Se las prometían muy tranquilas los del gobierno del Botànic: una primera legislatura casi de trámite, sin asustar demasiado al personal, para consolidar el triunfo y luego luchar por mantenerse en el poder. Pero la realidad ha venido a empañar tan hermoso sueño
VALÈNCIA.-Los cambios de ciclo electoral no suelen darse en situación de ‘normalidad’; a ningún nivel (local, regional, o nacional). Seguro que el poder desgasta, pero, como decía Giulio Andreotti, sobre todo desgasta a quienes no lo tienen. El poder tiende a perpetuarse, por su propia naturaleza. Una vez alguien alcanza el sillón, por algún motivo, busca mantenerse en él. Y a la oposición suele costarle elaborar alternativas suficientemente atractivas para que la pulsión de cambio sea más poderosa que el miedo al cambio. Pensemos en los 36 años del PSOE en Andalucía, con su administración paralela y sus miles de asesores. O en los veinte años del PP en la Comunitat Valenciana. Una vez se llega, es difícil echar a quien llega, porque construye en torno a sí (a poco que tenga la habilidad necesaria, y por ‘habilidad’ entiéndase ‘presupuesto’) una red de intereses creados que opera en su beneficio.
Tiene que suceder algo verdaderamente serio para que quien manda deje de hacerlo. Como le sucedió a Felipe González en 1996 (corrupción y crisis), o a Zapatero en 2011 (crisis), Fabra y Rita Barberá en 2015 perdieron el poder no por mérito de quienes les sustituyeron, sino por demérito propio y de quienes les antecedieron (en el caso de Fabra, pues nadie antecedió a Barberá en el PP). La corrupción y la crisis, de nuevo, se llevaron por delante un sistema hegemónico que había funcionado a lo largo de veinte años. El PP se hundió electoralmente: perdió más de veinte puntos de porcentaje de voto. La izquierda, considerada globalmente, obtuvo una clara victoria: 55 de 99 escaños, y un 55% de los votos (sumando el 4,3% que consiguió Esquerra Unida, insuficiente para entrar en Les Corts). Además, como parece comprensible, el PP quedó en un estado casi catatónico, a la espera de múltiples juicios por corrupción.
Así que en la izquierda se hicieron ilusiones con encabezar un nuevo ciclo electoral de, al menos, ocho años. ¿O tal vez doce? ¿Y por qué no veinte? Con tanto tiempo por delante, la coalición del Botànic tuvo claro desde el primer momento que se iban a tomar las cosas con calma. Que no convenía asustar a la gente con demasiadas ‘cosas de izquierdas’, en la esperanza de que pudieran apropiarse al menos de una parte de los votantes del PP y, con ello, gobernar tantos años como lo hiciera el propio PP.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de febrero de la revista Plaza