Además del proyecto megalómano de Florentino Pérez, han pasado más cosas últimamente. Entre otros, el proyecto de despidos masivo, el ERE, que se ha presentado tras la ejecución de la operación de fusión de Bankia con CaixaBank que afecta a *redoble de tambores* más de 8 mil trabajadores.
La autorización por la CNMC, cuyo resultado fue convertir a CaixaBank en líder en el mercado de servicios bancarios en todos los segmentos de banca minorista, es la crónica de una muerte anunciada –cómo iba a separarse, por muy independiente que fuera, de la valoración del Ministerio- porque el Gobierno, con Nadia Calviño a la cabeza había impulsado y posteriormente visado el proyecto mucho antes de presentárselo a la CNMC. Ésta es la culminación de las obsesivas gestiones gubernamentales por sacarse de encima un banco público, no se fuera a contagiar y extender el comunismo a otros sectores. Bueno, eso y porque era la “opción más conveniente” para recuperar las ayudas públicas *se oyen risas apenas sofocadas entre el público. Cara seria de la Ministra. Ah, que no era un chiste*.
Con todo, lo cierto es que las consecuencias en el mercado laboral sí preocuparon a algunos miembros del Congreso, que interrogaron a Calviño sobre el destino de los trabajadores de la nueva entidad. La Ministra respondió, de forma algo evasiva, pero sin reírse, que ya tiene mérito, que no existían previsiones sobre el impacto en el empleo, pero que lo dejaba en las expertas manos de la absorbente, recordando que tanto Bankia como CaixaBank tenían experiencia en esto de las reestructuraciones negociadas con los sindicatos (lo que, así como piropo, no está muy bien traído), además de señalar que todo el mercado se encuentra actualmente en un momento de restructuración de personal (vamos, depende de desde dónde se empiece a contar, por el quinto ERE).
Ahora, sin embargo, tras el anuncio del ERE de una magnitud que-no-se-veía-venir tm, la vicepresidenta ha pedido “responsabilidad" para buscar todas las alternativas que minimicen el impacto negativo de las fusiones sobre el empleo, mientras censura levemente que los directivos sí estén cobrando por encima de sus posibilidades, se escucha el clamor de los accionistas ávidos de dividendos y se reciben las amenazas -también conocidas como “comunicaciones” en el mundillo- de la AEB, que anuncia que aún hay margen para llevar a cabo más ajustes de plantilla en el sector bancario (Que se va al paro hasta el apuntador, oiga y, a sacar dinero, a Parla). Y, mientras tanto, la población española sintiendo regocijo, orgullo y calor en el corazón por haberlos rescatado…
Quien esto escribe tiene una cruzada contra las fusiones y adquisiciones innecesarias porque, honestamente, pienso que la falta de competencia (o de regulación, que limite estos procesos de concentración cuando no generan eficiencias claras), en el sentido de ausencia de operadores que compitan de verdad en el mercado, es el quinto jinete. Por eso me pone los pelos de punta la alegría con la que se ignoran cuestiones como la del empleo en el estudio previo que casi siempre conduce sin peros ni reparos a las autorizaciones –en primera fase- de ciertas concentraciones.
Merece la pena recalcar lo de siempre, pero que, por más veces que se oiga, no cala: la eficiencia no puede ser un principio sacrosanto en el altar del cual el Gobierno ha de sacrificar todos los demás intereses. Pero, si vamos a elevarla a esa categoría para justificar absolutamente todo, al menos aseguremos que es un análisis escrupuloso y lo menos sesgado posible, teniendo en cuenta cuestiones que, hasta ahora, son curiosamente ignoradas.
Habitualmente, el análisis de cualquier propuesta de concentración se centra en las eficiencias sobre el mercado de producto o servicio donde participa la empresa (en este caso: mercado de servicios bancarios, de emisión de tarjetas, TPV y de cajeros, así como a la producción y distribución de seguros y la gestión de planes y fondos de pensiones). En éstos, la CNMC, (cuya función, a diferencia de la del Gobierno, sí es exclusivamente analizar la eficiencia) sostuvo que la fusión, en general, no iba a suponer una amenaza para la competencia efectiva en prácticamente ninguno de los mercados porque, bien las cuotas de mercado de la entidad resultante no eran preocupantes, bien la adición de Bankia a la cuota de CaixaBank es reducida, no alterándose de forma reseñable la estructura competitiva previa. Que es tanto como decir: “la situación, chicos, ya pintaba mal antes. Ahora empeora sólo un poco más”.
Pero este análisis se queda como a medio camino. Hay más mercados afectados por la concentración: sin ir más lejos, los que se encuentran aguas arriba, entre otros, el mercado laboral. Y lo cierto es que no sólo no existe prohibición alguna que impida extender el análisis de eficiencias a éste, sino que parece ser un elemento socialmente de cierta relevancia. No obstante, aunque jurídicamente posible y económicamente conveniente, especialmente con las tasas de paro que nos manejamos, el mercado de trabajo es sistemáticamente arrinconado en estas valoraciones. Hacemos estudios de la eficiencia parcial, en los que se escogen los mercados a analizar en una especie de cherrypicking ideológico de mercados.
