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el muro / OPINIÓN

Crisis, ¿qué crisis?

Para la Unión Europea la crisis económica ha terminado. Ellos han decidido que así sea. Le han puesto con alegría fecha de finalización. Sin embargo, por aquí el paro se ha incrementado hasta en agosto, época de supuestas altas y obligada ocupación. Nos salimos incluso en las estadísticas.

10/09/2017 - 

Desconocía que las crisis tuvieran fecha de caducidad, como los yogures. Será que no soy economista, simplemente ciudadano medio muy al tanto de sus impuestos y vigilado con lupa por el sistema tributario. He descubierto estar muy equivocado. O al menos eso es lo que llevan desde hace semanas algunos, Gobierno incluido, intentando transmitirme pese a que las cifras no siempre den la razón. Ni por asomo.

A mediados del pasado mes de agosto casi descorcho una botella de cava al leer que la Unión Europea daba por acabada la crisis económica más dura que hemos conocido en Europa, sin atender a las desigualdades del mundo y al problema que aún no hemos sabido solucionar en aspectos de inmigración civil por los conflictos bélicos del Mediterráneo y la que nos viene por Asia con cara nuclear. Lo hizo así, sin más. Con alegría y desparpajo nos han solucionado por aquí el asunto.

Ya está todo arreglado según los socios europeos que continúan inundando de funcionarios las instituciones como si nada fuera con ellos, más que la pose. Hasta Trump se lo recordó cuando de viaje a Bruselas elogió lo bien que había quedado uno de sus últimos edificios que sus señorías se habían auto regalado, aunque les cuestionara después lo mucho que se habrían gastado en su construcción. Para ellos, según estadísticas e informes -lo que gastarán en papel, fotocopias y encuadernaciones- estamos ya preparados para volver a tirar la casa por la ventana con permiso de los bancos salvados con nuestra nuez y con licencia para cometer todas las imprudencias que se pasen por la cabeza. Era comienzos de agosto.

Días después me encontraba con dos interpretaciones al respecto divergentes en boca de sendos economistas de reconocida solvencia: un exministro y un exbanquero. El primero, poco sospechoso de ser del gremio de la alegría política del momento, se agarraba a los datos del crecimiento económico para dar fe de la sostenibilidad del sistema. Lo fácil. Aunque eso sí, reclamaba medidas concretas para no repetir errores, o sea, enorme reflexión en torno a nuestra política de empleo de la que todo se desconoce desde que se aprobó la última reforma laboral que mandó a casa a medio país y ha dejado el sistema laboral hecho un auténtico desastre, algo así como el funcionamiento de nuestro sistema de inteligencia.

El segundo en opinar era alguien vinculado a la banca privada. Currado en batallas. Se reía de los gurús de la economía del papel, los diarios y las elucubraciones para recordarnos que de eso nada, monada. Que no es que se hubiera acabado nada sino que nunca se acabará porque todo ya es tan distinto que ni siquiera sabemos cómo es y menos cómo será. No sólo la crisis sino el propio sistema que sustenta nuestras economías ya que mientras los niveles de paro sean tan exagerados no podremos hablar de bonanza y menos de estabilidad económica. Así van bolsas y primas de riesgo, y hasta sobrinas. Menos todavía si el sistema se apuntala en precariedad y temporalidad. En resumen, paga el último en llegar mientras quede algo en la hucha de las pensiones.

A mí, que el Servef ni siquiera me ha llamado para preguntar cómo me encuentro o si estoy huido/hundido me dio el tembleque. ¿En qué quedamos? Otra botella sin descorchar.

Yo que no sé nada pero hago como que intuyo y piso la calle, no como todos esos burócratas que tienen garantizadas nóminas y pensiones y viven de su realidad, sólo entiendo de herencia económica, deudas y pagos que cada día me reclaman con alegría y salero para equilibrar cuentas. Resulta que este agosto, entre tanta algarabía y alegría de fin de crisis, alguien, o sea, el presidente del Banco Central, Mario Draghi, nos recordaba que cada español debemos ya 24.500 euros para poder liquidar la deuda pública, y que esta deuda que según algunos ya se valora “salvados de la crisis” ha aumentado 13.938 millones en junio y ha vuelto a colocarse por encima del 100% del Producto Interior Bruto (PIB). En resumen, haría falta, según esa misma información, un año y medio del salario más frecuente de los individuos en activo del país para pagar esa misma deuda.

Para muchos ha venido bien el lío de Cataluña, el rollo ese del plurilingüismo y otras cuestiones de bajo debate social para eclipsar lo que realmente preocupa al bolsillo, la economía y el día a día de los españoles, catalanes soberanistas incluidos, que deben, como los valencianos, lo que no está escrito y a los que se nos acusa de llorar. Si, de llorar de lo que nos deben y se reparten en convenciones huecas.

De momento, yo sólo lloro cuando me mandan una inspección de Hacienda o me crujen en impuestos para financiar otra antiestética atrocidad que se le ocurrió al más bobo de los concejales electos de todas esas poblaciones que se creían vivir en jonolulu e inauguraban sus cabreros.

Pero bueno. Íbamos a darnos un momento de alegría y respiro cuando nos han azotado con los nuevos datos de empleo. Recién llegados de vacaciones, quienes las han tenido y no han sufrido un cólico tras presenciar tanta mediocridad y discurso anodino: hormiga de la Dama d’Elx incluida a la que vista la reacción de un senador de Compromís la designaría el próximo 9 de Octubre reina de la contorná y merecedora de una alta distinción de la Generalitat. Ella sola ha conseguido que los valencianos seamos más reivindicativos todavía. Merece un gran homenaje. Más aún, un entierro  digno si la cazan. Hasta un pasodoble.  

Bueno. Yo que también estaba a punto de abrir la botella de cava en su memoria han vuelto a darme el día con los nuevos datos del paro, esos que nos ponen de nuevo frente a la cruda realidad y ahuyentan de verdad fantasmas optimistas de fin de crisis y diversión garantizada para todos aquellos que aún son recibidos en una oficina bancaria con simpatía y sin comisiones por el mero saludo inicial. Todo llegará.

¡No estamos en crisis! No. ¡Estamos que nos salimos! Por ello, según recordaba este mismo diario a comienzos de semanas,  el paro  registrado en la Comunitat aumentó en 8.850 personas al finalizar agosto, un 2,27% más que el mes anterior, hasta situarse en 398.087 ciudadanos. El descenso acumulado del desempleo registrado durante el último año se sitúa en 39.482 personas en la autonomía, un 9% menos. Lo acabo de leer. Son datos de un Ministerio. Ya no sé si público o sutilmente privatizado. Como todo.

En el conjunto de España, el número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo subió en agosto en 46.400 personas (+1,39%) en relación con el mes anterior, con lo que acaba con una sucesión de seis meses consecutivos a la baja. Lo dice el ministerio de Trabajo. La cifra total de parados registrados en España se sitúa en 3.382.324 personas.

Un medio de comunicación lo resumía sin contemplaciones: en un sólo día de este septiembre se producían 313.107 despidos. Para entenderlo, la variación neta de cotizantes fue negativa. Es decir, aunque tantos miles de personas perdieron su trabajo ese mismo día, la afiliación media cayó además en 266.362 ciudadanos de a pie. Simples mortales sin prebendas ni ventajas diplomáticas.

Ahora sí que voy a descorchar el cava. Para olvidar. Y eso que, según nos dicen, estamos que nos salimos. Hasta en las estadísticas oficiales. Suerte ser hormiga y más aún famosa.

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