Covid-19 / OPINIÓN

Bitácora de un mundo reinventado (día 33º)

9/05/2020 - 

Volveremos a brindar, la canción de Lucía Gil, nos tira muy abajo y la descartamos. La letra es mohína y nos miramos cariacontecidos: M., nuestra auxiliar, no se ha muerto y vamos a celebrarlo. Volvió ayer al tajo después de un ingreso por Covid y estamos de homenaje: a las once aplauso y ramo de flores. Pero sabes, sé bien qué es vivir, no hay tiempo para odiar a nadie. Ahora sé reír… Estopa y Rozalén nos seducen con su música sencilla y luminosa. Le pido al coordinador que llame si me confundo de hora (como el minuto de silencio por la compañera de Faura, que hice sola y tarde).

A la hora convenida revoloteamos por el hall con el cortado en la mano (ya no cabemos en la antigua salita) e intentamos no despertar sospechas. Alguien impide que una señora franquee la puerta y le pide un minuto fuera que despierta el recelo de la protagonista. El ambulatorio parece nuestro sin los pacientes, un club social cruzado de pijamas blancos. Finalmente aparece la alcaldesa con el ramo y la emoción nos golpea, los aplausos tapan la música y el alicatado lo mezcla todo, lo devuelve con un eco metálico. M. se quita los cascos despacio y deja el mostrador, sufro por su timidez puesta a prueba. Se agarra al marco de la puerta y no acaba de cruzarlo, atiende a las palabras de la alcaldesa que suponemos honoríficas pero nadie entiende. Hay móviles atrapando las lágrimas y nos llevará un rato largo conseguir que todos quepamos en la foto sin poder apiñarnos: el chico nuevo retrocede con la cámara hasta forzar el ángulo desde la sala de curas. Nuestro círculo abarca todo el espacio, permanecemos dispersos y un poco bobos, contentos como niños. Nuestros cuerpos se repelen como polos de igual signo. Hay brazos en el aire y piropos, "perque es molt bona persona… només li falta menjar un poquet més" la riñe la alcaldesa. No parece una autoridad local, resulta maternal y llana, cuando tiene visita médica pasa luego a saludarnos. Ha venido en su coche porque andando no hubiera llegado a tiempo: la paran por la calle a cada paso, "¿el ram es per a mi? ¿Es per alguna Amparo?". M. esquiva el bochorno buscando rápidamente una fuente para las flores y vacila entre un bote vacío de hidroalcohol o una botella de litro. "Os he sentido muy cerca estos días", confiesa cuando le exigimos unas palabras. Le anunciamos que ya puede irse a casa por hoy pero no se va. El mostrador hierve a llamadas.

A primera hora se quejaba del hombre del doloret  (que viene a diario con una excusa u otra y se escurre en la sala de espera) y ha sido la misma que conocía antes de la baja. Su flema, sin embargo, me parecía ahora admirable, bíblica. El seísmo del virus nos ha recolocado y nos iguala, vibramos más cerca. Nos vemos. Las miradas desnudan, acercan. Nadie sabe cuánto durará esta extraña comunión ni cuánto hace que se había extinguido.

Bajo al paseo de las ocho y me abruma la avalancha de deportistas profanos. La marea fosforescente me habla de lo ilusorio que puede ser el movimiento. Antes de marzo, el mundo se movía y nosotros creíamos movernos con él pero estábamos quietos. Obedecíamos a una falsa cinética, una sensación de velocidad inyectada en nuestros sensores por la gula de acumular medallas y metas. Detrás de una refracción que se disipaba una vez cerca.

De pronto el mundo se ha parado y nosotros empezamos a movernos. Es un avance real, de aprender a mirar, de incorporar el cuerpo, el paisaje, la paleta de colores de un crepúsculo que no se parece al de ayer ni al de mañana. La verdad valiente y no la cobardica.

Verdad y Pos verdad eran dos categorías que luchaban estos días por la hegemonía en el gusto de la gente y tengo esperanzas para el triunfo de la primera. La historia del virólogo alemán Christian Drosten, el Fernando Simón de los teutones, me alienta a ello. Este científico brillante y precoz (con su equipo ha desarrollado los primeros test Covid y ya en el 2003 se implicó en el estudio del primer SARS) se ha erigido como el portavoz de la epidemia y soporta estoicamente una popularidad no buscada. Muy al estilo de su cultura luterana, antepone siempre la verdad a la paz y se ha llevado amenazas incluso de muerte por anunciar malos presagios. Acaba de participar en un llamamiento de la comunidad científica para que los magnates de las redes sociales le echen el cepo a los bulos que circulan. Por otro lado, los británicos reflotan su comisión de expertos después del castañazo de los primeros asesores de Johnson. Configuran un foro híbrido con diversidad de géneros, razas e intereses que hace públicas las actas de sus discusiones.

Desde Freud sabemos que la verdad es el material más maleable que existe. Hay que tratarlo con mimo. A menudo lo abandonamos al sobe, al magreo, lo estiramos y lo dejamos desventado como una Fanta sin burbujas. ¿Cómo llamaremos a la nueva era si triunfa el carisma de los rigurosos? Quizá sea la Pre verdad, la que nunca debió haberse escurrido por el sumidero del hartazgo o la complacencia.

Días tristes, nos cuesta estar muy solos ─canta Lucía Gil─ buscamos mil maneras de vencer la estupidez.

Rosana Corral-Márquez es psiquiatra y escritora

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