En todo caso, antes de desbarrar la retahíla de “ésta lo que va es a proponer un cavar zanja, tapar zanja, que el mercado no demanda y es una generación de empleo artificial”, espera un momento. A veces será eso (vuelva a revisar lo de que la eficiencia no lo es todo); a veces, no. Pero, para tomar la decisión de si cavarzanjataparzanja merece la pena, primero hay que hacer un análisis serio de las consecuencias en el mercado de trabajo, que tenga en cuenta dos cuestiones: cómo afecta la fusión al empleo –cuánta gente hay contratada- y cómo lo hace con los salarios–en qué condiciones están contratados-.
Respecto del empleo, en principio, en un mercado competitivo (spoiler, it’s not, mírate a qué interés te prestan el dinero cuando actualmente el tipo del BCE es negativo) la concentración sólo destruirá los puestos de trabajo que se solapan. Sin embargo, en las concentraciones pro-competitivas, si la empresa incrementa la productividad, es posible que se contraten más trabajadores para aumentar la producción y ventas. Y el tsunami de despidos actual ya debería hacernos sospechar.
Los bancos lo atribuyen a dos razones: la digitalización de la prestación del servicio y la falta de rentabilidad. Respecto de la primera, una cantidad de despidos tan repentina resulta complejo de explicar desde esta exclusiva perspectiva y, aunque lo fuera, parece que, al menos, en cierta medida, es una digitalización impuesta a los consumidores quienes difícilmente han demandado este cambio (recordemos que ya existían bancos que lo ofrecían, con una cuota de mercado reducida en comparación) y en cuyo beneficio ya veremos si se repercuten los ahorros de costes.
Sobre la segunda, nada que decir. Habla por sí sola.
En cuanto a los salarios, intuitivamente se piensa que las concentraciones en el mercado de producto implican indefectiblemente concentración del mercado laboral en la parte de la demanda (los bancos). Si fuera así, los trabajadores obtendrán peores condiciones y salarios porque su poder de negociación se reduce (al margen de lo que puedan hacer los sindicatos, que ni están ni se los espera).
No obstante, en algunos mercados se ha “probado” (tanto como se puede probar en las ciencias sociales) que las concentraciones del mercado de producto aumentan, en algunos casos, los salarios. En un porcentaje ridículo, pero lo hacen.
¿Quiere esto decir que, aunque se incluyera como factor de análisis por las autoridades de la competencia, la valoración debería seguir siendo positiva para la fusión? Pues depende, porque sigue sin resolverse la cuestión central, esto es, cuál es la distribución previsible de los aumentos de productividad entre capital y trabajo.
No es necesariamente irreconciliable combinar menos poder de negociación e incrementos salariales dado que, habitualmente, a mayores beneficios, en una situación razonable, menos incentivos tendrá el capital para recortar las retribuciones de los trabajadores. Eso sí, no subirán todo lo que podrían, porque no hay fuerza de negociación en el factor trabajo. En un escenario menos concentrado, los trabajadores tendrán más poder de negociación, pero es posible que menos beneficios, porque, aunque tengan más fuerza que les permita arrancar un trozo mayor, el pastel a repartir es más pequeño.
La respuesta a esta cuestión dependerá pues de las circunstancias de cada caso y en concreto será clave de dónde vengan los previsibles aumentos de beneficios derivados de la fusión; si son extractivos de los consumidores o son de verdadera productividad por eficiencia. Si provienen de estos últimos, desde una perspectiva de eficiencia, sí habría de permitirse la fusión, incluso examinando la perspectiva del mercado laboral. En cambio, si son rentas extractivas de los consumidores porque la fusión se limita a concentrar el mercado de producto y poco más, deberíamos recordar, antes de vender nuestra alma por cuatro chavos, que el trabajador tiene muchas facetas, una de las cuales es, también, la de consumidor. Más que nada, porque resulta en estos casos perfectamente posible que los aumentos salariales derivados de las concentraciones empresariales no compensen a los trabajadores-consumidores por el aumento de precios.
Entiéndaseme bien: no quiero decir con esto que las fusiones han de impedirse a toda costa y los puestos de trabajo hayan de mantenerse siempre. Pero creo que, puestos a utilizar La Eficiencia como justificación de cualquier operación económica con consecuencias laborales trágicas, como mínimo, debemos asegurarnos que se hace un examen lo más exhaustivo posible, donde se estudien absolutamente todas las consecuencias, incluso, aquéllas que se producen en mercados que, aunque sistemáticamente inadvertidos en los análisis de eficiencia, desde una perspectiva social y económica son clave.