó. Un médico le diagnosticó un cáncer renal. Y entonces todo se volvió oscuridad. Joaquín, después de cuatro años de enfermedad, murió el 29 de marzo de 2015. "Un día después de mi cumpleaños. Aguantó ahí un poquito y...".

Covachi cayó en un pozo. El dolor, el miedo, la angustia y la pena, una pena que tiraba de ella como pesos de plomo. La mantuvieron erguida sus dos hijas, dos chiquillas de 11 y 13 años que se convirtieron en su horizonte. La familia y sus amigas arroparon a Covachi, que tardó cinco años en recuperar la alegría, su proverbial alegría, la alegría que la convirtió en la Fallera Mayor más recordada de la historia. "Tenía 44 años. Fue un golpe. Lo he pasado muy mal, muy mal. Es el duelo, el vacío que te queda, el proceso de la enfermedad, que es muy difícil... Quedarte sola con dos hijas de 11 y 13 años, Sofía y sus necesidades especiales; te da mucho miedo. Y la parte económica también. No sabes si podrás seguir con el mismo ritmo de vida. Te quedas sola, aunque muy arropada por una familia maravillosa, con unos hermanos y unos cuñados que me han ayudado muchísimo, tengo muy buenos amigos y gracias a eso aprendes a vivir de otra forma. Un día te despiertas y el propio ritmo de la vida te va arrastrando y ves que eres capaz. Aunque me costó mucho, cinco años. Pensaba que nunca iba a dejar de sufrir. Al final lo superas, aunque yo me acuerdo de Joaquín todos los días de mi vida".

Ahora ha rehecho su vida y hasta tiene un nuevo novio. Aunque ella ya va siempre con la alianza de Joaquín en su mano izquierda, la de las pulseras y el Apple Watch negro, como su blazer, como el pantalón , como sus uñas...

Al año o dos años de perder al hombre de su vida, su hermana María, la pequeña, tiró de ella para que salieran a correr. Zancada a zancada fue recuperando la autoestima, las ganas por vivir, el afán de superación... Como toda corredora, fue poniéndose objetivos. "El primer 10K fue para mí como una gran hazaña". Cuando Covachi salía a correr, muchas veces se cruzaba por el río con Marta Fernández de Castro, una exatleta que estudió en El Pilar, como ella, y que le tiraba la caña para que se apuntara a su club de atletismo, el 3FDC. "María y yo vimos un día que estábamos estancadas y entonces nos apuntamos con Gema, mi amiga del alma y uno de mis ángeles de la guarda, al equipo de Marta. A los ocho meses nos dijo de ir al Maratón de Nueva York. Le dijimos que vale, que iríamos a animarles, pero Marta dijo que de eso nada, que teníamos que correr. Lo preparamos y lo corrí en 2017. En 2018 hice el de València, repetí al año siguiente y luego ya vino la pandemia y se paró todo. Ahora sigo, pero con medias maratones y dentro de nada, el 1 de abril, me voy a Berlín con otros del equipo a correr una media".

Este año no se ha vestido de fallera. Dice que le da pereza, aunque ha ayudado a vestirse a su hija Sofía, que es muy fallera, lo contrario que la mayor. Covachi, durante todos estos años, ha ido reciclando los cinco trajes que se hizo cuando fue Fallera Mayor y ha ido aprovechándolos, en partes, para las sobrinas de una familia que, entre abuelos, hijos y nietos, la forman diecinueve personas. "Mis trajes los cosió Fina, que era la indumentarista de mi barrio, que ya no está, un par se los pedí a Enrique Marzal, y luego, doña Carmen Insa, que tampoco vive y que me hizo el traje de la exaltación. Era un referente y hacía años que no la llamaba nadie. Tenía una educación exquisita. Aunque ese año conocí a Amparo Gómez, que es una grandísima indumentarista, y a partir de entonces mis trajes y los de mis hijas me los he hecho en Espolín, que ahora lo llevan su hijo Juanjo y Pepa, su mujer".

Los recuerdos de aquel 1989 son muy bonitos -"es que fue una pasada", dice- pero no se ve a una mujer lastrada por la nostalgia. Ese año lo vivió, lo disfrutó y pasó página. Hoy es una mujer que ha rehecho su vida, que se ha especializado en la ortodoncia y que vive las Fallas con alegría pero sin la implicación del pasado. Pero, sobre todo, vive pendiente de sus hijas, de Cova y de Sofi, que son y serán las falleras mayores de su vida.

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