Una semana de violencia callejera, de destrozos en el mobiliario urbano y de comercios saqueados. Plazas españolas rodeadas y vecinos amedrentados. Ciudades en jaque durante varias noches, pendientes de bandas de radicales y antisistema. Y mientras, desde parte de la bancada azul del Gobierno, se arenga a las masas y se les manda todo el apoyo. Apoyo a la violencia y culpa para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Desde la tribuna de oradores en el Congreso pedí al señor Echenique, portavoz de Podemos, que se retractara de sus palabras vomitadas en Twitter. No tuve suerte.
Todo ha sido por un rapero, de nombre artístico Hasél, que acumula más delitos que obra artística en su haber. Hasél ha sido condenado por injurias a la Corona, enaltecimiento del terrorismo e injurias a las instituciones del Estado. Hasél acumula otras cuatro condenas y tiene otra quinta causa penal abierta. Todo un portento de chico, como diría mi abuela. Que nadie se lleve a engaño, Hasél no está en la cárcel por ser rapero ni por cantar, ni siquiera por tener mal gusto. Hasél está en la cárcel por incitar la violencia, por reincidir en su apología y discursos de odio, también por amenazas graves. Hasél siembra intolerancia ideológica y, a la vista de los acontecimientos, alienta a la violencia.
Lector, nada de esto es fruto de un calentón, nada nace de la improvisación. La extrema izquierda radical no improvisa; es más, todo está escrito como cuenta Jesús Rivases en La Razón. Pablo Iglesias es muy listo y lo dejó todo por escrito ya en 2014 en su libro ‘Disputar la democracia’: “Cualquier orden político se constituye sobre la violencia” (página 38). Así que no, eso de que en España no hay normalidad democrática, que hay que controlar a los medios y apoyar a los violentos no es un desliz ni una metedura de pata, es su propio guion. Y lo está llevando a cabo desde el Gobierno de coalición haciendo peligrar a la sociedad más próspera y justa de la historia de España.
La violencia callejera de la extrema izquierda también llegó a Valencia y las declaraciones de nuestros gobernantes saltaron a la palestra. “Encerrar a alguien por su creación artística no es un buen síntoma de una democracia, nos guste o no esa creación. “No tener arte o ser cutre no es motivo para ir a la cárcel”, dijo Mónica Oltra, la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana. Joan Ribó, alcalde de Valencia, tuiteaba que “la desproporcionada actuación de la policía aumenta la crispación social”. ¿Está acusando el alcalde de mi ciudad a la policía de los altercados? Sí, lo está haciendo. Sin ponerse rojo ni nada. “El desorden público es el encarcelamiento de Pablo Hasél. ¿Quién defiende a los agredidos por la policía?”, se preguntaban los Podemos, esos arribistas activistas descreídos de la propia democracia que gobiernan.
Que nadie se lleve a engaño, decir que Hasél está en la cárcel por ejercer su libertad de expresión es como decir que Bárcenas lo está por regalar cajas de puros o dar propinas los domingos. España es una democracia plena. Tan plena, que semejantes activistas antidemocráticos nos gobiernan. Tan plena que, incluso con ellos en los Gobiernos, seguimos siendo los mejores en los ránkings de calidad democrática.
La verdadera anomalía es que en España un piropo sea delito y desear la muerte a alguien sea libertad de expresión. La auténtica anomalía es que una parte del Gobierno de España haga oposición al país que gobierna.