VALÈNCIA. La prehistoria de la televisión cuenta con un programa pionero en lo que a asuntos del corazón y crónica social se refiere: Bla, bla, bla. Se estrenó el 15 de mayo de 1981 en la primera cadena de TVE y se estuvo emitiendo los domingos por la tarde durante dos años y medio.
Hasta entonces, los asuntos del cuore salpicaban las entrevistas de los talk shows y magazines varios, cuando estrellas como Lola Flores o Raphael comparecían en los platós un sábado por la noche. Por supuesto, en aquellos tiempos la prensa del corazón televisada no era sinónimo de espectáculo en el circo romano, lucha de gladiadores y leones comiéndose a los cristianos. La crónica social podía ser cáustica y mordaz, pero entendía el entretenimiento de un modo muy distinto al de los programas de la galaxia Telecinco, donde si no hay vísceras no hay distracción y cualquier método parece válido con tal de alcanzar dicho objetivo.
Por otra parte, Bla, bla, bla era infinitamente más divertido que programas como Corazón, tan correcto, tan envarado, tan amable, tan preocupado siempre por un personaje tan execrable como Ortega Cano. Bla, bla, bla, al igual que luego harían Aquí hay tomate o Tómbola, sentó las reglas del juego acerca de cómo llevar a los famosos al hogar de los espectadores.
Bla, bla, bla fue creado por uno de los grandes profesionales de la comunicación de aquellos años: José Joaquín Marroquí. Tras una brillante trayectoria en la radio barcelonesa, aterrizó en Televisión Española para poner en marcha programas emblemáticos como Los chiripitifláuticos o 300 millones. Para hacer Bla, bla, bla contó con una de las voces más incisivas del periodismo rosa, aunque no fuese esta la única área por donde se movía el escritor y periodista José María Amilibia. Firma de talante conservador con tendencia a la polémica, cuando se incorporó al equipo de Marroquí ya se las había visto con la justicia en más de una ocasión. El caso más reciente hasta ese momento había sido la publicación en 1975 del libro El día que perdí aquello, en el que varias celebridades de distintas áreas contaban cómo dejaron atrás la virginidad. Aquel libro fue coescrito con Felipe Navarro ‘Yale’, que junto a Tico Medina y el propio Amilibia forman parte de una edad dorada de la crónica social en la que también habría que incluir a Carlos Ferrando y a Jesús Mariñas, que tan orgulloso estaba —él mismo escribió al respecto en La Razón— de ser un nostálgico del franquismo. Amilibia era dueño de una certera mala leche que sirvió para darle el tono adecuado al programa.
Por su parte, la presentadora alcoyana Marisa Abad ofrecía el contrapunto de contención y amabilidad necesarias para que los guiones del redactor brillaran. Y así, la veíamos y escuchábamos decir, sin perder la compostura, cosas como que en el programa las peinetas salían a razón de unas treinta y cinco por metro cuadrado.
* Lea el artículo íntegramente en el número 95 (septiembre 2022) de la revista Plaza