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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Cuando la fotografía y la pintura se encontraron

27/10/2019 - 

VALÈNCIA. Desde que se dio a conocer el primer daguerrotipo fechado en 1838 (a penas once años después de la muerte de Beethoven), que contenía una vista del Boulevard du Temple de París y que necesitó de una exposición de diez minutos, nada volvió a ser igual. Una manera de pintar, al cambiar la forma de ver, y buena parte del arte de la pintura, tal como se había entendido, llegaba a su irremediable final, si bien, a su vez, se abría todo un mundo de consecuencias hasta el momento imprevisibles. Antes de la fotografía, los artistas veían, percibían todo en movimiento. No conocían la quietud de un instante que la fotografía proporciona: animales, personas, corrientes acuáticas o el viento meciendo las ramas de los árboles. Y si las personas permanecían quietas por orden del pintor, era la luz y las sombras las que no podían ser detenidas. La llegada e inmediata perfección de la instantánea fotográfica fue una aliada de la que echaron mano cada vez más los artistas. En cuanto a los fotógrafos, el hecho de que estos se subieran a globos, a las azoteas y fotografiaran el paisaje urbano y rural y no se limitaran a las fotografías de retratos y encargos más lucrativos da a entender que desde el inicio se esforzaron en ser considerados como artistas. No rehuyeron a los pintores sino todo lo contrario. Prueba de ello es que estudio parisino del fotógrafo Félix Nadar, acogió en 1874 la primera exposición de los impresionistas.

Primer daguerrotipo (1838)

Ya en el siglo XX cada vez se hicieron más inusuales escenas como una que pude disfrutar durante unos minutos en la casa de un amigo de Madrid: un afamado retratista venido de Inglaterra ex profeso, cosa que no se puede permitir todo el mundo, estaba haciéndole un retrato de cuerpo entero, al natural, sobre un gran lienzo y empleando esos grandes pinceles y  el pertinente tiento para mantener el pulso, como los antiguos maestros. Por un momento mi cabeza viajó al siglo XVII. Hoy en día la fotografía ha suplido en muchas ocasiones esa inmediatez del retrato al natural.

A mediados del siglo XIX el debate se centraba en si la fotografía haría desaparecer la pintura, o que temían Ingres y Courbet o el mismo Baudelaire llevándoles a repudiar en un primer instante el invento. Los fotógrafos quieren ser pintores con sus técnicas y trucos y hacer fotografías como cuadros, con el tiempo los pintores adoptaron estrategias fotográficas. Es curioso: recién inventada la fotografía el ansia del ser humano por convertirlo todo en arte hace que muchos fotógrafos quieran hacer de sus instantáneas cuadros y muchos de los pintores, de sus cuadros, fotografías. Es por ello que la sangre no llega al rio y ambos mundos conviven dándose la mano. Ambos mundos estaban destinados a entenderse y así fue, sin sangre. Ese recelo con el que recibieron la aparición de la fotografía tenía su lógica en parte de la profesión, puesto que constituyó el final de una parte de ellos cuyo sustento económico era el retrato y más concretamente la realización de miniaturas sobre marfil por encargo. Una vez surgido el daguerrotipo y sus demás variantes técnicas, mucho más económicas supusieron el fin de la miniatura pintada (una técnica que sólo podían pagarse las clases acomodadas) y esta tendió lenta pero inexorablemente a su fin. La fotografía consigue democratizar el retrato.

Retrato miniatura pintada sobre placa de marfil. Primeras décadas del siglo XIX

Se ha inaugurado en el museo Thyssen una exposición que precisamente relaciona la aparición de la fotografía con los artistas impresionistas del siglo XIX. Cómo les influyó esa técnica que tenía la capacidad de parar la imagen real, no pintada. Cómo cambió la forma de pintar, los temas, los ángulos de visión, el uso de la luz y la detención del movimiento. En la exposición del museo madrileño parece deducirse que los impresionistas, si bien aceptan la fotografía, a su vez se esfuerzan por conseguir pintar el aquí y ahora como forma de demostrar que el arte de la pintura puede ser tan inmediato y reflejar un momento, una luz momentánea de forma tan efectiva como el nuevo descubrimiento técnico.

El paisaje anterior a la fotografía es un paisaje vivido en primera persona, reanudado al día siguiente en el mismo instante de luz o bien retenido en la mente- al menos por quienes podían permitírselo y llevárselo consigo como un recuerdo tan vívido que luego serían capaces de volcarlo en el lienzo con toda gama de matices. La fotografía da nuevas oportunidades. La fotografía mostró a todos un mundo para el que el pintor del pasado no estaba capacitado para ver. 

Courbet en su estudio pintando un ciervo alcanzado por un disparo

Es común que se piense que Sorolla pintaba del natural, cuando realmente se apoyó en diversas ocasiones en la fotografía. Su suegro Antonio García, era uno de los fotógrafos del momento y le proporcionaba material fotográfico. El maestro utilizó las propiedades de la imagen sacada de la cámara oscura para hacer los estudios de proporciones, profundidad de campo y demás para plasmar mejor su forma de ver en sus óleos. Pero donde mejor se puede ver esta relación es en el movimiento de sus figuras y los ángulos fotográficos plasmados en sus obras. Ello no significa que fuera con la fotografía en la mano sino que su estudio y visualización va configurando una forma de mirar. Tenemos que tener presente que la existencia de fotografía condiciona nuestra forma de mirar el mundo. Por ejemplo, la posibilidad técnica de realizar autorretratos fotográficos con nuestro teléfono móvil ha modificado la mirada de nuestro entorno. De hecho hay quien ya observa los lugares con la perspectiva de un posible “selfie”.

De Pinazo podemos hablar también de ello e incluso referir ese uso a una obra suya en concreto. Tal como pone de manifiesto el estudioso y experto en la figura del pintor de Godella, Javier Pérez Rojas, para la ejecución de Las hijas del Cid, el espectacular lienzo propiedad de la Diputación de Valencia, a buen seguro que Ignacio Pinazo se sirvió de varias fotografías de desnudos femeninos que se han conservado entre su documentación y que presentan posturas semejantes a la del cuadro. No se sabe si estas fotografías se realizaron ex profeso para este trabajo, o bien eran de uso común y Pinazo las adoptó como modelo por encajarle con la idea que tenía. 

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