covid-19 / OPINIÓN

Bitácora de un mundo reinventado (día 20º)

25/04/2020 - 


Reuniones

La calle es de los pájaros pero grandes bocanadas de CO2 toman el techo de cada casa. Se habla. Se hablar sin parar. Hemos comprobado que se podía poner uno un cepo en los pies, pero las lenguas no se atan.

Me reúno. Chafo las orejas con los cascos, me quedo bizca frente a mi pantalla. Reunión de equipo de los viernes (40 minutos de fallos técnicos). Grupo de trabajo de mi seminario (gente de la Primaria con veta social, tema: efecto psicosocial del confinamiento). Devaneos por los cuartos de mis hijos que me hacen muecas para que desaparezca porque están reunidos. La casa entera parece la centralita de Telefónica. Una Babilonia contemporánea. Las paredes filtran voces, risas, aspavientos, timbres metálicos, abruptos o atenuados.

Siempre he pensado que en este país nos sobraban reuniones. Desde que el teletrabajo se ha impuesto, me pregunto si la frialdad de las pantallas no habrá despejado la niebla de eficacia que transmitían las salas de juntas. Nos abordamos desde ángulos duros, contrapicados asesinos, entre perplejidades y silencios de hielo. Hablamos sincopadamente, perdemos y recobramos hilo. ¿Sirve de algo?

Rafa ha sido reclutado en el comité de expertos del Consell: epidemiólogos, virólogos, bioinformáticos, geógrafos humanos… Cada uno sabe mucho pero de lo suyo, es difícil destilar un consenso. A mitad de reunión, en algún punto del orden del día, mi psiquiatra se descalabra y echa a volar, una punzada de realidad lo ha sacado del murmullo, una epifanía. Ese señor concentrado que escucha amablemente a trece especialistas, el President, intenta espigar alguna idea lúcida, viable, que trasladará al consejo de presidentes, diecinueve. Estos a su vez se atomizarán en los sucesivos recuadros de su pantalla de plasma y le dispararán una lluvia de ideas a Sánchez que, a pesar de la fatiga, debe condensar y disparar como un spray al presidente europeo. Del fumigado general (presidentes, ministros de finanzas, nube de asesores, banco europeo…) debe destilarse una consigna fuerte para millones en pánico.

Hablamos. Debatimos. Discurrimos en círculos. Nos escuchamos hablar. Me gustaría pensar que ganamos tiempo para que el virus se licúe y desaparezca por sí mismo.

La señora Rosa acaba su café en la cocina y se alegra de verme entrar. Me ofrece lo que le queda en su taza porque no quiere beber más y lo rechazo con tacto. "Es verdad", asiente con resignación, y enseguida me pregunta por la repostería de la semana. Listo los fracasos, hablamos de recetas. Me detalla el bizcocho de yogur y yo hago como si no me lo hubiera enseñado ya mi suegra: vasito de yogur de limón, dos de azúcar, tres de harina, cuatro huevos. La levadura al final, eso no lo sabía. Me retiro satisfecha a mi balcón, al menos una reunión ha valido la pena.

Soledades

Hay un señor confinado junto a la verja del parque en un Fiat verde oliva. Hunde la mirada, cruza los brazos detrás de la espalda, balancea la cadera. Su soledad se me clava cuando bajo a Noa. Lo espío en silencio. Unos días tiene la puerta del piloto abierta y las piernas en el asfalto, otros deja la puerta entornada y se queda mirando la reja de la alcantarilla como un enigma. Siento el impulso de buscar sus ojos y saludar, pero compruebo que está demasiado humillado. Ahora que el confinamiento se desvanece no sólo somos paseantes de perros por la acera. Me preparo para la mañana en que baje y ya no esté. Ni siquiera el Fiat. Si el aceite gotea, la mancha será indistinguible de tantas otras.

Sueños

Sueño que a mi hija y a mí nos golpea la onda expansiva de una bomba después de cruzar un semáforo. Nos levantamos aturdidas, corremos hacia casa. En mi subconsciente ochentero, la vivencia de amenaza está falcada hondamente alrededor del terrorismo de ETA. No se puede actualizar el archivo de la angustia, el mismo barro sirve para moldear la insuficiencia durante décadas. Llegaré tarde al colegio toda mi vida. Las matemáticas de COU me comerán siempre cruda. ¿Qué estarán soñando los millenials? El apagón digital. El borrón de la contraseña.

La playa

Las niñas están ya en la playa. Rocío y sus amigas han debatido larga (y amargamente) el bikini que comprarán este verano, deben llevar el mismo. El punto de fricción está en la parte de arriba; unas la llenan y otras no todavía. "Me ha dicho mi madre que van a poner como unos plastiquitos ─conferencia─ y tendrá cada uno su cápsula, como cajas azules y cada vez que uno entra las limpian…". Espío sus videollamadas mientras hago el servicio de habitaciones y me dejo los dedos remetiendo el edredón. Luego la veo desfilar el día entero en bikini de rayas y shorts, enciende la furia de su padre con el resfriado que se está buscando.

El banco de la amistad

Un osado psiquiatra africano, Dixon Chibanda, atiende de forma limpia y osada el sufrimiento emocional de su gente. No usa cápsulas ni corrientes, no despilfarra recursos. No ha importado  ninguna triquiñuela técnica de los costosos congresos americanos ni europeos. Con ayuda de fondos canadienses, entrenó a las mujeres añosas y carismáticas de su comunidad (las "abuelas") para la escucha y el acompañamiento. Después de seis meses, los pacientes estudiados tenían cinco veces menos pensamientos suicidas. JAMA lo publicó hace cuatro años. En la foto de prensa, la terapeuta o "abuela" (una mujer en la cincuentena con gesto atento y tocada con boina roja) discurre con una madre que sostiene a su pequeño en brazos. El banco de madera no es lujoso ni específico, parece sacado de un mirador rural. El espacio transmite recogimiento e intimidad. Un Ifema psiquiátrico que se me antoja tan vigente en los meses que se avecinan como los voluntarios envueltos en plástico. Zimbabue dispone de sólo 10 psiquiatras y 15 psicólogos para 15 millones de habitantes. Un territorio esquilmado. La pesadilla psiquiátrica. Aunque la imagen es de 2016, inspira nuestro futuro inmediato. Bancos que faciliten la conversación y la calma. Un intercambio de igual a igual. Mis "abuelas" son bilingües, parlen castellà i valencià. Y ya tengo pensado el banco. Un chorro de sol y una plaza tranquila sin el acoso del tráfico. En L´Horta Nord no faltan corazones.

Rosana Corral-Márquez es psiquiatra y escritora

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