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el muro / OPINIÓN

Cruda realidad

3/10/2021 - 

No seré yo quien pida la dimisión o destitución de los ediles del ayuntamiento de Valencia Joan Ribó/ Gloria Tello/ Luisa Notario por el absurdo viacrucis que atraviesa desde mediados de 2019 el Palau de la Música de Valencia y la notoria gestión que se viene realizando al respecto. Será la propia historia quien lo recuerde en las hemerotecas. La situación vivirá en su memoria. Su gestión “brillará” en sus respectivos currículum.

Ese papel de obligada exigencia de responsabilidades le corresponde a la oposición, y si me apuran a los propios socios del gobierno municipal que parecen cazar moscas y son cómplices por su silencio. Y, por supuesto, a la sociedad civil, esa que está formada por entidades y melómanos a los que cuesta protestar o no lo hacen por miedo a ser pandemiados de por vida.

Al menos, a un servidor que no le acusen de silencio o de dejar de manifestar su malestar por una situación de dejadez e incompetencia mucho más grave de lo que algunos imaginan, sino también porque han tirado por tierra la verdad y el prestigio de un buque insignia cultural de esta ciudad que ha pasado por su actuación política y de gestión a un tercer nivel y de cuyo fango será difícil volver a escribir una historia sólida hasta dentro de muchísimos años.

Será también culpa de quienes con anterioridad no se ocuparon de su mantenimiento, sin duda, pero más aún de aquellos a los que les dimos una responsabilidad fracasada y desatendida. Por mucho humo y festín que nos quieran vender. Están a su irrealidad.

No es que los techos del Palau de la Música se hayan caído una, dos y hasta tres veces, sino que la sala de exposiciones lleva cerrada más de seis años alegando unas goteras que hasta la fecha no se han solventado y ahora quieren incluir en el saco de las mejoras que nos van a costar trece millones de euros -espero no sea el doble- y una duración de obras que cortas las fían. Igual hasta es otro equipo de Gobierno de distinto signo quien tenga a bien reinaugurar. No me extrañaría. Los de ahora han ido de fracaso en despropósito. No merecen lucir en tiempos venideros. En absoluto. Además, como se despisten un poco se nos viene todo abajo. A los melómanos, los que quedan después de estos años de trashumancia e incomprensión les espera aún por delante varios años más de espera. Ya no volverán.  No sólo la pandemia se ha llevado a una generación de fieles, sino que el Palau de la Música tampoco ha sabido aprovechar las circunstancias para ir generando un nuevo perfil de aficionado. Levantar aquello será complicado y con los precios que se nos avecinan y la ausencia de una rutina, será más difícil todavía.

A mí que no me vendan que la culpa es de los recursos, la burocracia o las normativas. Cuando uno quiere, los asuntos se sacan adelante. Leyes cambian leyes y urgencias salvan necesidades. A ver si no. Cuando se quiere se construyen no sé cuántos carriles bicis, se solventan robos en la EMT o contratan abogados caros aquí y allá sin papeleos. O se saca de donde haga falta para contratar asesores y pagar fiestuquis berlanguianas repetitivas. ¿O no?  Es ausencia de voluntad. Escusas de mal pagador. Este gobierno municipal ha sido lento y poco resolutivo. Si el problema está en el Gobierno central o autonómico, pues se negocia a fondo, se trabaja en profundidad y si algo falla se reclama y denuncia. Pero no. Eso es demasiado esfuerzo.

Miren por qué digo que a estos de ahora la historia los mantendrá en nuestra retina como aquellos que permitieron el cierre y derrumbe del Palau de la Música durante más de un lustro. Pues por lo mismo que guardamos en la retina la imagen de la entonces ministra de Cultura Carmen Alborch en primera línea mediática del Liceu de Barcelona en llamas y anunciando que en breve estaría de nuevo reconstruido y abierto. Les costó apenas cuatros años. Cumplió y sacó rédito. Dos años costó levantar el Palau de la Música desde la nada en un solar. Para cinco años se írá la rehabilitación del auditorio valenciano, obra de García Paredes. Como poco.

Sí. Ya sé que me dirán o responderán que el Liceu es un Consorcio en el que participan desde el ministerio hasta la sociedad civil catalana. ¿Y? Por algo será. Porque por aquí el Ministerio hace décadas que no se compromete en nada y no está en nada. Luego, el problema es político. Y en eso tiene tanta culpa el gobierno popular de antes que estuvo veinte años en el poder y no puso ni uno en el mantenimiento del auditorio, como los actuales que, pese a compartir siglas, supuesta ideología y banderitas, no han sabido acercar posturas ni conseguir absolutamente nada. Tampoco dotaron ni uno en el mantenimiento. Todo está escrito. ¿No es así Puig/Marzá/Ribó, ese trío que lleva ya más de seis años entre promesas y fatuas declaraciones y tan dado al paisanaje? Además, ¿qué hay de las leyes de Mecenazgo y el compromiso político al respecto? Pues nada. Faltaba Iceta y ese ministro tan valenciano como Uribes del que ya nadie se acuerda. Ni él.

Si un Gobierno de lo que sea quiere sacar adelante algo urgente lo consigue sin problemas o lo pelea. No es por ellos sino por la sociedad que les paga por su gestión y para que gestionen con seriedad. No ha sido, ni parece ser el caso. Todo se achaca siempre a problemas administrativos, pero nunca a desórdenes o nula gestión. Y así tenemos no sé cuantos proyectos entre ruinas o nebulosas políticas. En esta ciudad, por unos y otros, lo más importante siempre se atasca.

Y lo peor, se esconde, aunque nadie se olvida de cobrar sobresueldos. Triste realidad. Decadente gestión. La sociedad valenciana, por lo general siempre muda, no se merecía este delicuescente espectáculo. Al menos, ahí queda para hemerotecas y futuras generaciones esta caótica realidad de gobierno municipal.

¡Viva la fiesta y el cachondeo!

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