VALENCIA. En breve se estrenará Supersonic, un documental sobre Oasis que coincide con el 20 aniversario de su álbum Be Here Now. Un recordatorio de que hubo una época en la que casi se nos convence de que Oasis eran el grupo más grande del universo. Un recordatorio también de la tensión que puede vivirse al entrevistar a Liam Gallagher.
¿Es otra de mis manías o es cierto que se está muy bien sin que Liam Gallagher haga música? Ya sé que el mundo tiene problemas muchísimo más importantes que resolver, pero el hecho de no tener que leer sus bravuconadas hace que crea más en la raza humana. Tengo la sensación de que Liam Gallagher, uno de los músicos más sobrevalorados de la historia, es ya una anécdota musical en la siempre voraz actualidad. Su interés artístico parece agotado –aunque mejor no ser demasiado optimistas al respecto - tras la separación de Oasis porque, al contrario que su hermano Noel, Liam no ha sido capaz de construir una carrera interesante por su cuenta. Su especialidad ha sido siempre la de ir de chulo en las entrevistas y no podemos obviar que también sabe vestirse muy bien. Más que haciendo un disco trascendente, yo lo veo haciendo balconing en Mallorca o celebrando con un concierto gratuito el Brexit.
A mí el ascenso de Oasis en la segunda mitad de los noventa me pareció una verdadera lata. Los Gallagher me resultaron excesivamente conservadores y miméticos en lo musical, unos retrógrados a nivel general. Un caso agudo de nostalgia y chovinismo a la inglesa. Como en otros casos, lo mejor era acordarse de sus mejores canciones y olvidarse de ellos. Así pues, mira tú qué sorpresa, si hay alguien a quién jamás he tenido ganas de entrevistar es a Liam Gallagher. Por lo tanto, y según la ley de Murphy, solo era cuestión de tiempo que me tocara hacerlo. A veces hablar con alguien que no te interesa o no te cae bien es bueno porque ayuda a cambiar tu percepción del personaje para bien. Os prometo que éste no fue su caso. Las experiencias al respecto que había escuchado de algunos compañeros nunca eran favorecedoras. La mía fue delirante porque, a la dificultad natural del asunto hubo que sumar una serie de inconvenientes que hicieron que todo fuese peor de lo imaginable. El texto que publiqué con la entrevista se abría así:
“No todos los días suena el teléfono y te pasan con Liam Gallagher. Afortunadamente, porque el halo de tensión que genera una entrevista con él es palpable hasta en Chipre. Liam no quiere preguntas personales (o sea, sobre su hermano), sólo quiere hablar de su nuevo grupo, Beady Eye, que debuta rodeado de una enorme expectación porque todo el mundo se pregunta si será capaz de sobrevivir al grupo que tenía con su hermano. “Supongo que volveré a encontrarme con comentarios muy parecidos en la prensa”, contesta Liam, que comparece flanqueado por dos miembros del cuarteto, Andy Bell y Chris Sharrock. “A los críticos les gusta mucho usar adjetivos manoseados. Oasis fue comparado con los Beatles muchas veces, pero en realidad no hay muchas vueltas que darle. Si un disco está bien producido, tocado y cantado, y tiene buenas canciones, ¿para qué complicarlo?”.
Una hora antes de iniciar la conversación algo malo había ocurrido. La entrevista se cerró con una condición. Tanto yo como algún responsable del medio en el que iba a publicarse tenía que firmar una cláusula de confidencialidad con la que nos comprometíamos a no realizar preguntar personales, es decir, a no chincharle con la aireada ruptura de Oasis. Ocurrida de manera inesperada y tempestuosa un año antes, la famosa ruptura había elevado la rivalidad entre los hermanos Gallagher a un nuevo nivel en la escala del sensacionalismo. Liam era el primero de los dos que movía ficha musicalmente hablando, el primero en demostrarlo al mundo qué podía hacer sin su hermano, sin el amparo de la marca Oasis. Las condiciones se aceptaron. Yo puse mi firma en el documento y el medio en cuestión aceptó a hacerlo también. Porque, en realidad, ¿qué más daba a esas alturas si se hablaban estos dos o no?
El problema es que dicho documento se envió con tanta antelación que nunca fue devuelto con la firma correspondiente desde el medio en cuestión. La discográfica española tampoco fue consciente de ello hasta que, una hora antes de la entrevista, el mánager dio el aviso. Faltaba la firma del medio. Entre los guiris afloró la suspicacia. Se desató el nerviosismo, el té se les quedó frío en la taza. Desde la discográfica española se envió un correo electrónico a la persona en cuestión, con el que se requería el citado documento con ambas firmas. Digamos que el tono era algo inapropiado y desde el otro lado, la respuesta no ayudó a mejorar las cosas. Faltaba menos de una hora para que me llamaran desde Londres. No dejaba de repasar las preguntas angustiado ante el hecho de tener que hablar con un inglés con acento de Manchester, un perdonavidas profesional por el cual era incapaz de expresar el más mínimo entusiasmo. Y mientras corregía el cuestionario a mano, delante de mí, en la pantalla del ordenador, se sucedía un cruce de correos que eran de todo menos tranquilizadores. Lo ideal para afrontar relajado una entrevista telefónica.
Sonó el teléfono. El mánager, para preguntarme por qué no tenían el documento firmado, y que si no lo tenían antes de la hora pactada, se suspendería la entrevista. La cascada de correos beligerantes conmigo en copia continuaba. La bronca virtual estaba en pleno apogeo, pero nadie enviaba la maldita cláusula de confidencialidad. De hecho, si llegó alguna vez al ordenador del management, debió ser a posteriori. La entrevista se llevó a cabo a la hora señalada. Solo que en lugar de hablar con Liam me pusieron al aparato a otros dos miembros del grupos, en plan guardia pretoriana. Así se podía despejar cualquier pregunta incómoda. Una gran medida para ellos, pero una tragedia para mí. La única manera para hablar con cuatro personas a la vez es en manos libres al teléfono. De ese modo, el sonido se ensucia, si alguien habla a la vez que otro la comunicación se entrecorta y mientras uno habla, otro, Liam, por ejemplo, puede levantarse y contestar desde la otra punta de la habitación.
En ningún momento le pregunté por su hermano ni por Oasis. No era lo más conveniente pero, una vez más, es que me daba igual. Le pregunté por la música, por su imagen y él contestó con su autosuficiencia. Liam quiere ser como Ray Davies, Lennon, Paul Weller… “Y yo hago bien ese papel”, dijo. El tiempo, que todo lo pone en su lugar, dirá si es así o no, aunque a mi parecer, de momento da la sensación de que no. Respeto el trabajo de Noel en solitario, lo de Liam me parece que es algo que solo tiene una dimensión notable en Inglaterra, y ya ni siquiera estoy seguro de que eso se mantenga. Tan solo unos minutos antes, Liam se había despedido con un “¡viva España!”, que daba ganas de salir corriendo. A comerme un buen plato de paella, concretamente.