VALENCIA. No se puede decir precisamente que a los festivales o -más generalmente- a los promotores de música en vivo en nuestro país les crezcan los enanos. Pero sí puede afirmarse que la complejidad de los tiempos que nos tocan vivir les están obligando a hilar muy fino. De un tiempo a esta parte, prácticamente no pasan dos semanas sin que los medios difundan un nuevo episodio de censura, veto o prohibición, para impedir que alguien actúe sobre algún escenario. Cuando sobre los rescoldos del verano ya dejaba de humear el affaire Matishayu a raíz de su controvertida presencia en el pasado Rototom de Benicàssim, son ahora Berri Txarrak quienes denuncian la maniobra del Partido Popular de Aragón para evitar que actúen en un concierto el próximo 25 de septiembre en Zaragoza, por un supuesto delito (decimos “supuesto”, porque ni siquiera media demanda al respecto) de enaltecimiento del terrorismo. El objetivo político colateral era evidente: erosionar al consistorio regentado por Pedro Santisteve (Zaragoza en Común).
Una clase de polémica a cuya tipología no son ni mucho menos ajenas otras bandas como los vitorianos Soziedad Alkohólica, quienes vieron cancelado el que iba a ser uno de sus últimos conciertos en Madrid el pasado mes de marzo, por propia decisión municipal. Y aún siguen sufriendo tentativas similares.O como Fermín Muguruza, cuyo historial de cancelaciones en plazas en las que teóricamente va a ser recibido con cierta desafección (debido a la presión de algunas asociaciones de víctimas del terrorismo, en connivencia con el PP) es de dominio más que público. El caso es que el fenómeno no da tregua, y la presencia de conflictos en torno a los límites de la libertad de expresión (y sus diferentes encajes) incrementa vertiginosamente su porcentaje de protagonismo en la batería de titulares de los principales medios. Tanto especializados como (especialmente) generalistas. En estos tiempos de omnisciencia mediática y viralidad informativa, en los que prácticamente nada queda fuera del escrutinio del público y de la acalorada controversia en cualquier foro, los propios programadores se están viendo con frecuencia abocados a no dar puntada sin hilo, casi por necesidad. Y la tendencia no tiene, ni mucho menos, visos de ralentizarse. ¿Estamos abocados a una era de escrupuloso cumplimiento de lo políticamente correcto?