Desayuno con la foto de varios hombres armados en el Capitolio de Michigan y se me antojan cinco adolescentes víctimas de bullying a punto de cometer una masacre en su instituto. El titular es de ayer y reza "Asalto en Michigan", pero no lo es. La ley les permite entrar de esa guisa siempre que las armas sean visibles. Armas largas, ya lo creo que se ven. Michigan lidera el tercer puesto en número de muertos y cuenta con una gobernadora demócrata. Para Gretchen Whitmer salvar vidas prevalece sobre la economía y se propone ampliar la cuarentena.
Se dirigen a la tribuna de invitados. Los ojos son huidizos, la actitud firme y uniforme, sujetan sus rifles pero tapan sus caras. Apuntan al suelo, pero abren las piernas para subrayar su determinación y dirigen el torso al frente, no van de caza ni de atentado, ¿de qué van estos manifestantes armados?
Cuando ya creíamos que la bronca y la deslealtad entre administraciones era la marca España, nos golpea esta foto. La indignación en ese país acude de forma refleja al pasamontañas y el chaleco antibalas. Es su tradición. Nosotros en Europa tenemos un pasado, es extenso y rico, no necesitamos tanto idolatrarlo. Sólo los ingleses insisten en sus rancios tics de potencia colonial (las pelucas en el parlamento o los juzgados, los rostros icónicos de sus monarcas vetustos, los colleges…). Para los demás, el foco puede avanzar hacia delante. Es justo decir que aún tenemos tropezones, como nuestro terco pulso entre negar-aceptar el franquismo, pero ahí entran múltiples explicaciones.
Sin embargo ahí tenemos a los norteamericanos. Meten el rifle en cada nivel de su escala emocional. Es el orgullo (orgullo del rifle), el miedo y ahora en el desaire. Guardianes de la esencia americana y de sus libertades, apelan a la justicia del Salvaje Oeste con la que se constituyeron como país. Los estados "unidos" a los que mirábamos como ejemplo de coherencia y patriotismo sucumben al do it yourself encañonándose con una recortada.
Las descargas que aquí cubrimos con caceroladas derivan allí en la irrupción de esos tipos alentados por Donald Trump. La escenografía es perversa, están en el mismo corazón de su democracia (otra brand que insisten en exportar paternalemente al mundo). Para nosotros, una pistola en un parlamento activa un sudor frío por la espalda. Para los estadounidenses no hay oxímoron. Congreso y armas nacieron de la mano. Ellos pueden adquirir un rifle en un híper como nosotros unas zapatillas, las obtienen de premio por abrir un plan de pensiones en cualquier sucursal de medio pelo. Donde nosotros enarbolamos una fondue o un juego de sartenes, ellos agitan una cartuchera preñada de plomo.
Donald Trump se frota las manos con la jugada. Libera su frustración ante los gobernadores insumisos. Es un consuelo de tontos comprobar cómo en ese país tampoco tienen cerrado el juego de competencias. El desescalado hace brotar aquí y allá la pelea de fondo entre administraciones, sus pulsos de poder, su contrarreloj por acumular medallas.
Tienen también una descentralización que nadie se cree del todo, oh sorpresa, como la nuestra. El virus aquí nos ha pillado basculando entre el sentimiento centrípeto y el centrífugo. Pero nuestro federalismo chapucero, descubro, no es el más chapucero del mundo. Lo más crudo de la puesta en escena americana es que Trump lo rentabilizará como nadie. Es un narrador de primera. Elige el punto de vista óptimo, no tiene competencia. Es un autor de género, un best seller, y tiene a su público en el bolsillo. Cuando casi creía que lo más terrible eran los gobernantes ineptos, descubro que hay algo peor: votantes ineptos.
Discrepancias aquí y allá. Lo que fue un cerrojazo unánime en el primer golpe de la curva ahora se revela un debate que deja a la vista la fragilidad de cada sociedad. Su idiosincrasia. Lo que nos iguala es la carrera por vender que hemos llegado los primeros a la línea de meta. Todos querrán a medirse con el vecino o adversario. Y yo me pregunto cuál es la meta, ¿el centro comercial? ¿Ese hotel con media pensión donde queríamos viajar este verano? La nueva normalidad debería ser nueva con mayúsculas.
Veo el parque transitado desde primera hora y se me antoja una manifestación de mallas y zapatillas, me pregunto qué encontraré mañana en el hospital. Una tensa expectación en las consultas, imagino, nervios en los boxes, reuniones, protocolos. Los optimistas se encogerán de hombros y hablarán sin mucho énfasis de que estamos preparados. Los pesimistas bramarán. Y aquellos que se estén recuperando del trauma pasearán sus ojeras por los pasillos; en sus sueños reaparecen cada noche escenas de inseguridad, culpa y pánico.
Rosana Corral-Márquez es psiquiatra y escritora